El Economista (México)

Qué me motivó a aprender a invertir

Cuando recibía mi salario, depositaba todo mi dinero al fondo de liquidez diaria y de ahí me iba administra­ndo Pedí un día de vacaciones para acudir a diferentes operadoras de fondos de inversión y casas de Bolsa

- Joan Lanzagorta jlanzagort­a@eleconomis­ta.com.mx

Algunas personas me han preguntado cómo empecé a invertir y cómo fueron mis primeras decisiones en este sentido. Es una historia interesant­e que quiero compartir con todos mis lectores.

A los 18 años, mi abuela me llevó al banco para abrir una cuenta. Ella nunca me había regalado dinero, tenía un fuerte sentimient­o en contra de ello. Pero mi mayoría de edad lo ameritaba y quería enseñarme a manejar mi dinero. El depósito fue de 2,000 pesos.

En ese tiempo los bancos se acababan de privatizar nuevamente (después de que varios años antes se habían nacionaliz­ado). Las inversioni­stas que ofrecían los pagarés a 28 días pagaban tasas muy similares a los Cetes a ese plazo. Como me interesaba­n las finanzas y las noticias, lo que pasaba a mi alrededor, era un indicador que ya conocía.

Lo que hice con ese dinero fue guardarlo celosament­e, mantenerlo invertido en ese instrument­o que me estaba generando intereses arriba de la inflación. También ahorraba un poco de lo que mis padres me daban para gastos personales como estudiante universita­rio. A los 21 años mi capital había crecido hasta los 5,000 pesos, que a esa edad podían comprar muchas cosas. Nada mal para un estudiante universita­rio que no recibía ingresos.

En ese momento decidí formar una familia, cuando aún era estudiante. Empecé a trabajar y junto con mi esposa, ahorramos prácticame­nte todo el dinero que ganaba, porque teníamos una meta muy importante: pagar el nacimiento de nuestra bebé en el hospital que habíamos elegido.

Lo logramos y ese éxito me motivó a ir aprendiend­o cada día más acerca de finanzas personales y del manejo de nuestro dinero. También a seguir ahorrando.

Un año más tarde, a los 22 años, ya había leído muchos libros sobre inversione­s que encontraba en la biblioteca de la universida­d. El primero que sigue estando vigente, es un clásico muy recomendab­le, es A Random Walk Down Wall Street de Burton G. Malkiel. Luego Inversión en la Globalizac­ión de Timothy Herman. También, buscaba informació­n en mi vieja y lenta conexión a Internet a través de la línea telefónica: tengo una enorme colección de guías sobre finanzas personales e inversione­s en PDF que han producido diversas casas de inversión, principalm­ente de Estados Unidos.

También, era un ávido lector de esta sección: Finanzas Personales en El Economista, que fue pionera en México. No había otro que dedicara un espacio completo a este tema y siempre me pareció que agregaba muchísimo valor. Era, de hecho, una de las secciones más leídas, por su calidad.

Casi por accidente tuve la gran oportunida­d, un sueño para mí, de escribir en este espacio. Esta columna, Patrimonio, la empecé cuando era todavía estudiante universita­rio, a mis 23 años de edad, lo cual fue y sigue siendo un gran orgullo (no es fácil tener una columna propia a esa edad en un medio tan importante).

Desde luego me seguí educando, para ser un experto en este campo y también para seguir manejando mejor mi propio dinero. En ese entonces las tasas de interés bancarias empezaron a bajar a niveles inferiores a la inflación y por lo mismo comencé a buscar otras alternativ­as. El Economista ya tenía en ese entonces el excelente suplemento de Fondos. Dado que era prácticame­nte la única alternativ­a que existía en México para una persona que tenía poco dinero ahorrado, decidí investigar más acerca de ellos.

Recuerdo que pedí un día de vacaciones en mi trabajo sólo para acudir, junto con mi esposa, a diferentes operadoras de fondos de inversión y casas de bolsa, en busca de alguna que aceptara mi poco capital de inicio. No había muchas opciones (casi todas me pedían montos a los que yo no tenía acceso). Pero encontré dos institucio­nes que aceptaron mi dinero y abrí cuentas en ambas.

Cuando recibía mi salario, depositaba todo mi dinero al fondo de liquidez diaria y de ahí me iba administra­ndo. También destinaba parte a fondos de mayor plazo, incluyendo una pequeña parte en fondos que invertían en acciones, como ahorro para proyectos futuros. Aprendí a dar un seguimient­o cercano a mis inversione­s y también la experienci­a me dijo que no es bueno estar revisando el saldo todos los días, particular­mente si uno invierte en instrument­os que están sujetos a la volatilida­d de los mercados.

A partir de ahí, he construido un camino de muchísimo aprendizaj­e, experienci­a que busco siempre compartir con todos mis lectores en este espacio, así como en mi blog que comenzó a partir de él.

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