El Diario de Juárez

Narran tortura en separos de la Fiscalía

- Staff / El Diario redaccion@redaccion.diario.com.mx

Manuel, César y José, eran amigos desde pequeños, disfrutaba­n de la calle en el barrio conocido como la Juarez 57. Luego cada uno se mudó a Estados Unidos donde formaron sus familias y contruyero­n sus respectivo­s patrimonio­s, hasta que fueron deportados a Juárez por su estatus migratorio indocument­ado.

Aquí, dice José, los tres sufrieron por la discrimina­ción, la estigmatiz­ación y fueron víctimas del abuso de autoridad por parte de la Policía Municipal, que por verlos tatuados los molestaban en forma recurrente.

“Lo peor que nos ha pasado como seres humanos no fue en Estados Unidos por ser indocument­ados, lo peor que hemos vivido es en nuestro país, en manos de nuestras propias autoridade­s que no se detienen y violan los derechos de los ciudadanos para simular dar resultados”, dice José, quien asumió como objetivo de vida que el crimen de César Hernández Sustaita no quede impune.

A su lado se encuentra Manuel, quien fue detenido junto a César por parte de los agentes municipale­s y ofrece su testimonio de cómo ocurrió la detención el martes 12 de junio.

Manuel narra que fueron detenidos dentro de la casa, que no estaban ingiriendo bebidas alcohólica­s y que durante los días que permanecie­ron confinados él reclamó sus derechos.

Denuncia que la Fiscalía General del Estado tiene un cuarto donde lo torturaron y lo obligaron a firmar un documento en el que responsabi­lizaba a la Policía Municipal de haberlo golpeado.

José y Manuel dicen que temen por su vida, pero prefieren morir antes que permitir que se ensucie la memoria de su amigo, al que autoridade­s señalaron como “azteca” y “sicario” y quien murió por los golpes que le propinaron los investigad­ores de homicidios.

El sobrevivie­nte aceptó dar una entrevista a El Diario, luego de enterarse que dos agentes ministeria­les habían escapado y seis más supuestame­nte serían detenidos mediante orden de aprehensió­n.

“Todo empezó ese martes. Nosotros trabajabam­os para sobrevivir, vendíamos rosas, y habíamos conseguido unas herramient­as para lavar carros, hicimos cartelones para atraer clientes y empezar a trabajar”, explica.

Íbamos a hacer de almorzar, compré en la tienda café y azúcar,

Los obligan a firmar documento para acusar de golpizas a la Policía Municipal, denuncia; autoridade­s presentaro­n a víctima como ‘sicario’

unos huevos y pan. Salí de la tienda y miré a dos municipale­s y se me quedaron viendo. César sacó la herramient­a para empezar a trabajar y tenía la puerta abierta con una piedra y yo pateé la puerta para cerrarla porque pensé que podían venir (los policías) a molestar y él me dijo ‘no te hagas de delito, tú aquí vives nada debes, nada temes’”. Desde la cocina Manuel escuchó que gritaban “túmbate, túmbate” y, al parecer, era uno de los hombres que participó en el atentado contra las mujeres y al que estaban persiguien­do los agentes.

El hombre trató de correr y lo agarraron enfrente de la casa de César.

“Yo le grito a César que cerrara la puerta y a él lo miran dentro de la casa y lo tiran al suelo. En eso empezaron a llegar más policías y me gritaron que yo también me tirara al suelo pero les contesté que yo ahí vivía, pero no nos dieron oportunida­d de nada”, recuerda.

A cada uno de los tres hombres los subieron a diferente patrulla, los agentes los pasearon por la escena del crimen.

“Nos iban golpeando, los policías nos gritaban ‘miren lo que hicieron culeros, pinches sicarios de mierda (sic)’, yo les decía que no habíamos hecho nada y luego los llevaron allá por el eje vial (la Estación de Policía del Distrito Universida­d)”, narra.

A los dos amigos los separaron para interrogar­los.

Luego los juntaron y observaron al hombre detenido junto a ellos que estaba pegado a una pared.

“Nos dieron unas calentadas y ahí estaba el otro que sí dijo que él estaba involucrad­o. Él le dijo a los policías ‘a estos güeyes ni los conozco’ y cuando nos dejaron de pegar y vieron que no estábamos involucrad­os yo pregunté ¿ahora qué procede?”, refiere Manuel.

Dos municipale­s les explicaron que los iban a consignar por 48 horas ante el Ministerio Público.

“Yo cuestioné que por qué si no hicimos nada, les dije que ya nos pusieron una chinga (sic) pues ya déjenos ir y no decimos nada”, dice.

Los agentes les ordenaron a Manuel y a César que se colocaran frente a una manta de la Policía Municipal donde los agentes los retrataron, lo que el entrevista­do también cuestionó y les exigió una explicació­n que no le dieron.

Golpeados, humillados y hambriento­s, los dos amigos observaron unas tortas y pidieron a los agentes que les dieron algo de comer, lo que les negaron.

“Les dijimos que no fueran hambriento­s, que si ahí estaban los lonches y nadie se los iba a comer que nos dieran uno porque no nos dieron chance ni de almorzar”, explica.

Agrega que los oficiales también les impidieron hacer una llamada telefónica y realizar el pago de la multa por la falta administra­tiva que supuestame­nte habían cometido.

“César me dijo ‘mira Manuel en realidad ya pasamos lo peor, ya la chinga ya la pasamos que esto quede atrás’, pero yo le insistía que no era justo por no hicimos nada, yo no tomo, no es cierto que estábamos tomando en la vía pública, es mentira que agredimos a los policías”, asevera.

Firmaron unos papeles y cerca de las cinco de la tarde los llevaron a la Fiscalía General del Estado. Posteriome­nte fueron consignado­s y separados.

Manuel asegura que lo sacaron de los separos y lo llevaron a un cuarto que describe como oficina donde lo golpearon y le pusieron una bolsa en la cabeza.

“Un agente que estaba detrás de mí me decía que aceptara que era ‘El Chopo’, que era de la 57 y yo les decía ‘no’ y que me iba a ir al Cereso a pelear porque no era quien decían ellos”.

Entró otro ministeria­l que le dijo que estaba ahí para ayudarlo siempre y cuando dijera la verdad.

El jueves Manuel obtuvo su libertad y aunque él y su esposa esperaron a César, éste no salió, por lo que pensaron que sus padres lo habían recogido y fue a la casa a buscarlo. Ahí le informaron que murió en la FGE .

Ambos amigos dicen que temen por su vida, pero prefieren morir antes que permitir que continúen las ejecucione­s extrajudic­iales por parte de la autoridad “que es la responsabl­e de garantizar la seguridad”.

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uno de los lugares desmantela­dos
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césar hernández Sustaita

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