¿DIOS COMO EXCUSA?
Tal vez nos extrañe el Evangelio de este domingo. No nos tiene acostumbrados Jesús a estos modos y maneras, y por eso nos resulta casi hirientemente insólito ver que Jesús tenga este arrebato violento. Con un látigo rudimentario la emprenderá contra todo un montaje sacrosanto: cambistas de moneda, vendedores de ovejas, bueyes y palomas. Se comprende que los judíos pregunten con increíble extrañeza: ¿a cuento de qué y en nombre de quién te comportas así?
La escena transcurre en una dependencia del Templo llamada “el atrio de los gentiles”, lugar de paso de los judíos de la diáspora especialmente, que servía para muchas cosas: foro de tertulia, banco para cambio de divisas, mercado popular, mercado religioso. Todo ello supondría un notable jaleo, un lío tremendo, nada menos que en el corazón de la religiosidad judía: el Templo, la casa de Dios. La respuesta que da Jesús es muy simple: habéis convertido la casa de mi Padre en un mercado, haciendo de Dios la gran coartada para organizar vuestros tenderetes, para engrosar vuestras cuentas y bolsas, para redondear vuestros negocios... pero vuestra vida, luego, no tiene mucho que ver con Dios: sencillamente os aprovecháis de Él.
La crítica de Jesús es durísima; el relativizar el Templo y colocarse Él mismo en su lugar, preparará el diálogo con la Samaritana, en el que se declara la gran cuestión que enfrentará a Jesús con el poder religioso de su época y la que le llevará, en definitiva, a la muerte.
Desde una lectura cristiana, este Evangelio debe ser leído también dirigido a nosotros, porque son muchas las tentaciones –muy sutiles, a veces– de sustituir a Dios por sus mediaciones, de quedarnos en los medios, en los reglamentos, en las prácticas. Todas estas cosas tienen su sentido, pero solo como medio, como ayuda y como pedagogía que nos educan y acompañan en el encuentro con Dios, pero no son jamás –no lo deben ser– fines en sí mismas.
La Cuaresma puede ser un momento propicio para revisar nuestros tenderetes, y para convertirnos al Señor. Solo Dios, solo Jesús, es lo absoluto. Él es el fin, es a Él, a quien seguimos e imitamos, a quien anunciamos y compartimos. Cuando el encuentro con Él ha sido claro y real, apasionante y apasionado, entonces no hay temor a quedarse en los “templos y en sus atrios”, sino que todos los medios pueden ser bienvenidos: basta que nos permitan mantener vivo ese encuentro y nos urjan a anunciar el Evangelio a los pobres, sea cual sea su pobreza. (homiletica.org)