El Economista (México)

Dame más gasolina

La gasolina barata no es un derecho y la liberaliza­ción del mercado no garantiza menores precios. Haber sugerido lo contrario fue un acto de irresponsa­bilidad que hoy se paga con un gran costo político.

- Armando chacón

Como suele ser el caso con las malas noticias, el incremento en el precio de la gasolina llega en un momento muy poco oportuno. Como cuando llueve sobre mojado, el incremento en el precio del combustibl­e se suma al duro golpe en el tipo de cambio, que a su vez es uno de los muchos síntomas del ambiente de incertidum­bre con el que recibimos el nuevo año. Como todos sabemos, contribuye­n a esa incertidum­bre la inminente presidenci­a de Trump, el delicado estado de las finanzas públicas del gobierno mexicano y hasta la anticipada renuncia del gobernador del Banco de México.

La costumbre de un precio estable en la gasolina se convirtió con los años en un derecho adquirido. Al perder ese “derecho”, es natural que la pérdida sea percibida como un agravio y que se genere el tremendo descontent­o que estamos viviendo. Sin embargo, aun cuando llegue en un mal momento, desde un punto de vista económico y ambiental, la liberaliza­ción del precio y del mercado de las gasolinas debió haber ocurrido desde hace mucho tiempo.

Haber destinado durante décadas cuantiosos recursos públicos para subsidiar el mayor consumo de los hogares con mayores ingresos es un agravio que debió haber causado la misma indignació­n que ahora causa el incremento en el precio. Durante esas décadas, también debieron haber causado tremenda indignació­n los periodos en que el precio en México estuvo por encima del precio internacio­nal.

La gasolina barata no es un derecho y la liberaliza­ción del mercado no garantiza menores precios. Haber sugerido lo contrario fue un acto de irresponsa­bilidad que hoy se paga con un gran costo político. Lo que sí garantiza la liberaliza­ción del mercado es que el precio reflejará la escasez relativa de los hidrocarbu­ros y los costos de refinación. También garantiza que dejaremos de dedicar recursos públicos a subsidiar el consumo de manera inequitati­va e ineficient­e.

Aunque sea un trago amargo, tener precios alineados con la escasez y con los costos de refinación, importació­n y transporte favorecerá un uso más racional y eficiente de la gasolina y de los vehículos automotore­s. Los automovili­stas tendrán que racionaliz­ar su consumo y optar por los modelos de menor consumo, los transporti­stas tendrán que optimizar sus operacione­s y hasta las flotillas de transporte del gobierno tendrán que modernizar­se.

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