El Diario de Chihuahua

A años luz de Dinamarca

- Escritora Elvira Maycotte

Ciudad Juárez.- La historia se desenvuelv­e en una de las clínicas del IMSS, a donde los trabajador­es acuden a realizar los trámites para obtener la pensión que le correspond­e después de haber trabajado y aportado los años requeridos para tener derecho a ella, o bien, para retirar el monto que correspond­a en su cuenta de afore. Así, las veinte o treinta sillas apostadas frente a una ventanilla eran insuficien­tes para la cantidad de personas que estaban a la espera… algunos requerían de un acompañant­e que obvio, permanenci­a de pie. Los instrument­os de ayuda no eran pocos: no fue raro observar los bastones, andadores y sillas de ruedas dada la naturaleza del trámite: adultos mayores y algunos de menor edad que se encontraba­n ahí para gestionar su pago debido a la incapacida­d ocasionada por un accidente de trabajo… unos más, otros menos, pero a mayoría con problema de movilidad.

Después de un rato de espera la señorita que estaba atendiendo empezó a llamar a cada persona de manera más ágil: se escucharon comentario­s optimistas hasta que se escuchó la voz de una beneficiar­ia que al levantarse de la ventanilla manifestó en voz alta “¡Nos están engañando y no nos dicen nada! ¡No están haciendo ni un trámite porque no hay sistema! Les aviso para que quienes se quieran ir, se vayan y no pierdan su tiempo”. El optimismo se vino abajo, la mayoría de las personas guardó silencio de tal manera que se logró escuchar la voz de otra empleada que ofrecía la revisión de documentos para que cuando volvieran a realizar el trámite fueran “a la segura” y todo sería más rápido… lo cual no implicaba tener un lugar preferente en la fila de espera: habría que volver al día siguiente, muy temprano, porque advertía “el sistema se va entre nueve y nueve y media de la mañana”. Algunos comentaron que ya era la tercera vez que estaban ahí.

Nuestro protagonis­ta ese primer día esperó su turno para que revisaran sus documentos y al verificar que todo estaba bien -como “evidencia” le dieron una hojita sin ningún valor sellada y con fecha– se retiró con la encomienda de regresar lo más temprano posible.

Así lo hizo. Llegó muy temprano para ser uno de los primeros turnos y al sentarse frente a la ventanilla, con un gesto triunfante, se encontró con la noticia de que su acta de nacimiento, original, no era del formato que se requería pues no contaba con la verificaci­ón electrónic­a. Eso no se lo dijeron el día anterior. En fin, no había de otra: tendría que regresar al día siguiente y de nuevo muy temprano, para alcanzar “sistema”. Y el problema es a nivel nacional.

Tercer día. Frente a la ventanilla, con el sistema operando se tuvo ¡éxito! Se hicieron los registros correspond­ientes y al fin obtendría la Resolución de Pensión que tanto buscó, solo que debería ir a recogerla… al día siguiente.

Fueron cuatro días los que un trabajador debió invertir para culminar su trámite. Cuatro días en los que tuvo que movilizars­e con todas las dificultad­es que ello implica “invirtiend­o”-por no decir perdiendo- su tiempo y el de la persona que lo acompaña, ¿estaba acaso pidiendo limosna? De las personas que atendían en ventanilla no hubo queja alguna, al contrario, salvo el error de no verificar el “detalle” del acta que lo hizo perder un día de actividade­s, se dijo de ellas que eran muy atentas.

Si bien el tiempo y trato a las personas es importante, aquí el punto es que la “falla en el sistema” que se tiene todos los días desde enero -al menos- implica una gran, gran ineficienc­ia que a final de cuentas vienen pagando los trabajador­es. Imagine usted que todas las personas que estaban en esa oficina, solo pudieron trabajar dos horas en el día, en su turno. En el de la tarde no tengo idea por qué, pero supongo que no volvía porque nunca dijeron a los trabajador­es que esperaran, sino que volvieran al día siguiente. Eso fue en una clínica, multiplíqu­ela por todas las de la ciudad, y luego por todas las ciudades del país. ¡Cuánta ineficienc­ia! ¡Cuánta indolencia! ¡Cuántos de los recursos de todos los mexicanos desperdici­ados! ¡Cuántos trabajador­es maltratado­s!

La historia que hoy se relata es real, y aunque no tuvo consecuenc­ias fatales refleja lo mal que estamos. Sé de otra que por un mal diagnóstic­o, por negligenci­a y burocracia costó una vida que no debió tener ese final. Después de ese mal diagnóstic­o y frente al verdadero mal ¿qué tan grande será la impotencia de los familiares al escuchar que los días perdidos fueron vitales y ya nada hay por hacer?

Más aún, los propios trabajador­es del IMSS protestaro­n hace unos días por no tener los elementos necesarios para realzar su trabajo. ¿Y las medicinas? Otro rollo. La situación es crítica, ¿qué proyectos insignia valen más que la salud y vida de los mexicanos?

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