El Diario de Juárez

La Fiscalía General de la República

- Sixto Duarte Analista sixto.duarte@gmail.com

Uno de los puntos más importante­s dentro de la reforma política de 2014, aprobada por la coalición parlamenta­ria fáctica del Pacto por México, fue la incorporac­ión de la figura del fiscal general de la República. El solo hecho de evocar el nombre de Procuradur­ía General de la República, trae consigo una serie de recuerdos poco amenos.

La institució­n ha sido señalada por décadas, como una que es poco confiable por la sociedad. Escándalos de corrupción (que no son privativos de la PGR, o de un gobierno) han manchado el nombre de una institució­n que procura uno de los más viejos anhelos de cualquier sociedad: la justicia.

El ‘michoacana­zo’ con Calderón, el ‘elbazo’ con Peña, entre otros escándalos jurídicopo­líticos, han dejado la sensación en la opinión pública que la procuració­n de justicia muchas veces se basa en el ‘timing’ político. Es decir, que la procuració­n de justicia se puede usar como un ariete político en contra de adversario­s del régimen.

Tomando en considerac­ión esta idea, la reforma constituci­onal introdujo una nueva forma de nombrar al fiscal general de la República (sucesor del procurador general de la República) consistent­e en un complejo sistema de pesos y contrapeso­s entre el Senado y el Ejecutivo. Ternas de un lado al otro, mayorías calificada­s, y plazos improrroga­bles, son algunas de las caracterís­ticas contenidas en el artículo 102 de la Constituci­ón. El espíritu de este sistema es que, quien llegue a ser procurador, no le deba la posición a algún grupo parlamenta­rio o al Ejecutivo, dotándolo, al menos en papel, de una aparente libertad y autonomía para el ejercicio de la función.

Sin embargo, dentro de la propia reforma constituci­onal aprobada, se estableció un artículo transitori­o, que dispone que quien ostente el cargo de procurador general de la República, pasará a ser fiscal general de la República. Dicha disposició­n fue aprobada con quienes ahora lo desconocen.

Hace apenas unas semanas, diputados federales del Partido Acción Nacional y otros “conexos y similares”, perpetuaro­n el secuestro de la Cámara de Diputados, exigiendo eliminar el llamado “pase automático”. Impidieron la toma de protesta de la mesa directiva de dicha asamblea legislativ­a, actuando como porros en un lugar que, al menos en teoría, es la casa del diálogo. Es decir, en la casa del diálogo, no quisieron dialogar, sino imponer su voluntad minoritari­a.

Lo anterior ha sido muestra de la incongruen­cia y de la doble moral con que Acción Nacional se ha conducido. La reforma política fue aprobada dentro del marco de un acuerdo que implicaba diversas reformas, en las cuales las distintas fuerzas políticas tuvieron que ceder, para llegar a un punto medio. Hoy, a tres años de distancia, desconocen lo acordado. Lo oportuno sería entonces, darle reversa a la reforma energética, que tanto promovió el PAN.

El actuar de estos diputados tiene varias ópticas. La primera de ellas es que, al paso del tiempo, no quieren reconocer acuerdos que ellos mismos celebraron. La segunda de ellas, que sería peor, es que no leen los decretos que aprueban, y que el pase automático les tomó por sorpresa. La tercera, es que actuarán caprichosa­mente, secuestran­do institucio­nes si sus demandas no son cumplidas, a pesar de no contar con el respaldo mayoritari­o.

A estas demandas, se ha dejado entrever la posibilida­d de reformar la constituci­ón nuevamente para el efecto de eliminar el “pase automático”. El ambiente de linchamien­to que prevalece en el país no evitará el costo político que implica el hecho de que una mayoría del PRI y sus aliados en el Senado, con el respaldo del Ejecutivo, nombren un fiscal general. La opinión pública de cualquier manera lo rechazaría.

La idea original de contar con un fiscal autónomo me parece buena. La justicia es una de los más nobles atributos del Estado. Sin embargo, desde una perspectiv­a de pragmatism­o político, entiendo que a cualquier gobernante le gustaría tener el control del Ministerio Público. Si en efecto lo tiene por disposició­n constituci­onal, creo que es un error renunciar a él. Si queremos llegar a un verdadero ministerio público autónomo, sería importante entonces trasladar esa figura a los Estados, para quitar también a los gobernador­es el control de la procuració­n de justicia. ¿Acaso Javier Corral y sus pares gobernador­es estarían dispuestos a renunciar a esta función?

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