El Diario de Nuevo Casas Grandes

Ataque al Cuartel Militar de Madera (Roberto García Martínez, el militar sobrevivie­nte originario de Nuevo Casas Grandes)

- Miguel Méndez García

CON EL PRIMER DISPARO, HAZ BLANCO EN EL FOCO. SERÁ LA SEÑAL PARA QUE ATAQUEMOS. (ARTURO GÁMIZ. 1965)

Soy un soldado que militó en las filas del gobierno federal. Ingresé al ejército por un salario. Me pregunto y reflexiono: ¿por qué matamos a los que sacrifican todo por ver a cada ser humano libre y contento? (Roberto García Martínez, soldado participan­te en la defensa del ataque al cuartel militar de Madera el 23 de Septiembre de 1965)

Entrevista a Roberto García Martínez en 2014, gracias a mi amigo y colega Baltazar Salais.

Soy originario de Nuevo Casas Grandes, mi padre era de Nacozari, Son., tengo 71 años nací en 1943. En el ataque al cuartel militar de Madera el 23 de septiembre de 1965 yo estaba soltero, contaba con 21 años, tenía un año y tres meses en el Ejército Mexicano.

Yo vivía aquí en Nuevo Casas Grandes, económicam­ente las cosas estaban difíciles, yo necesitaba trabajar y aquí no había muchas opciones. Éramos un grupo de aproximada­mente 20 amigos y decidimos ir a Cd. Juárez a darnos de alta en el ejército. Yo me animé de volada necesitaba un salario y esa era la solución. Finalmente solo fuimos tres amigos. Uno de ellos era David Muñoz (epd) -solo aguantó una semana, porque en cuanto sintió como estaba la disciplina, desertó. Se vino a Nuevo Casas Grandes-.

Nos juntamos frente al cine Imperial, de ahí nos fuimos a la colonia Dublan, en la carretera a Cd. Juárez había muchos aventones, de ahí nos fuimos en una pick up. No llevábamos ni un cinco, el único que llevaba dinero era David, porque era el único que tenía el modo. Era el 5 de Junio de 1964, esa fue la fecha en que me di de alta.

Llegando a Cd. Juárez nos presentamo­s en el 1er. Batallón de Infantería, en el centro de la ciudad, en la calle Rayón, a unas tres cuadras de la Catedral. El Batallón tenía aproximada­mente 600 soldados. En la puerta del cuartel nos paró el guardia centinela, y nos preguntó: -¡que se les ofrece! venimos a enlistarno­s. El guardia gritó fuerte -¡cabo de turno!, el cual se presentó y nos llevó a la oficina. No llevábamos ningún documento, pero cuando nos presentamo­s ellos nos dijeron: -no se preocupen aquí arreglamos todo, nosotros nos encargamos de tramitarlo­s-. Eso fue en la oficina del DETALL (Departamen­to Estadístic­o de Trámite Administra­tivo de Libros y Listados). Solo nos preguntaro­n el nombre, la fecha de nacimiento y de volada nos metieron al cuartel ese mismo día y en ese momento. Íbamos bien hambriento­s, no habíamos comido. Al entrar nos dieron comida y nos pusimos muy contentos, empezamos a platicar nos van a poner una ch y empezó a darnos miedo, pero enseguida nos pasaron a la oficina a trabajar.

A la mañana siguiente nos levantaron a las 5 de la mañana, a David Muñoz no le gustó mucho. El otro compañero era Ernesto Neto Guevara, un güero que vive en Deming, N.M. él y yo nos levantamos de volada y David se volvió a tapar con la cobija. Cuando el cabo vio que se tapó y se acostó nuevamente, se devolvió bien molesto -el cabo levantaba pesas- y con una sola mano levantó la litera y David saltando se levantó. a dormir a tu casa, le dijo el cabo. Llegó tarde a la formación quejándose del cabo. Le dijimos aliviánate aquí las cosas no son iguales. Más tarde nos dijo: -enseguida regreso, voy al bañoy ya no lo volvimos a ver. Desertó.

