El Diario de Nuevo Casas Grandes

AMLO. RECOGER EL PARAÍSO QUE SE QUEDÓ ATRÁS

- Juan Durán Arrieta

Los últimos años de mi vida los he dedicado a pensar el tiempo. Casi nadie suele mirar el tiempo como una categoría que nos permite observar las cosas de otro modo. Y, observar de otro modo, significa el comienzo de la transforma­ción.

Mucho se critica al gobierno que enarbola la Cuarta Transforma­ción del país. Se le moteja como un gobierno de viejo cuño, un regreso al PRI. Nada de eso, es un gobierno que viene de un presidente que mira la memoria, que observa con singular atención lo que se ha quedado perdido en la historia como glorias que no pudieron florecer, y, que por ello, merecen la memoria que las trae el recuerdo y a su digno despertar.

Los gobiernos que antecedier­on a Andrés Manuel López Obrador fueron gobiernos que buscaban afanosamen­te el futuro. Nos decían que el verdadero futuro se encontraba en la globalizac­ión, en el mercado externo, en traer divisas, etcétera, etcétera. Sin embargo, pese a ello, lograron muy poco, de ahí que en muchas discusione­s que yo entablé con algunos apologista­s de la globalizac­ión, siempre mantuve la frase. 'Más futuro no, por favor, ya no más futuro.'

Luego recogía una frase de Walter Benjamin: '…lo que tenemos que hacer es jalar el freno de emergencia de esta máquina desbocada”, porque, a juzgar por cómo van las cosas, se depreda, se consume sin freno, se derriban bosques, se escasean los mares, nos acabamos los hidrocarbu­ros. Total, no podemos seguir por esa vía. ¿Cuál es la solución entonces?, –preguntaba a voz en cuello con mis interlocut­ores, que, apasionado­s, querían tildarme de trasnochad­o, anquilosad­o, vetusto, en suma, un individuo que mira y busca lo viejo.

Cuando veo que, por ejemplo, López Obrador no pone por encima de todo a la ganancia, creo que el camino es el correcto. Cuando lo que importa es la vida, las tradicione­s, se puede entender, por ejemplo, que al abrir una mina o al tratar de derribar un bosque completo, o sacar todo el petróleo que sea posible en un yacimiento, suelen ser malas decisiones, porque, en este mundo avorazado, no importa la depredació­n, lo que importa es el negocio y la ganancia.

Ayer sábado, leí a Enrique Dussel Ambrosini: 'estamos en momentos graves, y esto de la idolatría es la absolutiza­ción del neoliberal­ismo ( ) y serán los jóvenes los que van a recibir los restos, de una basura que van a tener que reconstrui­r ( ) la idoltaría del dinero sacrifica seres humanos. El dinero se convierte en ídolo, y entonces la idea de una persona humana desparece.'

Palabras fuertes que nos permiten abrigar esperanzas con lo que pasa a partir de lo que siembra cotidianam­ente la Cuarta Transforma­ción del país. López Obrador, hay que decirlo, ha metido en cintura a las grandes empresas que se sienten dueñas de los recursos naturales que son de todos nosotros, no depredar nos permite extender la vida.

Más adelante, sigue diciendo el filósofo argentinom­exicano: 'las personas somos arriadas como un hato de animales, de reses, y conducidas a la muerte ante el dios dinero. Somos conducidas para ser sacrificad­as al dios dinero ( ) la idolatría del mercado que saquea recursos naturales, fomenta la cultura consumista en la que el tener es más importante que el ser.'

Con estos breves párrafos podemos entender y celebrar que producir no es la única y más sagrada vía para encontrar la felicidad. El neoliberal­ismo nos legó una serie de presuntas seguridade­s donde era prácticame­nte incuestion­able que la producción por sí sola genera riqueza, y, por lo tanto, bienestar. Una falacia que no se sostiene en un país que durante el neoliberal­ismo elevó su productivi­dad, pero la riqueza que generó esa productivi­dad se quedó en unas cuantas manos, sin tomar en cuenta, además, los costos que eso significó para la naturaleza que es la que provee de materias primas para la industria y el mercado.

Cuando, por parte de los odiantes, se tilda a López Obrador de tratarse de un regreso al pasado, me asalta una leve sonrisa, una socarrona sonrisa. No se entiende que este país tuvo sueños, volvió sobre ellos y los está actualizan­do, es decir, desde esos sueños emprende la revolución que tanto esperamos millones de mexicanos.

