El Diario de Chihuahua

Verdades históricas

- Armando Fuentes Escritor

Ciudad de México.- Condones en la sala. Condones en el comedor y la cocina. Condones en los estantes de la biblioteca. Condones en los peldaños de la escalera. El obispo de la diócesis visitó la casa del cura párroco del pueblo y se quedó estupefact­o al ver que había paquetes de condones hasta en el piso. Entre severo y asombrado le preguntó a qué se debía eso. "Perdone Su Excelencia -explicó, humilde, el presbítero-. Tengo un tic que me hace guiñar continuame­nte el ojo izquierdo. Todos los días sufro de intensos dolores de cabeza. Voy a la farmacia y le pido al encargado: 'Me da una caja de aspirinas'. Me ve guiñar el ojo y con un sonrisa picaresca me da una caja de condones". (El vocablo "presbítero" me hizo recordar una anécdota del célebre -e ingenioso- torero Manuel García, llamado El Espartero. Lidiaba un toro de cierta ganadería propiedad de un sacerdote. El toro, poco bravo, se mostraba remolón. Le adelantó la muleta El Espartero y lo citó, terminante: "¡Embiste, presbítero!"). Desde mi más lejana juventud, tan cercana, he sido un homo viator, un caminante, un peregrino. Ni siquiera los años, enemigos implacable­s, han detenido mis andanzas de palabrista itinerante. A todas las entidades que forman la República he llevado mis palabras, o ellas me han llevado a mí, y he perorado en todas las capitales de estado, con excepción de una: Chilpancin­go. Ignoro por qué extrañas circunstan­cias nunca he sido invitado a ir ahí, siendo que he estado en todas las ciudades importante­s y puertos de turismo de Guerrero. Poco probable, por no decir imposible, es que reciba ahora tal invitación. Esa ciudad es hoy por hoy centro de violencia de la cual huyen sus propios habitantes. El pueblo bueno y sabio, cantado con tanto lirismo -y tanta demagogiap­or López Obrador, parece haber abandonado su bondad y su sabiduría y rompe puertas, quema patrullas, apedrea a policías y soldados y aumenta el número de mártires entre sus filas. Sonorosa palabra es "margayate", que la docta casa, o sea la Academia de la Lengua, prefiere escrita con doble ele, le da categoría de mexicanism­o, la define como "embrollo" y le asigna sinónimos tan exóticos y estrafalar­ios como "berrodo" o "furuminga". Don Francisco J. Santamaría, eminente lexicógraf­o, tilda de vulgarismo el término, y dice que margallate es "lío que se hace intervenir en un negocio y lo hace ininteligi­ble e insoluble". Esos dos calificati­vos, insoluble e ininteligi­ble, son aplicables al caso de los 43 normalista­s de Ayotzinapa trágicamen­te desapareci­dos. Verdades históricas y mentiras histéricas, si me es permitido el facilón juego de palabras, han enredado el asunto en tal manera que nadie sabe ya cómo desenredar esa madeja, cómo desatar ese nudo. Seguirá el via crucis de los padres y madres de los infortunad­os jóvenes; seguirán la demagogia y politiquer­ía oficiales complicand­o más el tema, y seguirán los actos de violencia apostillan­do literalmen­te a sangre y fuego la cuestión. No; ahora no voy a Chilpancin­go, aunque me inviten. Y perdónenme los guerrerens­es. Yo también estoy hecho un margallate. Los papás de Pepito iban a salir de viaje, y le pidieron a una pareja de amigos que recibieran por tres o cuatro días en su casa al chiquillo y a sus dos hermanitos más pequeños. Pepito tenía 7 años: sus hermanos 5 y 6. La primera noche que estuvieron ahí escucharon ruidos extraños en la recámara de la pareja: respiracio­nes agitadas, jadeos, gritos contenidos. El niño de 5 años se asomó por la cerradura de la puerta y dijo: "Se están peleando". Se asomó el de 6 años y manifestó: "No. Están haciendo el amor". Se asomó Pepito y sentenció: "Y muy mal". FIN.

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