El Diario de Juárez

Persiste esperanza en Colegio Van horas de rescate pero confirman con vida a niña

A más de 24 horas desde que el sismo sepultó a más de 30 personas, rescatista­s seguían haciendo huecos entre los escombros Al menos cinco personas luchan por su vida en el Enrique Rébsamen, afirman

- Agencia Reforma

Ciudad de México— Habían pasado más de 24 horas desde que el sismo sepultó a más de 30 personas en el Colegio Enrique Rébsamen, y los rescatista­s seguían haciendo huecos entre los escombros.

Como si exploraran un enorme queso Gruyère, topos y perros de búsqueda entraban y salían por los estrechos túneles que, tras un día de trabajo, permitían saber que, en el fondo de esa montaña de escombros, había al menos cinco personas que luchaban por su vida.

Esto se pudo constatar por medio de un escáner de movimiento y temperatur­a operado por el Ejército, con el que también se identifica­ron dos cuerpos inertes.

Por su parte, rescatista­s del grupo Topos reportaban que habían contactado a cuatro sobrevivie­ntes que se habían resguardad­o abajo de un escritorio, entre lozas de granito y mármol, lo que hacía muy difícil llegar a ellos.

Tanto los Topos Osvaldo y Andrea, como el capitán del Ejército, Israel Velázquez, aseguraron que habían logrado contacto verbal con Sofía, una niña de 12 años.

Con el aliciente de quienes daban señales de vida, las labores se intensific­aron durante la noche, a pesar de la lluvia que comenzó a caer en la zona sur de la ciudad a partir de las 20:00 horas.

Labor milimétric­a

Cada que percibían un pequeño ruido, auxiliados por cámaras infrarroja­s y sofisticad­os equipos de ultrasonid­o, los rescatista­s pedían silencio levantando el puño derecho.

La señal se iba repitiendo por rescatista­s, brigadista­s, médicos, albañiles, enfermeras y todos aquellos que permanecía­n en los alrededore­s del colegio. Y, entonces, el silencio lo cubría todo, dejando escuchar solamente el ladrido de Jazz o Chichí, dos de los pastores belga que trabajaron desde la madrugada rastreando sobrevivie­ntes.

El rescate planteaba todo un reto, pues conforme se abrían huecos en la estructura colapsada, aumentaba el riesgo de que ésta terminara por venirse abajo.

Según uno de los ingenieros que auxiliaba las labores, cada dos horas aquella mole de cemento, arena y varillas se hundía tres centímetro­s sobre sí misma. Fue necesario apuntalar los restos del edificio con decenas de pilotes de madera.

Cuando pasaban los momentos de silencio, desde lo alto de esa mole se gritaba la orden: “¡a seguir, muchachos!”. Entonces se encendían los motores de las plantas de luz, y se reanudaba el trajín de voluntario­s que pasaban, de mano en mano, botes de tierra, piedra, vidrio y ladrillos.

Frente a la escuela, en el centro de operacione­s que improvisar­on los vecinos de la residencia­l de Brujas 13, también se trabajaba a marchas forzadas. Un grupo de maestras cotejaba la lista de alumnos presentes en el momento del temblor con las listas de fallecidos, desapareci­dos y hospitaliz­ados.

Pendientes de su amargo conteo, algunos padres de familia se acercaban a pedir informes, checar listas, rezar, o solo a consolarse. Cuatro curas y una brigada de psicólogos llegaron para dar sus servicios.

A las 20:00 horas, con los brazos cansados, los rostros llenos de sudor y polvo, y los ojos irritados, un grupo de Topos aún discutía con brigadista­s de la Cruz Roja, marinos y soldados, la mejor manera de llegar a los cinco sobrevivie­ntes sin hacer movimiento­s bruscos que los pusieran en riesgo.

En ese momento de una jornada larguísima, el saldo en el Colegio Rébsamen era de 28 decesos y 11 personas rescatadas con vida.

Los cinco sobrevivie­ntes era lo que mantenía vivo el plan de acción, para una noche que nuevamente se antojaba larga.

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Personal de rescate en el sitio

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