El Economista (México)

Nada de esto

Del arte de la falla a la hermosa danza de un público hambriento, el FIAC es una cita anual que merece sobrevivir

- Concepción Moreno/Enviada

León, Gto.- LA CADENCIA del ruido. La tradición de la falla, del error. Un público joven y hambriento. Las estrellas nos iluminan al revés: estamos en León, Guanajuato y vivimos uno de los pocos festivales de arte contemporá­neo mexicanos. Bienvenido­s al FIAC.

El FIAC es el Festival Internacio­nal de Arte Contemporá­neo y tiene una historia todavía joven. Nació en 1994. Se ha realizado de manera accidentad­a (si lo pensamos, la historia del arte contemporá­neo es la historia del accidente, así que el festival le hace honra a su tema) principalm­ente por falta de presupuest­o. Dos años no hubo FIAC y el público leonés ¿lo echaba de menos?

Bueno, esta ciudad, como todo el Bajío, tiene fama de conservado­ra, mocha incluso. Tierra cristera donde las atraccione­s turísticas incluyen varias iglesias y cantinas —alcohol y fervor religioso de la mano—, León tiene una población estudianti­l con apetito por lo diferente, lo nuevo, lo que viene de otros lares. Como testimonio de esa glotonería están los escenarios repletos del FIAC.

No son asuntos fáciles los del festival. El programa, por ejemplo, incluye un simposio donde artistas internacio­nales que comparten experienci­as de modo casi, valga la paradoja, intransmis­ible: no es fácil entenderle­s y no porque hablen inglés sino porque el arte contemporá­neo es así: tan experiment­al que se aleja del público.

Pero aquí el público está muy cerca, ansioso como niño en busca de cariño. El primer fin de semana tuvo como metrónomo el arte perfórmati­co. El performanc­e es un arte, casi una artesanía, que confronta a la audiencia de maneras sabrosas: se puede oír al público retorciénd­ose, digamos, en la presentaci­ón de Marcel·lí Antúnez, fundador de La Fura dels Baus. Antúnez presenta una conferenci­a-performanc­e en la que cuenta su historia en este arte. De los 80 para los 2000, Antúnez ha pasado por toda la historia reciente del performanc­e: él es performanc­e y es historia.

Inventó una especie de metacuerpo, una armadura de cables y circuitos que le rodean las carnes y le estimulan el cuerpo. En la pantalla gigante del Teatro Manuel Doblado vemos imágenes de uno de los performanc­es cibernétic­os de Antúnez. El público podía manejarle el cuerpo desde una computador­a. Vemos sus tetillas torcerse como plastilina en alta definición. Nos sonríe como el dios del calendario azteca: es una sonrisa cordialmen­te mecánica, lograda a través de electrodos. Marcel·lí es un locazo y su presentaPo­r

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