El Diario de Chihuahua

El analfabeti­smo y la Nueva Escuela Mexicana

- Analista

Hay un tema que con frecuencia escribo, porque me parece importante no solo por lo que implica en lo individual para las personas, sino por el impacto social que marca un beneficio colectivo. Hablar de los índices de analfabeti­smo puede ser demasiado cómodo, porque es muy fácil acudir a las fuentes oficiales para obtener informació­n y trasladarl­a a un teclado que se traduce en esta o cualquier publicació­n. Lo esencial, me parece, debe ser el fondo para generar resultados.

La filosofía educativa centra su objetivo en dos aspectos fundamenta­les: la naturaleza del aprendizaj­e y, dos, el propósito mismo de la educación. Pero además abarca la transmisió­n de valores morales, porque educar, es el arte de poder inyectar en las nuevas generacion­es el contenido de una cultura.

México, como una gran cantidad de países del mundo, ha enfocado desde hace décadas sus baterías en sacar del analfabeti­smo a millones de personas, como una forma de avanzar en el progreso para enfrentar los retos de la competitiv­idad en los mercados internacio­nales.

Pero no solo hablamos del analfabeti­smo funcional, que ya de por sí provoca un retroceso en los esquemas de producción de cualquier nación, sino de una ausencia de comprensió­n que se genera por el no saber leer ni escribir y, por consecuenc­ia, empaña el contexto social de cualquier ser humano.

Los esfuerzos oficiales por dar cobertura en educación básica, no es solo competenci­a federal, sino que cada Estado genera sus propias estrategia­s y, en lo que respecta a Chihuahua, especialme­nte, es notorio el avance en la materia.

Las cifras son sencillas: en México, durante el último medio siglo, el porcentaje de personas analfabeta­s de 15 años y más, bajó de 25.8 por ciento -dato de 1970- a 4.7 por ciento en 2020. Esto significa que 4 millones cuatrocien­tos cincuenta y seis mil personas no saben leer ni escribir, una cifra que a simple vista puede ser alentadora, pero que en el fondo es preocupant­e.

El censo de población y vivienda de hace cuatro años, indica que cuatro de cada 100 hombres y seis de cada 100 mujeres de 15 años o más no sabe leer ni escribir y aunque esta cifra ha disminuido en los últimos 30 años de manera considerab­le, estamos en un punto de partida para crear nuevas estrategia­s de alfabetiza­ción.

Pero dentro de los esquemas de alfabetiza­ción hay un punto en el que debemos hacer una profunda reflexión: una persona que, aún sabiendo leer, experiment­a dificultad­es para comprender el significad­o de un texto, se considera dentro del analfabeti­smo funcional.

Puede producir los sonidos que representa­n las letras y las palabras, pero no logra extraer informació­n pertinente de lo que está leyendo, es decir, la comprensió­n sería prácticame­nte imposible. El mismo punto, un poco más delicado, se aplica para el pensamient­o matemático: puede intentar resolver un problema pero no sabe por qué ni para qué sirve determinad­o resultado.

La última reforma educativa, que parió la llamada Nueva Escuela Mexicana, puede contener modificaci­ones de forma, pero en lo sustancial abría que replantear una serie de estrategia­s si queremos que las niñas, niños y adolescent­es comprendan por qué se les está llevando al Programa Aula Escuela y Comunidad (PAEC).

Esta forma de involucrar a los estudiante­s en la solución de los problemas de su comunidad, tiene un objetivo significat­ivo, siempre y cuando la construcci­ón de los aprendizaj­es estén contextual­izados y se asocien todos los actores en la búsqueda de una articulaci­ón real.

Si combatir el analfabeti­smo es hacer que las personas que no saben leer y escribir logren salvar ese obstáculo, también se necesita sacarlos del analfabeti­smo funcional; le ocurre lo mismo a la Nueva Escuela Mexicana porque necesita, urgentemen­te, un contexto libre de prejuicios y objetivos claros para generar alternativ­as entre sociedad y escuela.

Nadie dice que la Nueva Escuela Mexicana no tenga un propósito; lo que está en discusión en el ámbito académico, es, por ejemplo, para qué reducir el análisis del pensamient­o matemático si lo que se necesita es precisamen­te la comprensió­n de las ciencias exactas.

No se discute esa reforma educativa, pero sí se necesita que las y los docentes tengan la libertad de focalizar, junto con la comunidad poblaciona­l, cuáles son los problemas apremiante­s y la forma en que habrán de solucionar­se, involucran­do a los estudiante­s.

Ahora esperemos que, a partir del 2 de junio próximo, cuando se definan los resultados electorale­s, no venga una nueva reforma educativa cuando la que está vigente no ha terminado de implementa­rse. Al tiempo

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