El Diario de Nuevo Casas Grandes

Crónica del ataque apache a los Molina

- Miguel Méndez García

En ese rincón del mundo, la vida despertaba para dar inicio a un gran drama, un día más en la vida misma para algunos seres, para otros, el último…

La historia empieza aquel lunes 20 de septiembre de 1920, después de hacer los preparativ­os para viajar al día siguiente de Colonia Altamirano, municipio de Janos, a Casas Grandes, Chih. Leonardo Molina cenó temprano en compañía de su familia. Su esposa preparó una suculenta cena en la estufa a leña de aquel tranquilo hogar; papas fritas, frijoles, tortillas de harina recién hechas y café caliente. Al terminar la cena se sentó frente a la caliente y agradable chimenea, pensando si no olvidaba algo para su viaje. Pidió a su esposa y a su hija Isabel que prepararan y empacaran lo quesos que llevarían a Casas Grandes y además una buena ración de carne seca. Esa tarde había subido a la carreta con ruedas de madera revestidas de metal en su exterior, varios sacos de frijol cosechado en su parcela. Su hijo Ignacio de 12 años se sentó junto a él, emocionado por el viaje del día siguiente. Leonardo se quedó un tiempo en silencio frente a la chimenea; un extraño presentimi­ento pasaba por su mente. En la noche, después que todo queda en quietud, un silencio profundo que solo ahí se percibe, se posesiona del lugar. La luna en creciente era visible en un 60 %, las estrellas y la vía láctea se contemplan maravillos­amente. En la sierra, es todo un espectácul­o.

Aquel poblado llamado Altamirano, enclavado en el flanco este de la Sierra Madre Occidental, construido en una explanada, en los restos de ruinas arqueológi­cas de la importante cultura Paquimé, más pequeñas pero muy parecidas a las de Casas Grandes. Antes de formarse como ejido se llamaba San Pedro Chimeneas. Está ubicado a 48 kms. al sur de Janos, en latitud 30.35 y longitud 108.49, a 1800 msnm. No hay energía eléctrica, no hay teléfono, ni agua potable, algunas viviendas están hecha de troncos de pino y otras de adobe, cada una tiene una chimenea para los fríos inviernos serranos y para alumbrarse por la noches, utilizan lámparas con petróleo. Un paisaje hermoso, con pinos que nunca pierden su verde color, muy cerca se encuentra el arroyo “La Tinaja” afluente del Rio Piedras Verdes, que más adelante se une al Palanganas para formar el Río Casas Grandes que desemboca en la Laguna de Guzmán, entre Ascensión y Cd. Juárez.

El martes 21 de septiembre de 1920, Leonardo se levantó muy temprano. El primer deber de un buen campesino, es templar el cuerpo en la amplitud de la obscuridad de una madrugada serrana. Su primer labor; encender la lámpara a petróleo con bombilla de cristal, para alumbrar la casa, pues aun no despuntaba el sol. Salió al corral a ordeñar las vacas mientras su esposa y su hija, encendían la estufa con leña de encino, utilizando un trozo de ocote en los restos de las brasas de la noche anterior. Su hijo Ignacio de 12 años, ponía varios troncos en la chimenea.

El amanecer es un momento supremo en la sierra: cerros con pinos, encinos, madroños, parras silvestres, táscates y algunos pinos con ramas secas. Su fauna; venados, guajolotes, coyotes, jabalíes, gavilanes, ardillas, osos, codornices y águilas. Un horizonte encendido por los rayos de un Pidió a su esposa y a su hija Isabel que prepararan y empacaran lo quesos que llevarían a Casas Grandes y además una buena ración de carne seca sol mañanero, empieza a llenar las cumbres de los cerros y aparece un escenario único. Mas allá una línea dorada, un monte que se ilumina con el dorado tono de luz. El sol transforma el cielo de un color especial y empieza a iluminar el tranquilo pueblo de Altamirano.

De la casa de los Molina, sale por las ventanas el aroma a café colado, el gato se estira con desenfado y el perro ladra con alegría, el canto de los gallos se escucha cercano. Leonardo va al corral trepa por el cerco, cae del otro lado y deja pastura a las vacas y los becerros. Laza las dos mulas que servirán para jalar la carreta donde viajaran por los ásperos caminos de la sierra y empieza a poner los arneses, los frenos, las riendas y las alforjas de cuero. Desde la galera, techada con lámina de cartón negro, se observa la mágica niebla mañanera, que la naturaleza ofrece al alma de los que nos interesamo­s en ella.

Juana “Tacha” Chaparro, sobrina de Leonardo, junto con Isabel que trabajaba como maestra en Altamirano subieron sus maletas, dos colchas, un sarape y sus cosas personales. El niño Ignacio, subió un sarape y un “cubretodo”. Leonardo, después de “prender” las mulas y preparar la carreta, subió dos lonas, dos rifles; uno calibre 30-30 y otro calibre 30-40 y varios cartuchos para cada uno. Terminó cansado y sudoroso, pero contento. Hombre serrano, su rostro curtido por el sol, franco, austero y claro, de resistenci­a increíble, contagiado por el silencio del ambiente, que le da ese carácter que nutre su mundo.

Continuará...

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el historiado­r posando con integrante­s de la familia Molina

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