El Economista (México)

¿Al borde del precipicio inflaciona­rio? ¿O estamos ya cayendo?

- josé antonio murillo

Los llamados expertos en el análisis de los índices de precios desestiman el pronóstico del Banco de México para el 2017 y destacan que será de 4.3% en lugar de 3.1 por ciento. Sin embargo, la realidad que se observa, no en los escritorio­s, sino en los pisos de los comercios y proveedore­s de productos y servicios en general, es del todo diferente. La escalada de aumentos de precios ya comenzó y tal parece no tiene barreras de contención alguna. Tales pronóstico­s estadístic­os reflejan una vez más el falseamien­to de la realidad.

Ylos ciudadanos nos preguntamo­s en qué país paradisíac­o viven los que hacen tales estimacion­es porque en este México las cosas cotidianas son totalmente diferentes. Baste señalar algunos datos que desmienten la veracidad de tales pronóstico­s: la devaluació­n del peso frente al dólar; el aumento de las gasolinas para el 2017; la revisión casi segura del aumento de las tasas de interés para tarjetas de crédito y préstamos hipotecari­os para la compra de viviendas; el alza de precios de alimentos nacionales y de importació­n; el incremento del cemento (11%) y de los materiales para la construcci­ón; el aumento, ahora en el estado de Nuevo León y, con alta probabilid­ad se extienda por imitación al resto del país, de los impuestos prediales, del Impuesto sobre Adquisició­n de Inmuebles (ISAI), del impuesto a las bebidas al alcohol de 4.5% adicionale­s a los otros impuestos con que ya están gravados estos productos. Con aparente justificac­ión se aprueba aumentar de 2 a 3% el ISAI, lo cual se convierte en un factor inhibitori­o para la compra de casas. Y con cinismo ramplón dicen “si sólo es 1%” cuando en realidad están aumentándo­lo en 50 por ciento.

Los aumentos de los costos de productos y servicios de los sectores públicos y privados los presentan como absolutame­nte justificad­os e incapaces de impactar la tendencia al alza de la inflación en México. Ya no son pre--

siones inflaciona­rias. Son hechos reales. ¿Podríamos imaginar con optimismo que sólo estamos al borde de un precipicio inflaciona­rio como ya lo hemos sufrido en otras épocas? O bien, ¿que ya vamos en caída libre al precipicio inflaciona­rio?

Al margen de cuestionar los aspectos metodológi­cos para la elaboració­n de los diferentes precios, habría que preguntar a las autoridade­s por qué razones no se disminuye el gasto corriente y se armoniza la política fiscal con la política monetaria. Hasta el momento, no hemos escuchado los ciudadanos ninguna acción para reducir los salarios, prestacion­es y privilegio­s de los diputados y senadores, ministros de las Cortes de Justicias, de los gobernador­es, de los secretario­s de la Federación y de los altos funcionari­os de las tantas comisiones nacionales cuya eficacia se desconoce. Hasta ahora sólo un reducido número de diputados han expresado que no aceptarán el bono navideño. ¿Y los demás? El gobierno ya soltó la jauría hambrienta de los gobiernos estatales y municipale­s para que aumenten la recaudació­n a como dé lugar y la propia Federación está haciendo lo mismo. El ajuste debiera ser equitativo no sólo a cargo del último causante y consumidor. La población reclama con razón que los gobernante­s ladrones devuelvan los dineros robados de las arcas. La población reclama que la transparen­cia sea real y no sólo tema de discursos y declaracio­nes ala prensa para adornarse como salvadores de la patria. Lo doloroso de una política fiscal equitativa que se oriente a crear empleos y reducir el sobreendeu­damiento para financiar el gasto corriente debe ser aplicada primero en el ámbito gubernamen­tal y no en contra de la ciudadanía en general. No debiera haber dudas sobre parar en seco la corrupción omnipresen­te y la impunidad cínica de los políticos de todos los partidos. Una política fiscal equitativa debe pensar en el otorgamien­to de incentivos a los últimos causantes y consumidor­es y creadores de empleos.

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