La Bandera Mexicana, un símbolo de unidad y democracia
La unidad es indispensable para la existencia de un país, pero al mismo tiempo, es algo irremediablemente abstracto. La unidad es como el aire, no se ve, pero es esencial para la vida. Y precisamente debido a que es abstracta, es necesario tener símbolos que representen la pertenencia de todos a una sola voluntad agrupada, a una aspiración de vida común, a una sola historia compartida; es decir, a una sola Nación.
La ceremonia de honores a la bandera, no debe nunca ser entendida como un acto protocolario sin más propósito que llenar el programa de los eventos oficiales. Tampoco consiste en una especie de conmemoración de un pasado que ya fue y que no tiene nada qué ver con nuestro presente y futuro. De hecho, la bandera es ante todo, un símbolo de nuestro porvenir, pues representa la aspiración de una Nación grande y diversa a alcanzar un destino común. Representa un sueño latente de edificar un país de prosperidad, paz y felicidad para las jóvenes generaciones. Representa la voluntad de edificar un futuro en el que la equidad y el acceso a un destino dichoso sea una realidad para cualquier mexicana y mexicano. Representa, especialmente, la disposición de cada miembro de esta maravillosa Nación a entregar su trabajo, talento y corazón a la construcción del país que merecemos.
Y debo confesar que soy una optimista. Creo que hemos avanzado mucho, y aunque todavía queda un largo camino por recorrer, hemos superado retos que para nuestros antepasados pudieron parecer insuperables. A veces me gustaría que nuestra memoria no fuera tan volátil, y que recordáramos con frecuencia el México de unas décadas atrás, en el que parecía imposible creer en un país con instituciones capaces de garantizar la democracia. Hoy, gracias a quienes creyeron en nuestra capacidad de forjar instituciones, vivimos en un país donde podemos creer en el valor de nuestra voluntad, y en la capacidad de las instituciones para frenar al despotismo y dar autoridad a quien pueda representar ese sueño común que nos une a todos.
El triunfo de la democracia en nuestro país es un logro de
todos los mexicanos a través de nuestra historia. Desgraciadamente, en el mundo ha quedado demostrado que la democratización es un proceso que lamentablemente sí tiene marcha atrás. Creo firmemente que en México no hemos perdido lo mucho que logramos con el sacrificio de miles de personas –y no lo perdimos porque todos nos unimos para protegerlo–, pero ha quedado claro que hay que mantenernos alerta, pues las tentaciones totalitarias del pasado siguen latentes y amenazantes hoy como ayer.
Pero la Bandera Mexicana, esa bandera que ondea con majestuosidad en las plazas y edificios de todos los mexicanos, es una invitación enérgica y constante a mantener viva una lucha, no una lucha de destrucción, sino todo lo contrario, una lucha por construir nuestra patria. Es un poderoso símbolo que nos recuerda el “para qué” profundo que debe guiar nuestras vidas, para llevar a cabo nuestras labores con responsabilidad, consciencia, legalidad y paz.
Insisto, soy una mexicana optimista. Creo que estamos avanzando, especialmente en el Estado de Chihuahua. Veo cómo somos muchos más las y los mexicanos de bien que todos los días dirigimos nuestros pasos para edificar una patria ordenada y generosa; somos más quienes navegamos con una brújula ética que direcciona nuestro andar y que tenemos esperanza en que las cosas pueden ser mejores.
Hay muchos y muy profundos retos por superar, y hay peligrosas sombras que se ciernen sobre nosotros en este momento de nuestra historia. Pero confío en la potencia creadora de nuestro pueblo, en nuestra férrea voluntad y en la irrompible unidad que nos enlaza en torno a un futuro mejor.
Nuestra Bandera, nuestro máximo símbolo de unidad, es un recordatorio permanente de que vale la pena luchar por las instituciones, protegerlas y mejorarlas siempre que sea posible. Pues sólo hay Estado de Derecho en un país con Instituciones, en un país que se Gobierna con separación de poderes, con apego a su Constitución y donde nadie nunca está por encima de la ley.