Raíces profundas
De Verónica E. Llaca, transita entre la novela negra y la novela policiaca
La simetría de los árboles,
En la pura definición genérica, una novela policiaca gira alrededor de la resolución de un misterio de tipo criminal. La novela negra, por otro lado, abarca todas esas otras historias donde la solución del misterio no es lo importante.
Una surge de la exploración intelectual y racional como estrategia para enfrentar la irracionalidad frecuentemente atribuida a los actos criminales, y la otra como reflejo del desencanto social, el miedo, la violencia y la corrupción rampantes en las ciudades estadounidenses durante la Depresión.
Una celebra la justicia y la razón, la otra es la constatación realista y desencantada de por qué no hay justicia y todo está tan jodido. La nueva novela de Verónica E. Llaca, La simetría de los árboles (Joaquín Mortiz), transita entre ambas visiones del mundo, y consigue ser, durante la mayor parte, eficazmente evasiva cada vez que tiene que decantarse por una u otra visión del mundo.
La novela es narrada por Laura, una psicoanalista en crisis, que redacta una suerte de diario de terapia dirigido a la invisible directora de una casa de recuperación en la que Laura se ha hospedado voluntariamente para evitar la tentación del suicidio.
En el diario, Laura va registrando sus emociones al estar ingresada en la clínicamanicomio y va recapitulando a cuenta gotas las razones que la llevaron a estar ahí. El asesinato de su hermana Sofía, la desaparición de su padre, la petición de suicidio asistido de un viejo amante, son algunas de ellas, y Laura las recuenta de pasada, haciendo referencia a sesiones terapéuticas de las que no fuimos testigos.
Esta situación inusual es extraordinariamente provechosa para sus misterios: ¿Qué le pasó a Sofía? ¿Qué le pasó al padre de Laura? ¿Ayudó o no a suicidarse a Santiago?
La autora dosifica el misterio como un Macguffin Hitchcockiano. Un pretexto para contar las cosas más importantes que agobian a Laura. Queremos conocer las respuestas, pero eso no le importa a Laura, que sólo quiere justificarse recordando antecedentes familiares, amoríos fallidos, culpas morales y delirios persecutorios.
Laura es una narradora deliciosa y poco confiable que va escribiendo el diario a la defensiva pero dejando traslucir, entre justificaciones y fantasías, quién es. ¿O no?
Uno de los mayores aciertos de la novela es justamente ese. Laura se explica por 250 páginas, y mientras el misterio criminal va aparentemente resolviéndose, su personalidad es cada vez más opaca.
Como la reconstrucción que hace Günter Grass de su vida en Pelando la cebolla, la novela va revelando capa tras capa que los misterios que suponíamos no lo son tanto y hay otros que resultan mayores y más esquivos, porque se han extraviado en la falible memoria del narrador y protagonista.
Resulta más fácil creerle a Laura cuando recuerda su familia circense o se deja abrumar por las acusaciones injustas de su madre, y la prosa de Llaca es más eficaz en la subjetividad del laberinto mental de Laura que al explicar las connotaciones políticas y geográficas detrás de los sucesos.
Laura es más explícita reconstruyendo los diálogos que sostiene con su hermana muerta, que desentrañando explicaciones vagas sobre litigios o deudas políticas. Esto último no debería importar demasiado, porque es justamente Laura quién nos va diciendo lo que pasó, o lo que le dijeron que pasó, o lo que supone que pasó, o lo que quiere recordar que pasó; y como actúo a propósito de ello, y en la disonancia de todas esas posibles versiones se encuentran algunos de los mejores momentos del libro.
La simetría de los árboles es un thriller psicológico cuyo mayor suspenso está no en el misterio de los crímenes o el peligro inminente que pesa sobre su narradora, sino en su mente. En el enramado de recuerdos y mentiras que la han llevado a extraviarse.
En ese sentido, la resolución del libro puede resultar un tanto anticlimática. No por los que ahí sucede, que por supuesto no voy a mencionar, sino porque para esta novela tan poco convencional, un cierre donde se atan cabos y ofrecen explicaciones es menos satisfactorio.
Al lector de novela policíaca sólo le interesa la solución del crimen, pero esta debe ser explicada mediante una reconstrucción que cumpla un doble propósito: concluir la trama y ofrecer una relectura donde resulte evidente que las claves estuvieron siempre a disposición del lector.
El lector de novela negra no necesita tantas explicaciones, sólo saber qué tan mal parado quedó el protagonista después de lo vivido. Algunos de sus misterios quedan como tales sin ser tramposos. Hay tantas cosas en la vida que son imposibles de saber.
Me hubiera gustado muchísimo que la autora llevara el juego de espejos torcidos hasta el límite, hasta ese territorio Lynchiano donde la lógica de la razón que surge de la tradición de Descartes, Poe y Conan Doyle, se extravía en un mundo onírico y absurdo donde es imposible conocer la verdad, pues esta siempre parece huir en ese rincón detrás del callejón, donde todo es más oscuro.
La simetría de los árboles es una novela muy disfrutable, con una construcción narrativa inteligente y cuidadosa, que evita los lugares comunes del género, para ahondar en la subjetividad psicológica marcadamente femenina de su narradora. La novela ganó en el 2015 el premio Una vuelta de tuerca convocado por el Instituto Queretano de la Cultura y las Artes, la Secretaría de Cultura y editorial Joaquín Mortiz.