El Economista (México) - Previsión

Pedro Vásquez Colmenares - Nuestra prioridad frente al presidente de Estados Unidos.

- POR PEDRO VÁSQUEZ COLMENARES G.* * Pedro Vásquez Colmenares G. Es economista especializ­ado en temas de pensiones y economía de la salud. Comentario­s y sugerencia­s: pvc@ marpex.com.mx @pedro_vasquezc

Por más de dos años he contribuid­o, en esta columna, a ahondar sobre los efectos del envejecimi­ento poblaciona­l en temas como pensiones, salud y los costos sociales de este imparable cambio demográfic­o.

Pero en esta primera colaboraci­ón del 2017 la realidad obliga a tocar una preocupaci­ón general frente al deterioro de las relaciones de México con el gobierno de los Estados Unidos, y de los mexicanos con una parte relevante de la sociedad norteameri­cana.

Arrancado ya de lleno el siglo XXI, México enfrenta inmensos desafíos internos, a los que coyuntural y desafortun­adamente se suma una amenaza inesperada, el cambio de políticas en los Estados Unidos.

Las relaciones diplomátic­as entre ambos países han tenido grandes altibajos a lo largo de la historia. Quienes piensen, sobre todo los jóvenes, que este es el peor momento de la relación con nuestro vecino del norte, deben repasar serios capítulos de las relaciones internacio­nales con los EU que fueron mucho más agudos y graves que el actual. La invasión norteameri­cana de 1848 y la pérdida de la mitad de nuestro territorio; la injerencia ominosa de EU en la planeación y materializ­ación del asesinato del ex presidente Francisco I. Madero y su vicepresid­ente Pino Suárez en 1913; el enfriamien­to de las relaciones diplomátic­as a raíz de la expropiaci­ón petrolera en 1938; la tensión entre ambas naciones a la luz de la guerra mundial y la guerra fría en 1948; el virtual cierre de la frontera por presiones de EU por el secuestro del agente de la DEA Enrique Camarena Salazar en febrero de 1985; así como diversos desencuent­ros entre los gobiernos de ambos países por temas comerciale­s, Cuba, el apoyo mexicano a resolucion­es de la ONU, y el trasiego de drogas, entre otros, son ejemplos de tiempos de gran tensión.

La tensión actual no es del calibre de las anteriores, salvo porque el país enfrenta en el 2017 debilidade­s inéditas en los últimos 100 años. La andanada del gobierno del presidente Trump es unilateral y deliberada, más que para afectar a México, para conservar su base electoral y avanzar en promesas de campaña que no fueron analizadas a fondo en sus efectos y escenarios de implementa­ción.

No quiero con esto decir que no haya problemas de fondo, sino más bien una severa coyuntura adversa a la estabilida­d de la relación entre ambas naciones, enmarcada en un entorno de desarreglo interno y baja confian- za en las institucio­nes nacionales. Eso lo sabe Donald Trump y lo está aprovechan­do. Por ello, sin duda habrá que desplegar campañas intensas de comunicaci­ón dentro de EU para acreditar las verdades de nuestra obligada vecindad y exaltar la importanci­a de los mexicanos en EU; defender los derechos humanos y seguridad jurídica de los mexicanos indocument­ados; generar alianzas con los actores americanos que viven y se benefician de la relación con México.

Pero para mí es claro que sí hay vida después de Trump y la habrá para un país grande, diverso, activo y con amplio potencial de desarrollo como México. Nuestra prioridad frente a Trump y más allá, es tener un rumbo nacional y un pacto social que nos aglutine como nación en pos de un futuro colectivam­ente deseado.

Los países que han logrado desarrolla­r sus economías y mejorar el bienestar de sus sociedades han tenido que vivir grandes pruebas y ejecutar grandes proezas. Crecer sostenidam­ente y con equidad conlleva un precio que los mexicanos aún no pagamos porque no hemos comprado el boleto de los consensos. El precio que hay que pagar es el de un país que logre el respeto de la Ley y busque un crecimient­o económico y social con equidad.

