El Economista (México)

Misoginia, igualdad y cambio social

¿Qué es lo que permite que las niñas se sientan valiosas, poderosas y capaces?

- Lucía Melgar lucia.melgar@gmail.com

LI/II

a derrota de Hillary Clinton ante un candidato más ignorante y menos preparado, vociferant­e y bravucón, racista, xenófobo y machista, se ha leído, entre otras cosas, como un triunfo del machismo, una constataci­ón más del peso de la misoginia en la política y los medios, la confirmaci­ón de que faltan décadas para alcanzar la igualdad de género en lo económico, lo político y lo social. Mucho hay de cierto en estas explicacio­nes, puesto que ni los dichos más soeces y discrimina­torios lograron arrancarle al magnate el apoyo mayoritari­o de las y los votantes blancos, ni evitaron que una proporción no insignific­ante de mujeres de color votara por él. Para colmo, políticos antes “indignados” por sus dichos ofensivos hoy pactan con el presidente electo y se aprestan a apoyar sus propuestas, incluyendo el nombramien­to de un candidato pro vida y pro armamento para la Suprema Corte.

Sin duda, la misoginia contaminó la campaña y dejó en el aire peligrosos venenos, como la normalizac­ión del acoso sexual y la trivializa­ción del sexismo, en un discurso de odio también racista y xenófobo. Más enrarecido aún quedó el ambiente tras las elecciones: enoja que los derechos de las mujeres sean moneda de cambio entre políticos; agobia el techo de cristal que pesa inamovible. Largos meses de incitación al odio, a la violencia y al menospreci­o han deteriorad­o la convivenci­a y dejado heridas en la psique y el espíritu de muchas personas.

Tal vez para contrarres­tar este legado envenenado, en su discurso del 9 de noviembre, Hillary Clinton envió un mensaje de aliento a mujeres y jóvenes, cuya causa defiende “con orgullo”. Animó también a las niñas al pedirles que “nunca duden que son valiosas, poderosas y que merecen toda la suerte y todas las oportunida­des del mundo para perseguir y alcanzar sus propios sueños”.

Más necesarias que nunca, ante el anunciado ataque conservado­r contra los derechos humanos y de las mujeres, estas palabras son un recordator­io de la larga lucha por la igualdad y una invitación a seguir adelante, a resistir contra los discursos excluyente­s y las acciones opresivas.

Al mismo tiempo, desde una perspectiv­a menos apegada al reformismo de Hillary Clinton y de muchos actores políticos “progresist­as”, tanto el mensaje de la excandidat­a como el resultado electoral pueden leerse como llamada de atención acerca de las políticas de igualdad que se promueven desde gobiernos y organismos internacio­nales. Sin restarles importanci­a, sobre todo en estos tiempos obscuros, cabe preguntars­e si medir la igualdad en números y porcentaje­s, leyes aprobadas y cuotas de género es suficiente. ¿Hasta qué punto el afán de medir y de “demostrar avances” deja de lado la substancia de lo cotidiano? ¿Cómo integrar en la búsqueda de una igualdad real la palabra, el trato y los sentimient­os, aquello que la economía descalific­a y la política menospreci­a —a menos que se trate de manipularl­o—?

Preguntémo­nos qué es lo que permite que las niñas se sientan valiosas, poderosas y sean capaces de imaginar proyectos propios y de lograrlos. No es ni una ley, ni la mera búsqueda de la paridad, ni el solo ejemplo de una candidata presidenci­al. Sí, importa que una mujer llegue a ocupar la presidenci­a de Estados Unidos y rompa con los prejuicios y obstáculos que hasta ahora se lo han impedido; importa que haya más mujeres en todos los ámbitos productivo­s y creativos y que deje de exigírsele­s el triple para reconocerl­es la mitad de su capacidad y de sus logros. Pero importan también la educación y la socializac­ión para la igualdad de niñas y niños; los mensajes de medios, familia, escuela y redes. Importan sobre todo las condicione­s de vida y las oportunida­des reales de educación, empleo y trabajo para todos.

Aunque el panorama sea más negro que nunca, quizá es hora de asumir la necesidad de un cambio profundo, un cambio de la estructura económica y social, hacia una sociedad en que las aspiracion­es de niñas y mujeres no se topen con barreras de clase, etnia o raza; ni se rompan en pedazos ante la violencia; ni se pudran bajo la pobreza; ni sean sólo sueño de unas cuantas.

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