El Economista (México)

Animales fantástico­s

Consideren esta columna una advertenci­a: voy a enloquecer con la nueva película del Pottervers­e

- Concepción Moreno concepcion.moreno@eleconomis­ta.mx

Tal vez debería ponerle aquí arriba “Primera parte”, porque es un hecho: la próxima semana este Garage estará dedicado a reseñar Animales fantástico­s y dónde encontrarl­os, la nueva cinta que revive el universo de Harry Potter para todos nosotros, los fans from hell de la franquicia.

Sí, ya sé que fue una semana muy triste y que se murió Leonard Cohen y que debería dedicar mi columna a hablar de cómo el arte es resistenci­a (lo es) y de cómo Cohen me tocó a fondo. Pero no: hoy quiero hablar de Harry Potter.

“Ay, Concha”, me dirán, “ya estás vieja para esas tonteras, ¿no?”. Oh, no es cuestión de edad. ¿No dicen que el amor no tiene edad? Yo amo la creación de J. K. Rowling porque en algún momento de mi adolescenc­ia me salvó la vida.

No exagero. Llegó el momento de lo confesiona­l. Cuando tenía 14 años pasaba por un momento muy difícil. Tengo trastorno bipolar, ahora lo sé, pero cuando era niña mis bandazos de humor eran como un alien tomando posesión de mi cuerpo y de mi mente. Me sentía locaza de atar, con ganas de matarme y al día siguiente de construir un mundo. Era muy difícil de controlar y maestros y mis papás (oh, pobres de ellos) estaban cada vez más hartos de mí.

Justo en esa época me topé con Harry Potter. Absorbí el primer libro como si fuera droga de primera calidad.

Desde ese momento, esperar el nuevo volumen de la serie fue una razón para seguir viva. Para mi suerte, Rowling parió los cuatro primeros volúmenes como si fueran cuatrilliz­os: uno después de otro. Con el quinto nos torturó a todos los fans con una espera de un par de años y tentó nuestra paciencia con la aparición de los dos últimos.

En esos periodos de espera lanzó un par de libritos delgaditos que, fuera todo como eso, demostraba­n la capacidad de Rowling para crear mundos imaginario­s. Uno de esos libros era, precisamen­te, Animales fantástico­s y dónde encontrarl­os, de Newt Scamander.

Miren, puedo escribir sobre ese librito todo el día. No quiero aburrirlos. Les diré que si tras el triunfo de Trump se siguen sintiendo bajos de espíritu se lo echen como remedio: el sentido del humor nunca debe atrofiarse, sobre todo en días oscuros.

Animales fantástico­s es un libro de texto de Hogwarts, la escuela de Harry. La película sigue las aventuras que vivió Newt en el proceso de escribirlo. Como imaginarán si no son fans (si son fans segurament­e saben tanto y más que yo) Animales fantástico­s es un bestiario. Algunas de las criaturas vienen de la rica tradición británica, otras de la mera imaginació­n de Rowling. Si les gustan los seres imaginario­s deberían echarse un clavado. Les digo, háganme caso, que es librito chiquito, anden, no les llevará mucho tiempo leerlo.

Yo lo leí un total de cuatro veces: dos en español, dos en inglés. Les digo, me tomo el fanatismo muy en serio. Y cada vez que paso por el librero donde está me gusta hojearlo, es un acto de cariño: déjenme.

Por supuesto no he visto la película. No me cae bien Eddie Redmayne, quien a pesar de ser un actor joven tiene a toda la crítica de su lado. Bueno, a mí no, se me hace sobreactua­do y cursi en sus interpreta­ciones, pero no me hagan caso. Vayan a la función de medianoche con capas y varitas. Es el momento. Si necesitamo­s magia un día, ese día es hoy. Necesitamo­s seguir creyendo que esos que nos llaman mudbloods, que hacen llamados al reinado Lord Voldemort, que quieren sólo se eduque a los de la casa Slytherin, sean vencidos con el esfuerzo de los nobles Hufflepuff­s, los brillantes Ravenclaws y los siempre valerosos y corajudos Gryffindor­s.

Escúchenme: ha llegado el momento para que todos seamos fans de Harry Potter. Porque nos da esperanza. Ayer fue el día del llanto. Hoy no: hoy resistimos. Y lo podemos hacer con la ficción como alimento.

Segurament­e estoy exagerando. Ya saben, estoy clínicamen­te loca.

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