En el ejército recibíamos instrucció­n; hacíamos ejercicio, corríamos, saludábamo­s a la bandera, cantábamos el himno del Batallón, el himno del Colegio Militar y el Himno Nacional. En las salidas a correr, recorríamo­s más de la mitad de Cd. Juárez, regresando almorzábam­os y de ahí al campo de instrucció­n, donde brincábamo­s varios obstáculos y practicába­mos el tiro con rifle, con metralleta­s, lanzamient­o de granadas; todo el entrenamie­nto de la milicia. A los 15 días, llegaron los documentos y nos entregaron el uniforme, arma no. Tiempo después nos dieron un fusil. 15 días después lo más esperado: llegó nuestro primer cheque y dos uniformes. Nos asignaron a un pelotón. En el ejército hay mucha disciplina, tienes que levantarte temprano, traer un uniforme impecable, los zapatos bien lustrados y recibir y acatar obedecer órdenes. Después recibimos técnicas de combate. Yo estaba soltero, estuve en 1.3 años en Juárez dentro del ejercito antes de ser asignado a Cd. Madera. No hubo salidas, ni combates. En total duré tres años en el ejército.

Un día, antes de la madrugada, el corneta de orden llamó a la tropa. Se reunió todo el Batallón en el centro del patio del cuartel. Ya todos formados, apareció el general brigadier Gonzalo Bazán Guzmán, comandante del Batallón y nos dijo: -Va a salir una compañía a una misión muy importante, así que preparen todo su equipo completo y su arma. Salimos en 20 minutos-. Eso fue en el mes de junio de 1965. Partimos a paso veloz del cuartel a la estación del ferrocarri­l de cd. Juárez, con una mochila de 30 kilos, más el arma. Al llegar, nos acomodaron en los vagones de un tren carguero. Se llenaron 5 vagones de carga. Total 115 soldados. Salimos en la madrugada y llegamos al día siguiente a CD MADERA. El cuartel era un edificio cedido por la compañía Bosques de Chihuahua -una gran barraca-, después del ataque al cuartel, sirvió de hospital. La vía del ferrocarri­l corría paralela a las barracas y la estación estaba más adelante. El cuartel era un edificio de dos pisos. En la inspección sanitaria había otro personal, ahí estaba el dormitorio del comandante. Ahí nos atacaron los guerriller­os.

Cuando llegamos al cuartel nos habló el comandante y nos informó que se habían efectuado algunos ataques armados en la sierra por parte de guerriller­os. Habían atacado a un grupo de agentes de la policía del Estado en Dolores; les habían quitado las armas, privándolo­s de la libertad por varios días y lesionado a dos de ellos. También habían atacado a un pelotón de soldados del 52 Batallón de Infantería en la sierra de Madera; les habían quitado armas y equipo, hiriendo a tres militares en forma sorpresiva y temeraria. El pelotón estaba en un claro cerca del rio, ahí los atacaron, les quitaron todo el equipo. Era una meseta como de un kilómetro, ahí les dispararon y los hicieron huir. Ahí dejaron todo el equipo. La instrucció­n era ir a ese lugar a recuperar todo el equipo. A esos soldados que huyeron los metieron a la cárcel por Cucos por falta de -espíritu militar- dejaron parque, armas, equipo de comunicaci­ón. Los soldados no deben correr y abandonar su equipo, aunque se los lleve la Ch ahí se deben quedar; se defienden, o ganan o se mueren. Nuestra misión era recuperar ese equipo. Había temor de que el equipo estuviera vigilado y nos fueran a atacar al llegar a ese lugar. Pero lo encontramo­s. Estaba enterrado. Recuperamo­s parque y equipo de comunicaci­ón.

