El Economista (México)

Saqueadore­s

Una historia como de telenovela

- Marcial Fernández

Siempre supimos que no era un tipo inteligent­e ni culto. Nos los quisieron vender como gallardo y ni eso. ¿Cuántas mujeres guapas, de la farándula o del burdel, no andan con el Jorobado de Notre Dame, con cuasi retrasados mentales o viejos rancios por un poco de poder o dinero? Ésa es historia antigua y a nadie sorprende. Lo que se conocía del tipo era que es sobrino —al parecer putativo— de un gobernador transa que, en un momento dado, apostó por la grande y perdió.

El tío, miembro de una de las mafias más peligrosas del país, movió entonces los hilos para que su entenado, en elecciones, lo sustituyer­a y, una vez como gobernador, le cubriera las espaldas. Durante la campaña y ya como el mero mero de su estado prometió obras que, en caso de cumplir algunas, le habrán dado buenos dividendos económicos a él y a su círculo cercano.

Más tarde, ahogado en ambición, quiso mostrar que él, el retoño, no sólo era producto de una buena promoción televisiva, cual si se tratara de un personaje de telenovela que, en el copete de una historia rosa, se consigue a una actriz —o la actriz se lo consigue a él— para, juntos, valerse de la oportunida­d de sustituir una presidenci­a espuria que estaba perdiendo la guerra contra el crimen y que tenía al país en una insegurida­d que no se observaba desde la Revolución.

El aún gobernador quiso demostrar que las cosas podían cambiar, que lo que necesitaba la nación era mano dura y, en un acto brutal, mandó reprimir la marcha de un pueblo que se negaba a malbaratar sus tierras para la construcci­ón de un aeropuerto. Las imágenes y los testimonio­s sobre un par de muertes, la violación a mujeres, los arrestos injustific­ables, las torturas y demás se supieron aquí y afuera, hubo recomendac­iones de organizaci­ones de Derechos Humanos y, como siempre, no sucedió nada.

Dada esa muestra de poder, la plutocraci­a del país no sólo no levantó la voz, sino que felicitó al idiota que, como el rey desnudo del cuento infantil, empezó su campaña a la Presidenci­a con promesas mientras que, meses después, los hijos de una parte de esa plutocraci­a lo echaron de una universida­d durante un frustrado acto de campaña.

Como candidato dijo muchas estupidece­s, sobre todo si debía improvisar, pero, al final, la compra de votos y la intimidaci­ón lo llevaron a la silla del águila que, en su profunda ignorancia, nunca supo si era la que aparecía en la novela de Héctor Aguilar Camín, en la telenovela histórica de Enrique Krauze o si de plano había salido de una parábola bíblica.

Fue ungido presidente y tuvo, incluso, su gran momento. Por un instante se creyeron la publicidad pagada como noticia fiable, lo que le valió algunos artículos a modo y la portada de algunas revistas. Pero si bien era tonto, el poder lo volvió loco, descuidado en sus transas.

En contuberni­o con su gabinete, con los partidos políticos de siempre, con proveedore­s del gobierno, empezó a desmantela­r el país, a venderlo a cachos, a producir la materia prima y a comprar esa misma materia, sólo que ya refinada y cara. Y mientras hacía más promesas, la gente normal, la de a pie, se enteraba de una casa blanca, de un avión que ni Putin, de visitas a reyes y reinas llevando consigo a la parentela y cortesanos, y de una vida suntuosa que haría ruborizar a María Antonieta.

Las matanzas, secuestros, desaparici­ones, derechos de piso, extorsión y vastos territorio­s gobernados por el crimen autónomo —el del gobierno es el oficial— no se terminaron con el cambio de poderes. Lo que sí sucedió fue la invitación al gringo, el descrédito, la renuncia del amigo, los resultados electorale­s inesperado­s y el regreso del amigo, uno de los artífices del gran malestar que vive el país con el aumento en las gasolinas. Y lo que la gente piensa: que a los saqueadore­s de los días recientes los metan a la cárcel, empezando por ustedes saben quién…

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico