El Diario de Nuevo Casas Grandes
Pueblo en vilo: Historia, narrativa e identidad en la obra de Luis González y González (primera parte)
Cuando la Universidad Pedagógica Nacional inició la Licenciatura en Intervención Educativa, el 2002, recuerdo con agrado el curso “Desarrollo Regional y Microhistoria”, que construimos juntos, como grupo, entre alumnado y asesor académico. De entre muchas experiencias que esa tarea nos enseñó, destaca el acercamiento a la obra del historiador Luis González y González.
En honor a ese autor, quiero referirme a la gran trascendencia de su libro “Pueblo en vilo”, así como a la originalidad de su método y la particularidad de su estilo literario.
Con su participación en “Historia Moderna de México”, la colección de ensayos “Todo es historia”, sus libros acerca de la historia regional, la Revolución Mexicana y el cardenismo, la obra de Luis González y González resulta entrañable para quienes agradecemos la conjunción del rigor y el vigor históricos, con la naturalidad expresiva y la ausencia de jergas intelectualoides.
“Pueblo en vilo”, publicado en 1968, es uno de los grandes libros de la historiografía y las letras mexicanas del siglo XX.
Luis González y González, a decir de la crítica no sólo es un maestro que se niega a parecerlo, sino una escuela que advierte contra su propia y engañosa facilidad.
Las sucesivas “invitaciones a la microhistoria” generan un deseo inmediato de hacer memoria en lugar de concretarse a leerlas. Pero, al intentar elaborar la microhistoria se siente la distancia, el espejismo, entre la facilidad con que piensa, trabaja y escribe González y la enorme dificultad para pasar del “yo también podría hacerlo” a convertirlo en realidad.
“Pueblo en vilo”, una de las primeras ediciones de El Colegio de México, se lee como una novela; es una novela sin diálogos. Para los historiadores ortodoxos esto es una barbaridad, pero quienes tenemos marcada influencia literaria creemos que la prosa de González y González es una lección, una inminente y escueta lección del estilo.
En el prólogo de “Todo es historia”, González afirma que a la cuestión estilística los escritores llegan con la torta bajo el brazo, mientras los historiadores tienen que hacerse “de un modo de escribir”. No obstante, él es un estilista.
González solía decir que no sabía el origen de su estilo. Lo atribuía a su padre, buen relator de historias en forma oral. A libros clásicos que en la niñez leyó “a escondidas”, como “El Quijote” o la autobiografía de José Vasconcelos: “Ulises Criollo”, “La Tormenta”, “El Desastre”. En la secundaria leyó a Azorín; luego a Ortega y Gasset, Alfonso Reyes y Octavio Paz.
A Martín Luis Guzmán lo oía en voz de su madre, pues ella era de las personas que leían en voz alta, de una manera clara y atractiva para los demás, en aquellos tiempos en que en México predominaba la población analfabeta.
Entre los historiadores con estilo literario, González destaca a Bernal Díaz del Castillo, Hernán Cortés, Lucas Alamán, Carlos María de Bustamante, Lorenzo de Zavala, Riva Palacio y Justo Sierra. Creía que la mayoría de los historiadores mexicanos del siglo XIX “lo que más les interesaba de su oficio era poderle impartir vida, resucitar mediante palabras la vida, la historia vivida en otras épocas”.
Reconoce que en “Pueblo en vilo” hay momentos que son “como de ficción”. Por ejemplo, el hecho de que una aurora boreal fuera más importante para San José de Gracia que cien invasiones forasteras. O que en cierta época lo más interesante fuera el señor que se subió a un árbol con unas alas diseñadas por él mismo y que quiso hacerse pájaro…
Acepta haber tenido la tentación de escribir ficción “pero una de las normas éticas en las que más insistía mi padre, sobre todo, es la de que nunca se debía decir mentiras, ni siquiera jugando o para divertirse”.
Sin embargo, en “Invitación a la microhistoria”, defiende la historia narrativa.
Desde su niñez conoció la historia narrativa, el cuento concreto de sucedidos de épocas anteriores. Después cuando fue a la Ciudad de México, para cursar la carrera de Historia en El Colegio de México, se topó con que esa historia puramente narrativa era algo marginal, que no tenía mayor importancia. La única historia válida entonces se llamaba historia científica, en sus dos vertientes, explicativa y comprensiva.
Continuará...