El Economista (México)

Sobrevivir y revivir en los banquetes decembrino­s

- LILIANA MARTÍNEZ LOMELÍ @Lillie_ML

En esta época navideña vivimos en la paradoja, por un lado, de sentir que las obligacion­es en el trabajo van disminuyen­do hasta el año entrante, por el otro, aumenta el frenesí de las compras de regalos o de comida para fiestas, y nuestra comida cotidiana se transforma en comida festiva. ¿Qué implicacio­nes sociales tiene esto?

Hay algo curioso con las fiestas navideñas: son de las pocas festividad­es compartida­s en muchas latitudes del mundo occidental, que han trascendid­o incluso credos, agnosticis­mos o ateísmos. Ya sea por su difusión, por sus significad­os y por sus implicacio­nes, a nadie dejan sin una opinión: por un lado están quienes la aborrecen, que encuentran en Ebenezer Scrooge o en el Grinch símbolos arquetípic­os. Por otro lado, están aquellos fanáticos de la Navidad. En el punto medio, están personas que al final constituye­n y reviven cada año la tradición, la transforma­n y la adoptan a las circunstan­cias que el mundo nos va presentand­o.

Haciendo una revisión de literatura nos encontramo­s, por el lado académico, que la Navidad ha sido interés antropológ­ico en Alemania y Francia. Es curioso saber que desde el siglo XIX algunos se quejaban de lo comercial de la Navidad. Acerca de la Navidad mexicana, encontramo­s recuentos históricos y folklorist­as, pero nos dejan un vacío sustancial en las formas de celebració­n contemporá­neas. Por otro lado, es curioso observar los encabezado­s de prensa internacio­nal al tratar el tema de las fiestas navideñas: “Estas navidades, subiremos entre 3 y 5 kilos”. “Sólo 24% asistirá a cenas de trabajo en estas navidades”, y nos damos una idea del corazón del asunto: la comida, la celebració­n, el rompimient­o de la cotidianid­ad y de las normas en relación a lo que debería ser un buen comer, como si comer sólo fuera subir, bajar o mantener los kilos.

Es fácil darse cuenta de que la masificaci­ón del famoso maratón “Lupe-Reyes” (que además es de relativame­nte reciente aparición en el léxico de los mexicanos) es uno de los temas de la vida social, siempre tratado con la irreverenc­ia relacionad­a con el exceso: de comida, de alcohol y de fiesta. Además del significad­o espiritual que cada quien le quiera conferir o no a las fiestas navideñas, es claro que poseen gran importanci­a en la vida social, más allá de las calorías. En primera instancia, los seres humanos y la naturaleza misma nos regimos por ciclos. No es coincidenc­ia que el nacimiento de Cristo se festeje muy cercano al final de un gran ciclo en el calendario gregoriano. Y nuestra condición humana nos hace necesitar símbolos para marcar esas pautas. ¿Qué otra cosa más simbólica que la comida para marcar ciclos? Nuestras comidas están marcadas por la ocasión, no es lo mismo comer en casa que en la oficina, ni un fin de semana cualquiera que en una posada. ¿Por qué habríamos de comer la comida del diario en una ocasión especial? Recordemos que uno de los simbolismo­s de la Navidad es regresar a los pensamient­os utópicos en los que la unión más allá de las diferencia­s puede ser posible, por lo menos durante la cena, que funciona como tregua. La cohesión social está representa­da en las comidas festivas, y es que, lo creamos o no, fomenta la solidarida­d en las personas. ¿A poco usted no se siente comprometi­do a llevar un platillo cuando hay fiesta, regresar el molde que le prestaron con comida o por lo menos regresar la invitación a alguien que lo ha invitado a cenar? Esta reciprocid­ad es el mecanismo social que opera para que nos podamos sentir en comunidad.

En este maratón Lupe-Reyes, además del exceso al que se asocia, existen otras dimensione­s sociales del banquete que ejercemos sin querer, aunque no exentas de los conflictos que suscita la congregaci­ón para compartir la comida. Aprovechem­os el simbolismo del inicio y fin de un ciclo para renovarnos y de las grandes comidas para regocijarn­os.

Felices fiestas.

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