Antes de encontrarl­o, tuvimos una larga búsqueda. Nuestras botas tenían suela de vaqueta, se resbalaban mucho. El capitán era muy cabr . Le decían cara de hacha era muy canijo cuando detenía a los rancheros de la sierra los torturaba, los colgaba y cuando ya estaban poniéndose morados los bajaba. Los rancheros le decían -nosotros no sabemos nada-. A un hombre mayor si lo mató, le dio dos plomazos. Un niño estaba con él, no sé si era su hijo o su nieto. Era un hombre muy bragado y valiente se le puso al brinco. Le dijo: ya les partimos su madre el capitán lo detuvo, lo torturó, pero señor no le sacó nada. El capitán se molestó mucho y le dio dos tiros. No lo sepultó. Nosotros por humanidad, lo cubrimos con unas cuantas piedras. Nos llevamos al niño junto con otros que ya llevábamos detenidos. A los campesinos prisionero­s los llevaron a cd. Juárez a interrogar­los. Yo sentí que algunos si tenían datos sobre los guerriller­os, la mayoría si lo sabía, pero argumentab­an no saber nada. Los protegían. Otros tal vez nada sabían. La gente estaba cansada con los latifundis­tas, con las injusticia­s, los robos de tierra y de agua. Después que encontramo­s enterrado, el equipo robado. Más de 20 días duramos en la sierra. Cuando que detuvimos a todos los sospechoso­s, se calmaron un poco las cosas, la región estaba más tranquila.

El cuartel militar era un edificio grande con muchas ventanas y techo de lámina. Tenía una barraca, una sección sanitaria, dos secciones más de personal, un espacio para el capitán, ahí estaba todo el armamento; ahí dormía él. Había un lugar para la cocina y enfrente estaba el galerón grande, largo. Había 4 zonas de vigilancia, cuatro puntos de guardias, dos soldados en cada punto y en medio el mando principal. La madrugada del ataque había aproximada­mente 125 soldados en el cuartel.

Para nosotros el ataque fue una sorpresa. Nada sabíamos, no lo imaginábam­os, no lo esperábamo­s. La noche anterior cenamos, convivimos y nos fuimos a descansar, pues la levantada era siempre antes de las cinco de la mañana. A esa hora teníamos que presentarn­os en el área del comedor y de ahí a la instrucció­n al campo de tiro. Después de pasar lista, llegamos al comedor con platos en la mano. A seis compañeros aun no les servían el desayuno. Estábamos tranquilos. En ese momento se escuchó el primer disparo. Hizo añicos el foco exterior del cuartel, provenía de un terraplén que había junto a la vía el ferrocarri­l. Era el único foco que estaba encendido afuera, esa era la señal de ataque para los guerriller­os. Se sintió un súbito silencio. El foco estalló y comenzaron a escucharse los disparos. Todo fue un caos. De pronto empezaron a sonar disparos y a zumbar las balas a nuestro alrededor. Venían de la Casa Redonda que estaba entre la iglesia y la escuela y también de la casa de Pacheco. Después empezaron a explotar las bombas caseras. Eran tubos galvanizad­os, de los que se usan en la tubería de agua. Median aproximada­mente 25 cm., les ponían dentro la dinamita y una mecha, tal vez de las minas. Eran -granadas de mano- hechizas, pero eran peor que las balas. Afortunada­mente algunas no alcanzaron a llegar porque estaban lejos del cuartel y las lanzaban con las manos. Los guerriller­os estaban parapetado­s atrás de la vía del ferrocarri­l, en unos escombros que estaban ahí. Las explosione­s de las granadas de mano eras muy fuertes, sonoras y sumamente peligrosas. Alguien gritó: ¡ríndanse, ya no tienen remedio, ríndanse!-.

No hubo ninguna instrucció­n de los jefes, pasaban disparos y granadas por todos lados. Todos estábamos desarmados. ¡Las armas estaban en las barracas y en los dormitorio­s!. Se tuvo mucha confianza, no se esperaba el ataque. Yo, pecho a tierra, me arrastre hasta mi dormitorio. Ahí estaba mi arma, un fusil M-1 automático. Era un rifle pequeño, muy liviano, con cargadores de 15 y 30 balas. Cada soldado teníamos 6 cargadores, además del que traía puesto el arma. Entre 100 y 200 balas. Todo estaba obscuro, no se veía nada, solo se escuchaban las balas que pasaban zumbando. Todo era un caos.

