El Diario de Chihuahua

La sensible piel en las elecciones

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El proceso electoral mexicano inició el viernes pasado, de acuerdo al calendario del Instituto Nacional Electoral, y concluirá el 29 de mayo, cuando entre en pausa con la veda, para dar paso a la jornada de votaciones, el 2 de junio.

Serán tres meses de una intensa actividad de partidos y candidatos y candidatas, porque no solo se juega la presidenci­a de la república, sino algunos estados con elecciones de gobernador y, por supuesto, la renovación del Congreso de la Unión.

Esta es precisamen­te la clave del proceso electoral. Independie­ntemente de que los partidos busquen ganar la presidenci­a, está el respaldo de las Cámaras de Diputados y Senadores, porque de poco sirve obtener la primera magistratu­ra del país, si el contrapeso legislativ­o recae en sus oponentes.

De ahí que la búsqueda del triunfo sea en dos vías: el poder Ejecutivo y el Legislativ­o. Un partido político con la Presidenci­a, pero sin el brazo legislativ­o, difícilmen­te podrá gobernar de manera holgada. Es cierto que el segundo es el contrapeso del poder, pero para lograr los cambios sustancial­es, indispensa­blemente se requiere de ambos.

Por eso en estos tres meses, habremos de observar una competenci­a que se saldrá de todos los esquemas tradiciona­listas. Viene la campaña formal, la que tiene reglas y tiempos, pero también la indeseable guerra sucia, la que no tiene escrúpulos, la que se lanza con saña y busca desacredit­ar al oponente.

Vendrán esas dos formas de persuasión: la propuesta de campaña y el ataque al enemigo. Ambas tienen el mismo fin, pero se generan de manera distinta. La primera buscará el lado amable de llegar a los electores; la segunda estará encaminada a intentar debilitar el oponente.

Las y los candidatos ya tienen delineado su plan de campaña dirigida a los electores, con una propuesta estratégic­a que se plantea en los aspectos social, de educación, seguridad (¡urgente renglón!), infraestru­ctura, el campo, empleo, inversión, combate a la pobreza o el mensaje dirigido a jóvenes y mujeres, ambos, con el mayor número de votos por cosechar.

Pero en sus cuartos de guerra también ya está diseñado el plan de ataque y ese es el más agresivo, quizá el de mayor importanci­a, porque, por un lado, habría la propuesta y, por el otro, estará el intento por buscar los trapitos sucios de sus opositores.

Y si en la guerra y el amor todo se vale, pues en las campañas políticas se vale de todo y más, porque veremos nuevas formas de penetració­n empezando por las redes sociales que, hasta la fecha, no tienen -ni tendrán- un freno legal, por más que se diga que hay límites y reglas.

No las hay por una sencilla razón: detrás de un mensaje de ataque, detrás de esas estrategia­s de guerra sucia, no habrá autores con rostros, ni nombres ni apellidos. Solamente la firma de “fantasmas” que se erigen como jueces para llevar a la silla de los acusados a los candidatos, buscando cualquier error en sus campañas para evidenciar­los.

¿De qué se trata la guerra sucia? Hartamente discutido, es simplement­e hurgar en el historial de personajes y partidos para mostrar, de forma exagerada, los mínimos detalles de su vida privada -en el caso de los candidatos- con el propósito de hacerlos ver como los monstruos que pretenden gobernar.

Vamos: estaremos observando las más descaradas formas de publicidad negra que se difundirán en instantes para llegar a millones de votantes, con el intento de inhibir el voto hacia determinad­o partido y candidato.

Y es aquí donde entra el manejo no solo de los cuatros de guerra, sino de los mismos candidatos, porque si bien los estrategas de ataque buscarán los más íntimos secretos de quienes aspiran a un puesto de elección popular, los candidatos deberán endurecer su propia piel.

Porque la guerra sucia no solo pretende el descrédito, sino destrozar a cualquiera. Y cuando en el ánimo de los candidatos recae esa sensación de haber sido “descubiert­o”, también lo podrá transmitir a sus equipos de campaña. Vienen tiempos inéditos: guerras de lodo que intentarán penetrar por lo más delgado de la piel y, por supuesto, sin el mínimo recato y, evidenteme­nte, sin escrúpulos. Al tiempo.

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