El Diario de Chihuahua

El bien hay que hacerlo bien

- Armando Fuentes Escritor

Ciudaddemé­xico– Los amores de los perros se ven. Los amores de los gatos se oyen. Los amores de los hombres -y de las mujeres- se saben. En la azotea de la casa de Pepito se oían los gañidos, mayidos, quejidos y toda la variedad de ruidos que los gatos hacen en el curso de sus amorosos ritos. Pepito, intrigado, le preguntó a su mama: "¿Por qué hacen así los gatos, mami?". La señora, tomada de sorpresa, sólo acertó a responder: "Porque les duelen las muelas". Esa noche el papá de Pepito regresó a casa después de una ausencia de varias semanas. Al día siguiente Pepito le dijo a su mamá: "Mi papi y tú van a tener que ir con el dentista". Don Flacidio sufría un caso grave de fatiga crónica. Su esposa lo acompañó a la consulta de un especialis­ta. El médico examinó al decaído paciente. Al terminar le dijo a la señora: "Su marido padece lo que en francés se llama surmenage, agotamient­o físico. Debe trabajar menos, descansar más y hacer el amor una vez al mes". "¡Fantástico, doctor! -se alegró la señora-. ¡Ahora lo hace una vez al año!". Un tipo le preguntó a otro: "¿Por qué te divorciast­e?". Contestó el sujeto: "¿Te gustaría vivir con una persona irresponsa­ble, inútil, haragana, de mal carácter y además infiel?". "Claro que no" -respondió el tipo. Dijo el otro, mohíno: "A mi mujer tampoco le gustó". El marido le dijo a su esposa embarazada: "Me apena ver los malestares que sufres con motivo de tu estado: el cansancio, las incomodida­des, los mareos.". "No te mortifique­s, mi amor -lo tranquiliz­ó ella-. Tú no tienes la culpa". Cuenta el Sagrado Libro -¡ah, cuántas cosas cuentan los libros sagrados!- que el buen Jesús obró el prodigio de la pesca milagrosa. Simón Pedro y sus hermanos no habían pescado nada. El Rabí les indicó que tendieran sus redes, y las sacaron repletas de peces. Sucedió, sin embargo, que la abundancia del producto hizo que bajara el precio del pescado. Los pescadores que no dispusiero­n de la divina ayuda sufrieron los efectos de la baratura, y en sus hogares faltó el pan. Soy enemigo de las moralejas -en mi niñez me asestaron bastantes-, pero este relato contiene una: hasta para hacer el bien hay que tener cuidado. Dicho de otra manera: el bien hay que hacerlo bien. Lo digo por la propuesta de que el aguinaldo de los trabajador­es equivalga a un mes de su salario. La iniciativa tiende a favorecer a quienes trabajan, pero debe considerar también el punto de vista de los empleadore­s, muchos de los cuales, sobre todo los dueños de pequeñas y medianas empresas, se verían en apuros para cumplir esa obligación. Un cambio de tal naturaleza debe estar precedido por un estudio que abarque todos los aspectos de la cuestión, cosa que Nuestro Señor no hizo en el caso de la citada pesca milagrosa, y eso trajo consigo efectos secundario­s indeseable­s. Un precepto evangélico dice que tu mano izquierda no ha de saber lo que hace la derecha. Tiene razón: segurament­e se escandaliz­aría. Sin embargo, en las cuestiones económicas cada mano debe saber lo que hace la otra, a fin de que todo salga bien. La buena intención no basta: debe estar acompañada por la investigac­ión. No hagas cosas buenas que por efectos de la realidad al final resulten malas... Dorotilo, el hijo de don Poseidón, contrajo matrimonio. Como regalo de bodas el granjero le dio al muchacho una escopeta cuata, vale decir de dos cañones. El muchacho se sorprendió al ver aquel inusitado obsequio. "Padre -le dijo con extrañeza a su progenitor-, yo esperaba un reloj". ¿Un reloj? -repitió el viejo-. Vamos a ver. Supongamos que llegas a tu casa y encuentras a tu mujer con otro. ¿Qué vas a hacer? ¿Tomarles el tiempo?". FIN.

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