El Economista (México)

De las resolucion­es de Año Nuevo

Para que una conducta (comer “bien”, hacer ejercicio regular) se instale en nuestro chip como un hábito, el ser humano requiere algo más que fuerza de voluntad.

- LILIANA MARTÍNEZ LOMELÍ Twitter: @Lillie_ML

Las resolucion­es de Año Nuevo implican a veces un cambio en el estilo de vida que en muchas ocasiones para el mes de marzo nos dejan frustrados, tal vez por la forma en la que planteamos nuestras metas. Ya en los albores del 2017, aunque nuevo año, tiene historias conocidas: las nuevas inscripcio­nes en los gimnasios alcanzan su pico máximo, y después de los días feriados en los que la comida y la bebida abundan, muchas personas optan por adoptar regímenes frugales para “combatir” los kilos de más que deja la temporada, pero que también se vienen arrastrand­o desde hace un tiempo.

Entre los propósitos de Año Nuevo más comunes se encuentra el propósito literal de bajar de peso. ¿Cómo se logra esto? Uno podría responder con el binomio clásico: dieta y ejercicio. Entonces, las personas se inscriben en gimnasios, aprovechan las rebajas de ropa deportiva, investigan la última dieta de moda (en ésta época la tendencia in son los détox de jugos) y con gran empeño, empiezan la dieta y el ejercicio porque el objetivo es “bajar de peso”. Ya para la cuarta semana, los más resueltos siguen hambreados, de mal genio, pero motivados tal vez por los kilos perdidos en este tiempo de frugalidad monástica.

Para abril, ya casi nadie se acuerda de sus propósitos. Aquellos que lograron integrar las nuevas prácticas de estilo de vida ya no como una resolución pero como un hábito, son los que siguen en lo prometido. ¿Por qué nos frustramos y por qué no podemos seguir con lo prometido? En primera instancia, porque para que una conducta (comer “bien”, hacer ejercicio y/o deporte regular) se instale en nuestro chip como un hábito, el ser humano requiere algo más que fuerza de voluntad.

Estudiosos de psicología social saben que el “querer es poder” no encierra una verdad absoluta. Los seres humanos necesitamo­s de símbolos para funcionar con hábitos repetidos: para poder dormir, por ejemplo, uno de los rituales es poner una ropa diferente a la que traemos en el día. El rito del despertar entre semana con una ducha o con una taza de café depende mucho de la repetición pero también del símbolo. Y en el caso de las dietas frugales, no hay cuerpo que las aguante ni contexto sociocultu­ral que las promueva.

Entonces ¿no tenemos esperanza? Sí que la hay, pero a veces, tenemos que fijarnos hasta en la forma en la que planteamos objetivos. “Quiero bajar de peso”, ¿para qué? ¿Porque supongo que si bajo de peso podré parecerme algún día a las modelos de Victoria’s Secrets o al galán hollywoode­nse de moda con pectorales bien marcados? ¿Para ser más atractivo(a) al sexo opuesto y entonces ya me quieran más? ¿Para alcanzar un modelo de perfección de triunfador con el trabajo perfecto, la familia perfecta y el cuerpo perfecto y entonces sea más deseable socialment­e? Preguntémo­nos por qué planteamos este objetivo de esta manera que eventualme­nte nos lleva al fracaso. Científica­mente está comprobado que los kilos que se pierden en una dieta se recuperan a largo plazo. Tal vez entonces el objetivo principal no debería ser planteado como una pérdida de peso, sino plantearno­s del mayor disfrute de nuestra alimentaci­ón en un sentido integral, que no sólo se vea en cuestiones de salud, también satisfacci­ón, placer y por añadidura, vendrán los kilos externos de menos y la sonrisa de más, que seguro, no dará una dieta de hambruna.

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