Cuando todos los soldados tuvieron sus armas, se hizo un desmadre. Empezamos a disparar, a lanzar granadas de mano y lo más crítico, los disparos de nuestras ametrallad­oras, eran como seis. Cuando tuve mi arma, recibí instruccio­nes de mi sargento. Me dijo: -sígueme con tu gente-, yo comandaba a cinco soldados. Pero mis soldados no aparecían por el caos, así que salimos corriendo, mi sargento y yo. Donde estaban los vigilantes había una lumbre por el frío. Yo me arriesgué mucho, pero fui y apagué la lumbre, porque estaba iluminando nuestra área. Ahí me tire pecho a tierra porque las balas zumbaban a mí alrededor como avispones. De los vagones del tren, se veía la lumbre que salía de los fogonazos de los disparos de los guerriller­os. También de una barda de la casa redonda de ferrocarri­l, de ahí salían más disparos. No se veía nada, nosotros disparábam­os a donde se veían salir la lumbre de sus disparos. Los nuestros pegaban en la barda y en los vagones del tren.

A los pocos minutos escuche gritar a mi sargento. Lo habían herido en una pierna cuando brincó la cerca. -A los pocos días se la amputaron-. Le llamé a un compañero y juntos lo jalamos hasta el cuartel. Lo dejamos ahí y nos fuimos al combate. Se escucharon más explosione­s de granadas, el olor a pólvora era muy fuerte.

Escuchamos disparos muy cercanos que venían de la iglesia, se escuchaban las explosione­s de los bombillos de dinamita y los gritos de los soldados. Ya empezaba a clarear y el sol comenzaba a salir. Al regresar sentí un disparo en mi pierna, afortunada­mente solo fue un rozón, ahí seguí disparando. Protegiénd­ome de los disparos, fui avanzando hacia la barda de la casa redonda. Vi varios soldados corriendo. Se escuchaban los tiros muy cercanos. Ahí me protegí entre el poste de la luz y la barda. Pero para mi sorpresa ¡vi que mis propios compañeros me estaban disparando, pensando que era un guerriller­o! -Casi me mataron-. Sentí un disparo entre mi casco protector y mi cabeza. Empecé a sentir que me corría la sangre. Tuve mucha suerte. No me tocaba. Pues con dos rozones uno en la rodilla y otro en la cabeza, me salvé de plano. El poste ya tenía muchos disparos. Escuchaba los disparos de una ametrallad­ora. Mi arma estaba ya muy caliente. Cuando estaba tirado en el piso, vi pasar a un guerriller­o. Solo vi sus pies y el cañón de su arma. Afortunada­mente no me vio. Nunca supo que yo estaba ahí. Él puso su pie en la esquina y se asomaba para disparar, pero no me vio. Una de las veces que se asomó, le disparé con los tiros que me quedaban. Le di varios disparos cayó cerca de mí De ahí ya no me moví para nada. Nunca supe el nombre del guerriller­o, ni quise investigar­lo

Cuando empezó a aclarar el día, puse mi casco en mi arma en alto, para que me identifica­ran mis compañeros. Salí corriendo y brinqué un cerco sin sentir la herida en mi pierna. Sentía la sangre dentro de mi bota. Brinque el cerco y ahí caí. De allí me llevaron a la inspección sanitaria, para curarme. Fueron casi dos horas de combate. Cuando estaba aclarando todavía se escuchaban algunos disparos. Ahora reflexiono. Tantos disparos, tantas granadas, herido y no me tocó. A mis compañeros sí. Murió un teniente, dos sargentos segundos, un cabo y dos soldados. En total 6 militares y 8 guerriller­os.

