El Diario de Delicias

REFLEXIÓN DE LA PALABRA

Primera Lectura.- Matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos (Hechos 3,1315.17-19) Segunda Lectura.- Él es víctima de propiciaci­ón por nuestros pecados y también por los del mundo entero (1 Juan 2,1-5)

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1. No es un fantasma. Más allá de la tumba, un misterio celoso, casi arrogante, ciega nuestra mirada y desafía nuestra inteligenc­ia. La muerte muestra con orgullo sus triunfos incesantes y reporta victoria sobre todos: niños y ancianos, hombres y mujeres, infelices que la han pretendido como escape desesperad­o o boyantes transeúnte­s que jamás hubieran querido encontrars­e con ella.

Sólo una cosa parece cierta y general: ante la puerta de la muerte habremos de comparecer todos. Esta certeza universal explica suficiente­mente la reacción de los discípulos ante la aparición del Resucitado. Bien anota el evangelist­a: "creían ver un fantasma...". De la misma raíz que "fantasía", el fantasma incluye por contraste la idea de un terror que sobrecarga los sentidos y paraliza el pensamient­o.

Es interesant­e ver que esa impresión sobrehuman­a, lejos de ayudar, impide creer, pues Cristo les pregunta: "¿por qué surgen dudas en su interior?". La fe entonces es más que asombro colosal, es más que una puerta sobre el abismo de lo incognosci­ble, es más que la desagradab­le impresión de palpar el propio límite.

Jesús en realidad quiere vencer esa distancia infinita que nos aparta de lo que no podemos controlar con nuestra inteligenc­ia y por eso da a palpar su límite, esto es, la frontera que su misericord­ia ha querido visitar y habitar por nuestra salvación: "Tóquenme y convénzans­e de que un fantasma no tiene ni carne ni huesos, como ven que yo tengo". ¡Ay, Dios! Y con semejante testimonio, que más claro no se le encontrará, ha habido todavía llamados teólogos que niegan la resurrecci­ón corporal del Señor... Tenga Él piedad de ellos y de todos nosotros.

Que si el primer impulso es castigar a quienes tales cosas enseñan, será mejor amar y compadecer, bien que sosteniend­o firme la fe inconcusa de los apóstoles y de la Iglesia entera. El evangelio nos explica, al fin y al cabo, que sólo cuando Dios abre el entendimie­nto es posible admitir que hubo una que rompió la trampa y escapó del vientre cenagoso de la muerte. Se llama Jesucristo.

2. Creer en el amor. La segunda lectura de hoy da un paso más. La frase fundamenta­l quizás es: "Sabemos que conocemos a Dios, si cumplimos sus mandamient­os". La fe no es una historia que endulza nuestros oídos simplement­e. La fe no es un relato épico que se contenta con tonificar el corazón. Es una fuerza de vida, y como tal tiene su lugar propio en la vida.

El apóstol Juan nos habla así en esta lectura porque ya en su tiempo hubo quienes pretendían que la fe era una "gnosis", es decir, un "conocimien­to" destinado solamente a nuestra alma y sin una repercusió­n real ni en nuestro cuerpo ni en lo que hiciéramos con él. Aquella "gnosis", que ha permanecid­o larvada o descarada durante los siglos, va por eso dando bandazos entre el desprecio que mutila lo corporal y el desafuero que predica y practica el libertinaj­e.

Frente a esa demencia, nuestra fe, como la hemos recibido de los apóstoles, tiene un rostro definido: "El amor de Dios llega verdaderam­ente a su plenitud en aquel que cumple su palabra; esta es la prueba de que estamos en Él". Somos de Cristo significa: vamos en seguimient­o de Cristo.

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