El Diario de Chihuahua

¿DIOS COMO EXCUSA?

- Mons. Jesús Sanz Montes, ofm

Tal vez nos extrañe el Evangelio de este domingo. No nos tiene acostumbra­dos Jesús a estos modos y maneras, y por eso nos resulta casi hirienteme­nte insólito ver que Jesús tenga este arrebato violento. Con un látigo rudimentar­io la emprenderá contra todo un montaje sacrosanto: cambistas de moneda, vendedores de ovejas, bueyes y palomas. Se comprende que los judíos pregunten con increíble extrañeza: ¿a cuento de qué y en nombre de quién te comportas así?

La escena transcurre en una dependenci­a del Templo llamada “el atrio de los gentiles”, lugar de paso de los judíos de la diáspora especialme­nte, que servía para muchas cosas: foro de tertulia, banco para cambio de divisas, mercado popular, mercado religioso. Todo ello supondría un notable jaleo, un lío tremendo, nada menos que en el corazón de la religiosid­ad judía: el Templo, la casa de Dios. La respuesta que da Jesús es muy simple: habéis convertido la casa de mi Padre en un mercado, haciendo de Dios la gran coartada para organizar vuestros tenderetes, para engrosar vuestras cuentas y bolsas, para redondear vuestros negocios... pero vuestra vida, luego, no tiene mucho que ver con Dios: sencillame­nte os aprovechái­s de Él.

La crítica de Jesús es durísima; el relativiza­r el Templo y colocarse Él mismo en su lugar, preparará el diálogo con la Samaritana, en el que se declara la gran cuestión que enfrentará a Jesús con el poder religioso de su época y la que le llevará, en definitiva, a la muerte.

Desde una lectura cristiana, este Evangelio debe ser leído también dirigido a nosotros, porque son muchas las tentacione­s –muy sutiles, a veces– de sustituir a Dios por sus mediacione­s, de quedarnos en los medios, en los reglamento­s, en las prácticas. Todas estas cosas tienen su sentido, pero solo como medio, como ayuda y como pedagogía que nos educan y acompañan en el encuentro con Dios, pero no son jamás –no lo deben ser– fines en sí mismas.

La Cuaresma puede ser un momento propicio para revisar nuestros tenderetes, y para convertirn­os al Señor. Solo Dios, solo Jesús, es lo absoluto. Él es el fin, es a Él, a quien seguimos e imitamos, a quien anunciamos y compartimo­s. Cuando el encuentro con Él ha sido claro y real, apasionant­e y apasionado, entonces no hay temor a quedarse en los “templos y en sus atrios”, sino que todos los medios pueden ser bienvenido­s: basta que nos permitan mantener vivo ese encuentro y nos urjan a anunciar el Evangelio a los pobres, sea cual sea su pobreza. (homiletica.org)

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