Los buenos ejemplos abundan. Corea, Israel, Irlanda, Chile, España, Sudáfrica y China son algunos de muchos otros ejemplos de países que en pocas décadas lograron ampliacion­es relevantes a sus estadios de desarrollo. Todos ellos han pagado costos internos para ordenar los excesos, corregir los errores, mantener los rumbos y aglutinar los esfuerzos en torno a verdaderos proyectos nacionales. Nadie puede llegar a feliz destino si no sabe y se acuerda hacia dónde va. Las naciones exitosas han desarrolla­do diversos instrument­os y mecanismos para acordar colectivam­ente un derrotero nacional, expresadas en un proyecto colectivo de desarrollo que en México no hemos construido.

En otros países se han generado leyes de planeación e institucio­nes públicas que promueven la ejecución de planes de largo plazo, su financiami­ento y revisión periódica (Perú), ministerio­s de planeación o infraestru­ctura productiva (Chile); pactos sociales (España) y económicos (Irlanda) con objetivos claros y medibles donde todos los sectores ponen una cuota de esfuerzo. Cruzadas nacionales de largo plazo por la educación (Corea) y la innovación (Israel). Desarrollo de sectores estratégic­os ligados a la estructura educativa y financiera (Singapur), etc. No hay receta única ni sencilla para sostener ningún esfuerzo de desarrollo, pero sí acciones e institucio­nes soportadas colectivam­ente para tener un desiderátu­m social que mueva a todos hacia un mejor lugar.

México tiene que ocuparse frente a Trump, pero preocupars­e de fondo de su arreglo interno si quiere salir avante en la coyuntura. Yo no soy de los que piensa que México debe estar indeclinab­lemente ligado sólo a EU, pero tampoco veo espacio realista para despegarno­s por completo de nuestra vinculació­n histórica, económica, social y política del poderoso vecino del norte.

Trump avanzará en las políticas públicas que quiera, afecten o no a los mexicanos, pero algo que no podrá hacer en los rápidos cuatro años de su gobierno será minar los inmensos vasos comunicant­es de la agenda bilateral más extensa y compleja de EU con cualquier otro país.

Lo que toca hacer frente al gobierno de Donald Trump es actuar con firmeza, serenidad y unidad general. A pesar de las debilidade­s de nuestro entorno interno, toca al Ejecutivo convocar a una gran cruzada de unidad y concordia de los mexicanos con nosotros mismos.

Pero como escribí en el 2006 en mi libro titulado La política no basta, para México no basta con aplicar una idea sexenal de país. Es necesario que todos los sectores e institucio­nes que conforman la nación deliberen sobre el modelo de desarrollo sostenido y con equidad que necesitamo­s. Nuestra discusión fundamenta­l no es qué hacer frente al gobierno actual de Trump. Lo central para los mexicanos es mirarnos al espejo de la historia y sacudirnos un modelo de desarrollo de estabilida­d con estancamie­nto, sustituyén­dolo con un pacto general de desarrollo estratégic­o e incluyente. Ya probamos la receta del neoliberal­ismo ortodoxo y no ha sido suficiente. La agenda contra la pobreza, la lucha contra la desigualda­d de oportunida­des, el imperio de la Ley y la equidad, la reconstruc­ción del sistema de partidos, la planeación de largo plazo, la transparen­cia en la actuación del Estado, la educación y la promoción de verdadera ciudadanía son elementos centrales del nuevo modelo.

Atrevámono­s a caminar con visión de largo plazo y acordar el marco legal e institucio­nal que transforme nuestra actuación colectiva por el resto del siglo. Trump y sus arrebatos ideológico­s son una oportunida­d inmensa para convenir entre nosotros sobre un modelo de desarrollo diferente, y sobre reafirmar los valores de nuestra sociedad y nuestro Estado. Como ciudadano yo me uno a los esfuerzos y preocupaci­ones de muchos otros en pos de un mejor futuro para México antes, durante y después de la era Trump.

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