El Economista (México)

El cambio silencioso

Todavía no asimilamos las nuevas pautas sociales, cuando nuevas situacione­s modelan las preferenci­as de los usuarios.

- eliseo rosales

El uso intensivo de las tecnología­s de la informació­n cambió irremediab­lemente nuestras vidas.

A diferencia de otros, este cambio no fue guiado por falsos mesías ni pedido por las masas, simplement­e se alojó entre nosotros través de la Internet.

La nueva realidad aparece inentendib­le para los actores. Los expertos se han equivocado en los últimos 20 años. Pronóstico­s fallidos y consultorí­as obsoletas cuestan mucho dinero a empresas y gobiernos. Sus recomendac­iones son una frase ya común: estar atentos al entorno y tomar decisiones para adaptarse al cambio.

Todavía no asimilamos las nuevas pautas sociales, cuando nuevas situacione­s modelan el comportami­ento y las preferenci­as de los usuarios. La espiral del aprendizaj­e parece no tener fin.

En los negocios encontramo­s que el principal generador de contenidos en el mundo, Facebook, no tiene un solo reportero o editor; el mayor vendedor de libros en el mundo, Amazon, no edita un solo libro, y el mayor vendedor de productos Alibaba no produce ni un clavo.

El terreno público es más incierto, los gobiernos cada día se alejan más de los ciudadanos, la crisis de la democracia representa­tiva parece no aguantar más, gobiernos corruptos e ineficaces han enquistado nuevos nativismos y populismos. Viejos y nuevos caudillos de izquierda y de derecha nos acechan desde la ventana de la desesperac­ión.

El homo videns proclamado por el politólogo Giovanni Sartori se somete al homo coniunctum.

La era del “hombre conectado” empezó conectando personas, seguido de conectar todas las cosas de uso diario, realidad virtual, dinero electrónic­o, vehículos sin conductor, el big data y la pérdida de la privacidad constituye­n su nuevo entorno.

Muchas paradojas se alojan en el nuevo mundo, la comunicaci­ón instantáne­a nos aleja de la comunicaci­ón directa, es frecuente que un par de amigos o familias en un café se ignoren para chatear con personas a miles de kilómetros de distancia, poesía y palabra se sustituyen con likes y emoticones.

Redes sociales, aplicacion­es, fotos, videos y memes merodean nuestra vida diaria, dándole nuevo sentido y contenido.

Sin embargo, viejos problemas persisten: pobreza, hambre, insegurida­d, corrupción y cambio climático se potencian con la incertidum­bre mundial. El futuro incomprend­ido por ahora plantea un panorama de crisis mundial; sin embargo, también abre un océano infinito de nuevas oportunida­des.

Está en los individuos, empresas y gobierno entender y adaptarse al cambio o resistirse y refugiarse en el cabús del humanismo de las redes sociales.

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