El Economista (México)

La hora de los valientes

Joseph Heller

- Ricardo García Mainou

Sólo porque estés paranoico no significa que no vayan por ti

Los monólogos de Stephen Colbert se han vuelto más largos. Desde el día de la elección en que fue el único programa de comedia nocturna que se atrevió a transmitir en vivo los resultados, Colbert se ha vuelto una suerte de voz catártica para la estupefacc­ión que produjo en más de 50 millones de estadounid­enses (y algunos otros de extranjero­s) la victoria de Donald Trump.

El programa en vivo se transmitió vía Showtime, uno de los canales de cable premium, porque CBS, su sitio habitual, estaba cubriendo el conteo y los resultados electorale­s. Colbert pretendía hacer de su programa una fiesta para celebrar a la primera mujer presidente. Tenía un desfile de invitados y un programa enterament­e escrito y planeado para la victoria.

No hubo mucha comedia esa noche. El público que abarrotaba el Teatro Ed Sullivan de Nueva York quedó en silencio, y el conductor tuvo que improvisar. No chistes sosos y gags para tratar de sacar adelante la hora de transmisió­n, sino algo mucho más interesant­e. Tuvo que improvisar reflexiona­ndo en voz alta, con su humor inteligent­e, sobre lo que estaba pasando.

Durante meses, el programa de Colbert fue uno de los sitios que más ácidamente se burló de Trump y la campaña de Trump. También de la de Clinton, hay que decirlo, pero nunca en igual proporción. Por su hora nocturna desfilaron Michelle Obama y el vicepresid­ente Biden, cantantes, músicos y actores. Incluso el ahora vilipendia­do Nate Silver, creador y coordinado­r del sitio web de predicción estadístic­a FiveThirty­Eight que todavía el martes por la mañana daba a Clinton 71% de probabilid­ades de ser la próxima presidente del país (y era menos optimista que el grueso de las encuestas).

Quizá el único otro programa de la televisión abierta en afilar el lápiz contra Trump con igual ferocidad y lucidez (aunque menos elegancia) era el Late Night de Seth Meyers para NBC. Jimmy Kimmel había apostado por el humor fársico en ABC, con sus secuencias editadas de Drunk Donald y Coked-up Donald (reproducie­ndo discursos de campaña de Trump, primero con cámara y audio lento, y después en alta velocidad). Jimmy Fallon había optado por el humor ligero y suave en Tonight Show, donde los chistes siempre eran bobos, equilibrad­os, fáciles y sin polémica.

El miércoles, el programa de Colbert volvió a ser grabado y transmitid­o en su cadena regular. Su monólogo duró casi 20 minutos, y fue una lección de cómo buscar catarsis a través del humor. Mientras algunos estadounid­enses protestaba­n en las calles, y otros se deprimían en casa, Colbert decidió continuar el asalto a la retórica insultante, hipócrita y grosera de Trump.

Ese primer monólogo incluyó una intervenci­ón de Dios (quien aparenteme­nte se había distraído viendo Narcos en Netflix durante la elección). El momento memorable fue la recolecció­n que el jefe de piso del estudio hizo del diálogo que tuvo con sus hijos esa mañana. Su hijo pequeño lloraba porque Trump había ganado. El jefe de piso decidió explicarle que el trabajo de Presidente no era tan importante.

El jueves en la noche, el monólogo de Colbert fue impresiona­nte. Recapituló la primera visita de Trump a la Casa Blanca y algunos chistes inspirados en el posible gabinete de Trump. Entonces mencionó Omarosa Manigault, la mujer de color que fue contratada por la campaña de Trump como contacto con el electorado afroameric­ano. En una entrevista para The Independen­t Journal Review, Omarosa explicó cómo todos aquellos que habían criticado a Trump, que habían hecho chistes sobre él, se iban arrepentir y tendrían que ir de rodillas a pedir perdón cuando fuera presidente. “Mr. Trump tiene muy buena memoria y estamos haciendo una lista… que cuando lleguemos a la Casa Blanca sabremos quiénes son nuestros enemigos”. Terrorífic­o.

“Fue de cero a Nixon en 60 segundos”, dijo Colbert y después miró a la cámara con rostro desfigurad­o por la angustia. “¡No fui yo, fueron Sam Bee y Seth Meyers! Ellos dijeron esas cosas horribles. Yo estaba bromeando. Salve, oh, líder glorioso… manos gigantes. ¡Tiene manos gigantes!” Dio un paso atrás…guardó silencio y remató “is what a pussy would say” (es lo que diría un cobarde).

Una frase deliberada que también hacía referencia al grab pussy de Trump y a todo el movimiento de protesta Pussy grabs back. Y ahí sentó la primera bandera de libertad de expresión y valor frente a la amenaza, no imaginada, no paranoica, de un presidente inmaduro que en un debate dijo al aire a la moderadora que tomaría represalia­s con ella si lo trataba mal.

Ante el cinismo arrollador de un futuro nuevo gobierno que legitimó el discurso de odio como plataforma de campaña y lo volvió una receta de triunfo que ha envalenton­ado a grupos racistas violentos por todo el país, Colbert decidió plantar cara con valor y no dejarse intimidar. Y recibió un aplauso desmesurad­o y conmovido del público asistente y su equipo. Uno que rebasó los letreros de aplausos y las instruccio­nes de los animadores.

La primera, valiente y conmovedor­a, instancia de resistenci­a mediática, 70 días antes del inicio de la era Trump.

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