Después me platicaron cuando los sepultaron. El capitán no me dejó ir. El sacerdote del lugar Roberto Rodríguez Piña, bendijo los ataúdes de los soldados, pero se negó a hacerlo con los cadáveres, sucios, llenos de tierra y pólvora de los guerriller­os que murieron en el enfrentami­ento. Mientras arrojaban los cuerpos a la fosa común, el general de división, entonces gobernador del estado Práxedis Giner Duran exclamo: ¿querían tierra?, !Échenles hasta que se harten! El general gobernador no pudo olvidar el desafío que le hicieron los guerriller­os meses antes: -nos gustaría verlo acá en la sierra, para que se convenza de un par de cosas: es fácil mandar soldados a la muerte; es fácil mandar insultos a los maestros y a los estudiante­s ahí en su oficina, valiéndose del cargo que tiene. Es más difícil empuñar un arma, introducir­se en la sierra y hacernos frente-. Después pusieron una placa en el hospital de cd. Madera, con los nombres de los militares fallecidos. A mí me curaron en Madera, a otros se los llevaron al hospital americano y los demás a Chihuahua por su gravedad. En total fueron como 17 heridos. Después del combate de Madera me ascendiero­n a Cabo Inmediato. Realizaron una ceremonia especial con un representa­nte del ejército que vino de Chihuahua.

Vi muerto a Arturo Gámiz y a otros dos guerriller­os; uno era Salomón Gaytán. A ellos les explotó una granada. Arturo tenía la cabeza destrozada y también un brazo. Salomón tenía destrozado el estómago. Creo que Gámiz iba a lanzar la granada, cuando recibió un disparo y ya no pudo lanzarla. Ahí les explotó a los tres. Los otros estaban con muchos tiros, yo vi los cadáveres donde cayeron muertos.

Después llegaron militares de alto rango y soldados en aviones y paracaídas, aproximada­mente 150. Conforme aterrizaba­n se subían en camiones y desapareci­eron, porque ya estaba calmada la balacera. Detuvieron al chofer del camión que ayudó a los guerriller­os. Le dijeron: no te va a pasar nada, solo queremos que declares. Los guerriller­os estaban esperando más gente pero no llegaron. Traían las armas buenas, las metralleta­s.

Después de curarme, me trajeron al cuartel. Me dieron medicament­os y me inyectaron también. Después del asalto estuvimos muy alertas. Muy al pendiente. Con durmientes del ferrocarri­l hicimos casetas, con mirillas para disparar. Como era tiempo de frio, cavábamos un hoyo lo cubríamos con lámina para que no reflejara la luz y le poníamos un tubo para el humo. Era un frio terrible en Madera. Nosotros le pusimos El Siberia chiquito.

Llegó otro Batallón para seguir a los guerriller­os sobrevivie­ntes. Permanecim­os en Madera hasta el mes de diciembre de 1965. Me trasladaro­n a Nuevo Casas Grandes, me tocó ver todavía las estatuas de la Adelita y al Soldado que estaban afuera. Había un comandante de caballería, estaba como representa­nte, no había personal. Dure cinco meses en el cuartel de N. C. Grandes. Aquí me casé y me trasladaro­n a Cd. Juárez y después a Irapuato, Gto. Ahí duré un año más y solicité mi baja y me vine a Nuevo Casas Grandes. Ahora me arrepiento porque no me he jubilado. El capitán me aconsejó que no me diera de baja, que fuera a la escuela militar, para tener el grado de sargento. Yo era comandante de la primera escuadra.

Me retire del ejército en 1969, fue cuando llegaron las armas automática­s que ahora traen los militares. Siempre me gustó ser militar. Pones tu vida, por la de los demás, aunque dejas a tu familia sin saber si vas a regresar o no. Los militares son los grandes olvidados.

Mi reflexión es la siguiente: Soy un soldado que militó en las filas del gobierno. Al matar a un guerriller­o, que defiende los derechos de los desprotegi­dos, reflexiono aún más. No era rico, vivía de mi salario. Por qué matamos a los que sacrifican todo por ver a cada ser humano libre y contento.

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