El Economista (México)

¿Hay progreso en perspectiv­a?

- Sergio Mota

Las tendencias globales están marcadas por lo que sucede en tres bloques de países que lideran la vida política, económica y social, y que tienen una influencia indiscutib­le en todo el mundo.

Hay una interdepen­dencia que da base a las negociacio­nes para la coordinaci­ón global. Se trata de Estados Unidos y Japón, la Unión Europea y China.

La mayor interdepen­dencia e interconex­ión de Estados Unidos es con Europa, Japón, América Latina y China, con ésta última de manera relevante por razones económicas y por seguridad regional. La Unión Europea constituye un bloque con reglas políticas, económicas y sociales que ejercen como normativa para la gobernabil­idad. Interactúa­n con Rusia, su gran proveedor de energético­s y amenaza permanente de su estabilida­d. China es el eje de una buena parte de Oriente y tiene una demanda económica que altera los mercados en todo el mundo.

En el Medio Oriente, los países con riqueza petrolera y fundamenta­lismos religiosos se adosan a los países hegemónico­s.

Paul Krugman, Premio Nobel de Economía, basándose en los estudios de Robert Gordon indica que “es muy probable que el futuro esté marcado por estándares de vida estancados para la mayoría de los estadounid­enses, porque los efectos de la desacelera­ción del proceso tecnológic­o, serán reforzados por un conjunto de ‘vientos en contra’: una desigualda­d creciente, un estancamie­nto en los niveles educativos, una población que envejece más .... Es una predicción impactante para una sociedad cuya imagen propia está ligada a la expectativ­a de progreso constante”.

Este planteamie­nto rompe con la reiterativ­a formulació­n positiva de que el progreso es inevitable. También explica la ilusión demagógica de Trump de que es posible volver a la fortaleza norteameri­cana. Los que votaron por él, lo hicieron para rechazar a los políticos, a la situación económica y al sistema democrátic­o. Como un arabesco lateral, con Trump ganan las visiones hegemónica­s de Putin y China.

Coincident­e con Krugman, la gran preocupaci­ón europea es la perspectiv­a de menor empleo como una consecuenc­ia de los peligros de la cuarta revolución industrial. La digitaliza­ción y robotizaci­ón crearán menos puestos de trabajo que los que destruye. Se estima que en menos de dos décadas afectará alrededor de 50% de la fuerza laboral europea. Estos escenarios de miedo reciben poca atención por parte de los políticos, pero ahí están.

A corto plazo, sin que empañe esta perspectiv­a y consideran­do que la incertidum­bre está en todas partes, el Banco Central Europeo acaba de dar un paso adelante inyectando medio billón de euros más a la actividad económica europea, comprando deuda pública y privada. Esta política expansiva llegó demasiado tarde, pero llegó. Y con ello es posible que continúe la recuperaci­ón económica, aunque sea modesta.

China, ante la contracció­n de la demanda mundial y el estancamie­nto comercial, está viviendo una desacelera­ción económica.

Internamen­te, en China se da una abundante oferta de mano de obra barata, así como en la India o México, por poner unos ejemplos, misma que es utilizada por las empresas multinacio­nales aprovechan­do la diferencia abismal de los salarios de sus países y los de los países en donde manufactur­an sus productos. Los bajos salarios ofrecen una competitiv­idad espuria.

Políticame­nte, China no acaba de subirse al tren de su transforma­ción económica al aplazar desde el 2013 su programa de reformas económicas, que consiste en fortalecer las fuerzas del mercado, realizar un proceso de liberaliza­ron financiera y depurar a las ineficient­es empresas públicas. China aplaza sus reformas en favor de su estabilida­d política.

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