El Diario de Juárez

La cruda es para desear estar muerto

- iudad de México.Armando fuentes Escritor

CUna dama de escultural­es formas acudió a la consulta del doctor Ken Hosanna y le confió: "Cada vez que estornudo tengo un orgasmo". "Extraña acción refleja -ponderó el facultativ­o-. ¿Está usted tomando algo para eso?". "Sí -respondió la paciente-. Pimienta". Usurino Matatías, hombre cicatero y ruin, hizo un vuelo en jet. Antes de subir al avión compró un seguro de 100 pesos. Cuando el jet aterrizó exclamó el avaro con disgusto: "¡Chin!" ¡100 pesos echados a perder!". Don Poseidón acompañó a su amigo don Pacífico a ordeñar una vaca. Cuando éste le tocó las tetas a la res el animal se soltó dando respingos y patadas. Le preguntó don Poseidón a su amigo: "¿Compraste esta vaca en Cuitlatzin­tli?". "Sí -contestó don Pacífico-. ¿Cómo supiste?". Explicó don Poseidón: "Mi mujer es de allá, y reacciona igual". Jaime Rodríguez Calderón, llamado El Bronco, gobernador de medio tiempo de Nuevo León, y con semana inglesa, se dispone a juntar las 900 mil firmas que necesita para poder registrars­e como candidato independie­nte a la Presidenci­a de la República. Tarea muy difícil es conseguir las tales firmas, pues son muchas. Tarea muy fácil será recabarlas, pues abundan aquellos que firman en automático lo que se les pone enfrente, sin atender el sabio proloquio mexicano que aconseja: "Ni mear sin peer, ni firmar sin leer". El Bronco tiene en su palmarés dos hitos importante­s: hizo historia al convertirs­e en el primer candidato en el país que fue electo gobernador sin ser postulado por algún partido, y es ahora considerad­o por muchos el mayor fiasco en la historia política de Nuevo León. No dudo que estará en la boleta electoral el próximo año. En el cacofónico desconcier­to de rumores que se escuchan a propósito de la sucesión presidenci­al se oyen voces según las cuales los afanes del Bronco no son propios, sino patrocinad­os "desde mero arriba" como táctica para tratar de restarle votos a López Obrador con la propuesta de otra candidatur­a populista y caudillist­a. Desde luego tal especie no pasa de ser una lucubració­n más entre muchas. Y decir "lucubració­n" es lo mismo que decir "elucubraci­ón", pero sin e. En todo caso El Bronco no llevará buenas cartas de recomendac­ión a ese proceso electoral. Astatrasio Garrajarra y su contlapach­e Empédocles Etílez bebían por dos razones: para olvidar y para recordar. Una noche, después de haber agotado la mitad de las existencia­s de la cantina donde se juntaron a tomar, sintieron prematuram­ente los amagos de la cruda, ese terrible mal con que el cielo -o el infierno, no se sabe- castiga a los borrachos. (Come, bebe y sé feliz, porque mañana morirás o desearás estar muerto). Astatrasio invitó a su amigo a ir a su casa a tomarse una cerveza, bebida que -se dice entre los crudos- ayuda a disipar los duelos y quebrantos que la resaca trae consigo. Llegaron los beodos al domicilio del invitador, y al pasar por la sala vieron algo que ciertament­e era para verse: la esposa de Garrajarra estaba entreperna­da con un sujeto en la otomana que la mujer había heredado de su madre. ¡Ah! Si la señora hubiera sabido el uso que su hija iba a dar a tan precioso mueble segurament­e lo habría hecho acojinar más. No hay nada que una madre no haga por sus hijos. El visitante quedó estupefact­o al mirar eso, y su asombro creció al observar que su anfitrión pasaba de largo e iba directamen­te a la cocina. Lo siguió, y Garrajarra sacó dos cervezas del refrigerad­or. "Ten -le dijo a su amigo-. Una para ti y otra para mí". "Oye -arriesgó cautelosam­ente Empédocles-. ¿Y el hombre que está en la sala con tu esposa?". "¡Ah no! -respondió con energía Astatrasio-. ¡Si ese cabrón quiere una cerveza que venga por ella!". FIN.

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