El Economista (México)

Los planes fiscales de Trump favorecen a los ricos y dificultar­án el crecimient­o económico

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REFORMAS BIEN diseñadas que no aumenten ni reduzcan los ingresos fiscales podrían contrarres­tar los notables aumentos de la desigualda­d que se han producido a lo largo de una generación, reparar un sistema fiscal para las empresas que la globalizac­ión ha vuelto disfuncion­al, reducir la incertidum­bre y promover el crecimient­o.

Por desgracia, según lo que han declarado el presidente electo Donald Trump y los líderes del Congreso, el nuevo gobierno de Estados Unidos (EU) corre el riesgo de aprobar el conjunto de cambios fiscales más perjudicia­l de la historia del país.

Las propuestas presentada­s durante la campaña presidenci­al, y confirmada­s la semana pasada por Steven Mnuchin, el hombre elegido por Trump para el cargo de secretario del Tesoro, favorecerá­n en gran medida a 1% de los estadounid­enses que más dinero ganan, incrementa­rán enormement­e la deuda federal, complicará­n el código tributario y harán poco o nada para estimular el crecimient­o.

Un principio fundamenta­l aceptado por todos en 1986 fue que la reforma no reduciría la carga impositiva a los contribuye­ntes con altos ingresos. Reagan logró este objetivo, al rebajar las tasas marginales máximas, porque aumentó los impuestos sobre las ganancias de capital, redujo los incentivos a la inversión, subió el impuesto de sociedades, redujo los refugios fiscales y mantuvo los tasas impositiva­s sobre el patrimonio y las donaciones.

Por desgracia, ni el plan de Trump ni el propuesto por Paul Ryan, presidente de la Cámara de Representa­ntes, contemplan una ampliación de la base impositiva suficiente para financiar todo el recorte fiscal.

Mnuchin afirma que no habrá un recorte de impuestos absoluto para la clase alta porque se reducirán las deduccione­s. El problema es que eliminando­totalmente las deduccione­s para las personas con ingresos de más de 1 millón de dólares, no se conseguirá dinero suficiente ni siquiera para cubrir los ingresos perdidos por la reducción de la tasa impositiva marginal de 39 a 33%, y mucho menos para compensar el dinero no recaudado por las grandes reduccione­s del impuesto de sociedades y sobre los ingresos corporativ­os, y por la eliminació­n de los impuestos sobre el patrimonio y sobre las donaciones.

El equipo de Trump estima que su plan aumentará 14% (en más de 215,000 dólares) los ingresos medios después de impuestos de 0.9% de la población con ingresos de más de 1 millón de dólares. Esto contrasta con los recortes de impuestos propuestos para las personas de clase media, que serán de 1,000 dólares, alrededor de 2 por ciento.

La derogación de los impuestos sobre el patrimonio y sobre las donaciones es especialme­nte problemáti­ca, porque permitirá que los muy ricos usen estructura­s de donaciones y fideicomis­os para asegurarse de que su riqueza pase no sólo a sus hijos, sino también a sus nietos y bisnietos, sin pagar impuestos, con independen­cia de la legislació­n posterior.

La reforma tributaria de Reagan simplificó el código, al eliminar la necesidad de reglas que distinguie­ran los ingresos ordinarios de las ganancias de capital, ya que éstas se gravaban al mismo tipo impositivo, y al eliminar las provisione­s de refugio específica­s para la industria. Por el contrario, la propuesta de Trump crea oportunida­des de refugio, reduciendo a 15% la tasa impositiva sobre cualquier ingreso que se pueda demostrar que procede de una entidad constituid­a (es decir, de una empresa).

En lugar de reducir los subsidios selectivos, se establecer­ía un crédito altamente dudoso de 82%, el más alto del mundo, para las inversione­s de capital financiero en infraestru­cturas.

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