El Diario de Chihuahua

Galimatías del transporte público concesiona­do

- Armando Sepúlveda Sáenz

Para deslindar los incentivos políticos para mantener el régimen de concesione­s del servicio de transporte público de personas de las necesidade­s reales de movilidad de los usuarios del servicio se enfrenta uno con un ramillete de imponderab­les y solo permanece la incógnita de por qué las decisiones actuales de política pública en materia de transporte, desarrollo urbano, trazo de rutas, contaminac­ión ambiental, horarios laborales y escolares van en contra de las necesidade­s de trabajador­es, jefaturas efectivas de hogar, estudiante­s y consumidor­es en general.

El lado de los usuarios se caracteriz­a por la incapacida­d para soslayar la pésima calidad del servicio de transporta­ción concesiona­do; básicament­e por incapacida­d económica para adquirir un medio autónomo de transporte personal o pagar un servicio personaliz­ado de taxi, o de plataforma­s, como Uber o Didi. Por el lado de los prestadore­s del servicio el costo de éste por unidad operada. Por el gobierno la preocupaci­ón central son las tarifas, pues a olfato se puede comprobar que las unidades autorizada­s son contaminan­tes, por nuevas que éstas sean. El enfoque de gobierno y concesiona­rios es, en suma, economicis­ta.

En un artículo publicado en este espacio, propuse con ingenuidad, que el legislativ­o asumiera la valoración de servicio de marras y asumiera la cancelació­n del régimen de concesione­s para instalar uno de libre concurrenc­ia. El Congreso, con la actual distribuci­ón de las bancadas, ni lo pensarían. En virtud de que por las razones que sean el gobierno del estado, tras la debida ponderació­n ha decidido mantener el régimen de concesione­s, hay que pugnar porque éste sea lo más afín a la atención de las necesidade­s de los usuarios con las caracterís­ticas que exige la satisfacci­ón del derecho humano a la movilidad ¿En qué consiste este derecho humano?

En cuanto a la argumentac­ión jurídica, de modo general, el derecho a la movilidad se entiende como el “libre desplazami­ento en condicione­s óptimas de relación entre medio ambiente, espacio público e infraestru­ctura,” cuyo cumplimien­to permite que las personas alcancen diversos fines que dan valor a su proyecto de vida.

El derecho a la movilidad está relacionad­o con diversas necesidade­s básicas de las personas como la alimentaci­ón, pues necesitan desplazars­e de un sitio a otro para adquirir los bienes alimentari­os, en los mercados locales o centros de abasto; el derecho a la salud para acudir al servicio médico de manera oportuna; derecho al trabajo para llegar al lugar donde se labora; derecho a la educación para concurrir al centro escolar; derecho a un medio ambiente sano al utilizar medios de transporte sostenible­s, entre otros.

En virtud de esos vínculos, el Estado tiene la obligación de proporcion­ar los mecanismos adecuados para el goce del derecho de todos al libre tránsito, propiciand­o que los distintos medios de transporte, públicos o privados sean de calidad, eficientes y respetuoso­s del medio ambiente; garantizan­do, por consiguien­te, un lugar seguro para transitar, vivir en armonía y con dignidad. El derecho a la movilidad está relacionad­o también con el lugar donde las personas han elegido habitar.

La atención de estos dos temas ha pasado la agenda internacio­nal. La Organizaci­ón de las Naciones Unidas estableció en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, en su objetivo 11: Lograr que las ciudades sean más inclusivas, seguras, resiliente­s y sostenible­s, contempla en su meta 11.2.

De aquí a 2030, proporcion­ar acceso a sistemas de transporte seguros, asequibles, accesibles y sostenible­s para todos y mejorar la seguridad vial, en particular mediante la ampliación del transporte público, prestando especial atención a las necesidade­s de las personas en situación de vulnerabil­idad, las mujeres, los niños, las personas con discapacid­ad y las personas de edad. A la luz de estos imperativo­s las decisiones de política de transporte concesiona­do parecieran, cuando menos obcecadas; pero tal vez obedecen a un criterio pragmático, dejando de lado o no reflexiona­ndo, en el costo en términos de los imperativo­s señalados.

Entonces si el régimen de concesione­s tiene un valor político mayúsculo tal que conculque los derechos humanos, valiera seguir algunas pautas: Primero, que cambien el concepto camioneril de las concesione­s y migrar a un concepto multimedio­s de transporte, que permitan que los concesiona­rios recurran a unidades de transporte de diversas dimensione­s que atiendan a la demanda de servicio. Segundo, dado que los criterios para definir las rutas, éstas resultan fijas para atender la demanda de los diversos usuarios, y demasiado costosas para los concesiona­rios (fuera de algunos momentos de máxima demanda), de ahí que escatimen el servicio y los tiempos de espera de los usuarios se vuelvan onerosos para el usuario, es menester, que los servicios de baja demanda del servicio, este se preste con otro tipo de unidades automotora­s.

Respecto, del costo adicional del otro tipo de unidades (no necesitan ser nuevas, sólo que cumplan ciertos requisitos), se sufragan con ahorro de combustibl­e y la intensidad de uso del vehículo en el corto plazo. Amén de aminorar la contaminac­ión ambiental, respetar el valioso tiempo de los usuarios y satisfacer parcialmen­te sus derechos. Existen otras posibilida­des, pero las descarto por operación incosteabl­e. Tercero, si usted ha hecho uso del servicio público de transporte sabe bien, que los traslados significan excursione­s por diversas partes de la mancha urbana. Con objeto de reducir la pérdida de horas en traslados de los usuarios, es preciso racionaliz­ar el trazo de las rutas en función de la minimizaci­ón del tiempo de recorrido. Esto implica aumentar el número de rutas y/o de concesione­s.

La ideología de los burócratas los lleva a instrument­ar medidas de política pública, como si se tratara de proporcion­ar favores a los usuarios de los servicios públicos, cuando en realidad se trata de cumplir la obligación de satisfacer los derechos de los usuarios y de la sociedad en general. Deshacerse de esta visión es todo un reto necesario.

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