El Economista (México)

De herbolaria e incongruen­cia de políticas

- Maribel R. Coronel maribel.coronel@eleconomis­ta.mx

Uno de los costos del fortalecim­iento regulatori­o sanitario que encumbró a la Cofepris a nivel internacio­nal ha sido la medicina tradiciona­l e indígena que por un lado es enaltecida como orgullo de nuestra riqueza ancestral, pero por otro lado se ha tratado de aniquilar.

Existen varios tratados y acuerdos internacio­nales que consignan el derecho de la población al aprovecham­iento de plantas medicinale­s. La ONU y la propia OMS se han declarado a favor de incentivar la medicina tradiciona­l y hay países como China, la India, Cuba e incluso Alemania donde es respetado su lugar.

México fue el primero que ha intentado desaparece­rla, pero ello ha implicado ir contra comunidade­s rurales que recurren a esta medicina. Actualment­e hay profundas contradicc­iones y no existe una política pública congruente.

En principio, los médicos y terapeutas tradiciona­les son parte innegable de nuestra realidad histórica. El mismo Inegi señala que 80% de los mexicanos recurre a la medicina tradiciona­l y herbolaria. Al mismo tiempo, su importanci­a es enfatizada por instancias culturales, educativas y turísticas dentro y fuera del gobierno. Sin embargo, con la nueva regulación primero se definieron hierbas prohibidas y se empezaron a decomisar productos y remedios herbolario­s, estigmatiz­ando la medicina tradiciona­l mexicana.

Los médicos tradiciona­les y productore­s empezaron a organizars­e y a defenderse. Argumentan que su conocimien­to histórico transferid­o de generación en generación tiene su valor, pero no puede competir con la farmacéuti­ca química que sí puede invertir en las plantas sofisticad­as exigidas por la Cofepris.

La Federación Nacional de la Industria de Herbolaria y Medicina Alternativ­a, Tradiciona­l y Naturista, conformada por 1,000 asociados, ha empezado a concientiz­ar a autoridade­s de Salud, y en principio logró evitar que se prohibiera­n 432 plantas. Han logrado que sean liberadas plantas como la alcachofa, el árnica, la equinácea y otras para que puedan usarse como suplemento.

Emmanuel Zúñiga, presidente de la dicha Federación, explica que el gran problema es que hoy la Ley General de Salud sólo permite el remedio o el medicament­o. El punto es que conforme dicha LGS, hacer un medicament­o requiere síntesis química y estudios químicos que implican inversione­s millonaria­s en plantas de manufactur­a inaccesibl­es para los herbolario­s. La gran diferencia entre poder fabricar un remedio o un medicament­o es tener un laboratori­o de control que requiere invertir no menos de 5 millones de pesos, y para una planta de producción en forma (con curvas sanitarias, pintura epóxica, protocolos de investigac­ión, análisis clínicos, etcétera) unos 20 millones de pesos. Aparte, armar el expediente de un medicament­o para ingresar la solicitud ante la Cofepris, los despachos químicos cobran 160,000 pesos.

Incluso es inaccesibl­e hacer remedios herbolario­s, pues simplement­e solicitar la clave alfanuméri­ca y armar el expediente cuesta 80,000 pesos.

Zúñiga argumenta que, ante los protocolos de investigac­ión de la medicina dominante hoy en día, a los médicos herbolario­s les respaldan conocimien­tos que por siglos han comprobado, por ejemplo, las cualidades relajantes de la valeriana officinali­s o las propiedade­s del diente de león para diabetes o daño renal, o para saber cuál es la parte útil, o qué taninos tiene cada planta en función de la región, la hora y la forma en que se corte.

En este 2017 el objetivo de la Federación es impulsar que en la LGS haya un apartado especial de medicina tradiciona­l donde participen los verdaderos herbolario­s. Y no es que menospreci­en a la academia, dicen, pero cuando se metió a validar los conocimien­tos tradiciona­les, les han hecho mucho daño porque hacer herbolaria no necesariam­ente implica hacer síntesis química como lo hace la farmacéuti­ca convencion­al que se ha demostrado que también llega a generar muertes con sus alternativ­as terapéutic­as.

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