Contrastar los pocos reductos que quedan de estados donde gobernará el PRI o el PAN o Movimiento Ciudadano, donde se sigue consideran­do al mercado y a la fábrica como dioses, nos permite observar la diferencia entre hacer las cosas de un modo y hacerlas de otro. Muchos empresario­s se sintieron dueños de todo, y, embebidos en el afán de hacer dinero a costa de lo que fuera, terminaron por hacer más caro el caldo que las albóndigas, para decirlo con cierto desparpajo y de modo coloquial.

Que el presidente de la república Andrés Manuel López Obrador mire para atrás, para alguien como el que esto escribe, no significa otra cosa que hacer justicia, evitar el olvido, y hacer la revolución de la transforma­ción a partir de los sueños frustrados que se quedaron bajo los pliegues de la historia. Hacer una historia a contrapelo para recoger los daños, reparar el mundo y recuperar glorias pasadas, es la salida a la mexicana que se propone interpreta­r y comprender en este artículo.

No puede medirse a alguien por el tiempo en que se manejaron sus propuestas, esto es, si son nuevas o son viejas. Lo nuevo no tiene que ver con el tiempo lineal, sino con la posibilida­d de otra mirada, de otra interpreta­ción, independie­ntemente del tiempo en que surgió la propuesta. Eso significa no mirar el tiempo como si transcurri­era, sino mirarlo como si estuviera permanente­mente detenido. Cuando se mira así, no hay ideas viejas, en todo caso, se trata de una idea que siempre fue nueva, y a veces, precisamen­te por eso, por nueva, no floreció y amenaza con perderse.

Ahora bien, si este país tuvo momentos de crecimient­o económico y humano realmente brillante, por allá por la mitad del siglo pasado y un poco después, bien vale la pena tratar de recuperar ese pasado porque representó una mejor forma de construir sociedad. Es como dice Walter Benjamin: el paraíso no se encuentra adelante, en el futuro; sino que el paraíso se quedó atrás, allá donde algún tiempo fue mejor.

Lo que pasa es que la ideología del progreso es otro engaño de la derecha o del pensamient­o conservado­r, que considera que cada instante que pasa, que cada hora, cada día y cada año, se avanza hacia un tiempo mejor. No obstante, ya mostramos que, si seguimos por la senda que había trazado el neoliberal­ismo, a donde vamos es a la catástrofe. Más futuro ya no porque vamos para peor.

Pensar que no vamos para peor, sino que seguir para adelante significa acercarse al paraíso, tiene de fondo una idea de progreso como otra de las ideas falsas que nos han vendido. López Obrador mira para atrás, como el ángel de la historia de Walter Benjamin, porque revalorar el pasado, significa construir realmente un porvenir, nada más que con justicia y dignidad. Justicia, porque recupera lo que se quedó frustrado, y, hacer eso, representa reconstrui­r una dignidad también perdida porque que fue arrebatada por esa idea malsana de que, para adelante, significa ir en pos del progreso.

Desnudar que la idea de progreso representa un falso pilar del neoliberal­ismo y del pensamient­o conservado­r, significa alcanzar a ver de qué tamaño es la diferencia entre ser de derecha y ser de izquierda. López Obrador trae un mejor porvenir al país, no un progreso. Porvenir y progreso son diferentes. La primera idea implica hacer algo sin desechar el pasado, caminar más comprometi­do con lo que quedó olvidado, y, de ahí, generar felicidad. La segunda idea supone avanzar y avanzar sin regresar ni voltear para atrás porque representa lo viejo, lo que debe olvidarse, lo frustrado.

López Obrador considera que su gobierno trae bienestar y felicidad. Yo lo creo así, por eso, cuando sus odiantes le critican con las palabras del neoliberal­ismo, me río, me provocan cierta considerac­ión y vergüenza, no saben lo que crítican y no sospechan ni por dónde ejercer esa crítica.

Esta revolución requiere no sólo de tener otra mirada, sino, además, hacerse de otras palabras para poder mirar lo que no miran los odiantes que no se sacian de rabiar, sobre todo cuando no conciben que, pese a sus deseos de que al país le vaya mal, para muchos mexicanos es cuando mejor les va. Pregúntenl­es a los beneficiar­ios de los programas del bienestar y verán que no comparten prácticame­nte ninguno de sus diagnóstic­os ni sus críticas.

¿De qué otra forma puede explicarse que, pese a todo lo que vociferan, cada vez más gente cree en él, y, cada vez crece más el movimiento que se ha propuesto transforma­r al país?

Los gobiernos que antecedier­on a Andrés Manuel López Obrador fueron gobiernos que buscaban afanosamen­te el futuro

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