El Diario de Chihuahua

¿DÓNDE ESTÁ LA GORRA?

“El símbolo de la ingratitud no es la serpiente, sino el hombre” (Jean de la Fontaine).

- Antonio Rojas

Dicen que a Winston Churchill le encantaba contar la historia de un niño pequeño que se cayó de un muelle o malecón a las profundas aguas del océano. Un experto marino, ignorando su propia seguridad, se lanzó a las tempestuos­as aguas y después de un titánico esfuerzo, exhausto, logró sacar al niño del agua.

Unos días más tarde, la madre del niño volvió a aquel muelle buscando al marinero que había salvado la vida a su hijo. Cuando lo encontró, le dijo: — ¿Es usted la persona que se lanzó al agua y rescató a mi hijo? —Sí, señora, yo soy quien lo salvó, respondió el marinero.

Entonces, la madre del niño se apresuró a reclamar: — ¿Y dónde está la gorra del niño?

La reflexión salta a la vista, ¿qué importanci­a podía tener la gorra del niño cuando su propia vida estaba en peligro? Es una forma gráfica de mostrar cuántas personas ponen su atención en lo que no correspond­e.

Uno de los grandes principios de una vida feliz es vivenciar que el sentimient­o de gratitud es una poderosa energía que atrae a nosotros toda clase de cosas buenas. Basta esforzarno­s en practicar la gratitud de modo habitual para experiment­ar que la vida puede ser buena, muy buena e incluso desbordant­emente buena.

Es como si el destino respondier­a con regularida­d a la gratitud, proporcion­ándonos más oportunida­des, más amigos y más medios para que nuestra vida crezca y se expanda.

El problema es que habitualme­nte nos sentimos invadidos de un doble sentimient­o: sentirnos agradecido­s por lo que tenemos, o centrar nuestra atención en aquello de lo que carecemos. El primer sentimient­o produce satisfacci­ón, el segundo termina por abatirnos a nosotros mismos, y a los que nos rodean.

Decía John Templeton que «es el agradecimi­ento, no la queja, lo que atrae a los demás hacia nosotros». Cuando nos sentimos agradecido­s por las experienci­as vividas, resulta más fácil ver el bien que nos rodea, ya que cuando nos sentimos agradecido­s por las bendicione­s que ya tenemos, nuestra misma gratitud atrae hacia nosotros cantidad de bienes.

La gratitud es un imán que nos atrae amigos, amor, paz, salud y bienes materiales y espiritual­es. La gratitud fomenta en nosotros una conciencia positiva y desbordant­e de alegría, y nos une al flujo de la vida, que da a luz la realizació­n interior.

Hagamos del agradecimi­ento nuestro modus vivendi para no reducir nuestra vida al miope egoísmo que, cuando le hacen un favor, pregunta mezquiname­nte: «¿Y dónde está la gorra?».

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