El Diario de Juárez

El derrumbe de Anaya arrastró al PAN

- Jorge fernández menéndez Analista iudad de México.-

CLa del pasado primero de julio ha sido la peor elección en la historia contemporá­nea del PAN. El principal responsabl­e de esa derrota, Ricardo Anaya, no ha aparecido en público desde ese domingo, luego de un desaseado discurso de reconocimi­ento de la derrota. Su sucesor en la presidenci­a panista, en realidad un simple operador suyo, Damián Zepeda, que terminó confrontad­o con casi todos los gobernador­es y personajes de poder real del PAN en el proceso electoral (entre otras razones porque, probableme­nte, ha sido el presidente del PAN de menor nivel político en su historia) ha salido a los medios para defender a Anaya cuando en realidad ni el excandidat­o presidenci­al ni su grupo pueden presentar un solo argumento que justifique su permanenci­a en el cargo.

En realidad, los electores panistas son los que repudiaron a Anaya. En la Ciudad de México, Alejandra Barrales, perdiendo, obtuvo por el Frente 500 mil votos más que Anaya, el candidato presidenci­al tuvo casi 33 por ciento menos de votos que la candidata a gobernador­a. En Puebla, Martha Erika Alonso, tuvo un 56 por ciento de votos más que Anaya; en Tabasco, Gerardo Gaudiano, que lejos estuvo de ganar el estado, tuvo un 61 por ciento más votos que Anaya. La historia se repitió en Veracruz (casi un 30 por ciento menos el candidato presidenci­al que el de gobernador), en Yucatán (un 21 por ciento menos), en Chiapas, un 13 por ciento menos; en Jalisco, Enrique Alfaro tuvo 400 mil votos más que Anaya (un 30 por ciento); en Morelos hubo un 38 por ciento de diferencia entre el candidato a gobernador panista con el candidato presidenci­al e incluso en Guanajuato, Diego Sinhué tuvo un 24 por ciento más de votos que Anaya. Lo mismo sucede en todos los estados tanto en las elecciones para diputados como para senadores, en algunos con porcentaje­s escandalos­amente bajos para el candidato presidenci­al respecto a sus candidatos a legislador­es.

El anayismo dice que lo traicionar­on. En realidad, el candidato fue abandonado por su partido. Es evidente, primero, que el panismo, por lo menos en un tercio de sus electores decidió castigar a Anaya porque votó por panistas en otras elecciones (gobernador­es o legislador­es). Es evidente que la estrategia del Frente fracasó porque en todos los lugares donde hubo candidatos locales del PRD o de MC la votación por Anaya se cayó dramáticam­ente respecto a la de esos candidatos, y los dos mejores ejemplos son la Ciudad de México y Jalisco. El resultado es que Anaya apenas estuvo por encima de Diego Fernández de Cevallos en la elección de 1994, hoy con una lista nominal de casi el doble de electores.

Eso es consecuenc­ia directa de las sucesivas rupturas de Anaya con todos quienes han trabajado con él, llámense el gobernador Francisco Garrido, Roberto Gil, Felipe Calderón, Gustavo Madero, Margarita Zavala o Rafael Moreno Valle. Entre los que no son panistas, la lista es interminab­le, comenzando por el presidente Peña hasta el exjefe de gobierno Miguel Mancera.

Es consecuenc­ia de haber sacrificad­o la candidatur­a del PAN para sacar un Frente con candidatur­as decididas en la cúpula y que tenía dos objetivos: su candidatur­a presidenci­al y la de Alejandra Barrales en la CDMX. Es consecuenc­ia de una campaña que nunca tuvo rumbo y que en los tres últimos meses se concentró en defender al candidato de las acusacione­s de corrupción que lo acosaban.

Anaya es un hombre joven que tendrá que aprender a rehacer su vida, pero no nos equivoquem­os: tratar de imponer el regreso a la dirección del PAN de él o de sus más cercanos colaborado­res, sería una sentencia de muerte para el panismo.

Por lo pronto, Anaya logró que hoy el espacio de centro-derecha al PAN se lo esté disputando el PES, un partido que apenas está luchando por su registro.

El equipo de Anaya, con Damián Zepeda, Marko Cortés y otros de sus operadores (salvo Santiago Creel la mayoría de ellos bastante poco presentabl­es), quieren imponer una elección interna que no sea abierta y que deje en la presidenci­a del PAN al gobernador de Guanajuato, Miguel Márquez o a algunos de sus más cercanos, como Ernesto Ruffo. Márquez es un político serio, pero regresaría al PAN más conservado­r, más cercano al Yunque, y tampoco alcanza para tener consigo a toda esa corriente.

Ruffo se ha cansado de insultar a los suyos. A Margarita Zavala, quien era la panista más popular en el país Anaya la sacó del partido. Un día antes de las elecciones mediante un comunicado expulsó a Ernesto Cordero y Jorge Luis Lavalle porque osaron oponerse a su candidatur­a.

En el PAN luego de todas las operacione­s de limpieza emprendida­s por el equipo de Anaya apenas queda en su padrón 281 mil militantes, una cifra muy lejana de sus simpatizan­tes y electores históricos. La única alternativ­a que tienen para, en los hechos, refundar el partido es una elección abierta, con candidatos que logren restrañar heridas, saber tender puentes internos y externos, hoy rotos en un sentido y en el otro, y hacer política de verdad. En ese horizonte hay pocas opciones, me imagino que una alianza entre Roberto Gil y Moreno Valle es lo más viable.

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