Innova chihuahuense para rescatar el hígado
Hepatólogo de talla mundial diseña un ambicioso modelo de terapia génica contra la cirrosis; más de 25 patentes respaldan su labor
Ciudad de México– Más de 25 patentes respaldan la labor de Juan Socorro Armendáriz; algunas han derivado en fármacos que ya se comercializan. El reconocido hepatólogo forma nuevos valores en el Instituto de Biología Molecular en Medicina y Terapia Génica de la UAG.
Cual si fuera un entrenador gritando y haciendo lo posible para que su boxeador se levante de la lona antes de que la cuenta llegue a 10, un ambicioso modelo de terapia génica contra la cirrosis busca la regeneración del hígado.
La analogía pugilística la propician las propias palabras de Juan Socorro Armendáriz, notable hepatólogo chihuahuense de talla mundial, quien con su grupo ya ha conseguido demostrar en pruebas con animales que dicho enfoque funciona, revirtiendo la fibrosis -formación excesiva de tejido- y estimulando la regeneración de las células propias del hígado, o hepatocitos.
“Es la hipótesis del sick hepatocyte, el hepatocito enfermo, el que está tirado en la lona, pero que todavía no está noqueado, y con esta terapia, y proveyéndole factores de crecimiento y nutritivos, revive y puede regenerar”, refrenda en entrevista remota el académico de la Universidad de Guadalajara (Udeg) con casi cuatro décadas de experiencia estudiando la cirrosis hepática.
Dicho de otra forma, en un hígado cirrótico, agentes fibrinolíticos se encargan de destruir la fibrosis, “y ese hueco que deja la destrucción de la fibrosis es rellenado por hepatocitos nuevos o que estaban enfermos y que se recuperan”, detalla Armendáriz (Delicias, 1957), cuya labor le ha valido el Premio Nacional de Ciencias 2023 en el campo de Tecnología, Innovación y Diseño.
Tal esfuerzo pionero, que además utiliza adenovirus como “taxis moleculares” para los genes terapéuticos, ha requerido millones de dólares para poder probarse con animales en pruebas preclínicas, a decir del bioquímico chihuahuense, por demás optimista en cuanto a la posibilidad de llevarlo a pacientes humanos. “El salto con estos medicamentos genómicos, biotecnológicos, es más complicado que con los otros medicamentos convencionales; para esto se requiere de mayor inversión, más dinero, más cuidado. Y no pierdo la esperanza de que andemos por ahí pronto llevando a cabo un protocolo clínico”.
Al final del día, más de 25 patentes respaldan a Armendáriz, algunas de las cuales han derivado en fármacos que ya se comercializan para atender a pacientes con cirrosis hepática, la cuarta causa de mortalidad a nivel nacional.
“De eso es de lo que estoy muy orgulloso, de ese medicamento que otros hepatólogos ya han probado y han concluido que sí funciona; o sea, no solamente son mis evidencias, sino las de otros.
“Me llena de orgullo y de satisfacción contribuir a tratar de resolver un problema de salud pública”, destaca el investigador de la Udeg, donde fundó y dirige el Instituto de Biología Molecular en Medicina y Terapia Génica.
‘Soy más médico que muchos’
De aquel pequeño grupo de jóvenes que junto con él realizaban el posgrado en el Departamento de Bioquímica del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav) del IPN, Armendáriz asegura: “Yo era el peorcito de todos”.
“Éramos cinco, y yo era el peorcito... Pero soy el único que tiene el Premio Nacional (de Ciencias) ahora”, dice el hepatólogo, riendo a la distancia y con satisfacción por haber obtenido el mismo reconocimiento que su mentor, Marcos Rojkind, médico que hiciera importantes aportes en el campo de las enfermedades hepáticas. El destino estaba más que definido para aquel joven criado en el seno de una familia humilde, que en sus vacaciones ayudaba a su padre agricultor y quería ser médico; “pero mi mamá me dijo: 'Mira, m’ijo, no podemos costearte la carrera’“, recuerda Armendáriz, quien a la postre habría de cumplir su sueño.
“Soy más médico que muchos que andan por ahí, en cuestión del hígado. Me siento muy realizado, muy en paz”.
Luego de su exitoso paso por la Universidad de Tennessee haciendo un posdoctorado y alcanzando una posición como profesor asistente, una invitación de la Udeg lo devolvió a su patria; “agradezco, y en mucho, las oportunidades que me dieron. Yo hice mi trabajo también, y aquí están las consecuencias”, remarca. Aunado a los premios y las patentes, lo que el hepatólogo más celebra es la gran cantidad de nuevos valores formados, posiblemente ya un centenar, estima.
“A mí me gusta mucho el trote del macho, como decimos allá en Chihuahua.
“No solamente basta con publicar, tenemos que formar recursos humanos, doctorados conscientes de su papel histórico en la proyección de este país, y que esto se refleje en productos más tangibles, no solamente publicaciones sino patentes.
Ante la austeridad, aspiracionismo
Al evocar sus años en Memphis, donde llegó a ser investigador en el Veterans Administration Hospital, Armendáriz admite, certero: “Yo tenía mi vida resuelta”.
“Tenía mi trabajo, acababa de obtener donativos del Gobierno federal (de Estados Unidos), de los Institutos Nacionales de Salud (NIH, por sus siglas en inglés). Obtuve cuatro donativos económicos con los cuales podía solventar y continuar mi investigación siendo parte de un grupo muy grande”, relata el hepatólogo.
Pero un sentido patriótico lo hizo volver en cuanto le llegó la invitación de la Udeg. “Yo siempre creí que mi país merecía algo mejor”, subraya. Y luego de varias décadas haciendo ciencia de este lado de la frontera, algo le ha quedado muy claro: “La situación siempre ha sido difícil”.
Y añade: “en México hay mucho talento, contrario a lo que algunos piensan, y debemos de pensar siempre en ir hacia arriba: seguir mejorando, ser aspiracionistas y aspirar por un país mejor. ¿Cómo lo vamos a lograr? Creando nuestras propias tecnologías aplicadas a la medicina, y que eso se refleje en patentes, pero patentes que realmente se comercialicen”.
Me llena de orgullo y de satisfacción contribuir a tratar de resolver un problema de salud pública”
Juan Socorro Armendáriz Hepatólogo