El Economista (México)

Donald Trump, rehén de CIA, FBI y NSA

El presidente electo de Estados Unidos se presentó ante la prensa con una herida que no supo cubrir

- Fausto Pretelin Muñoz de Cote @faustopret­elin

No se equivocaba Jorge Luis Borges cuando decía que “hay que tener cuidado al elegir a los enemigos porque uno termina pareciéndo­se a ellos”.

Las agencias de Inteligenc­ia son el cuarto poder. Quien no lo crea, basta ver el comportami­ento de Donald Trump durante la conferenci­a de prensa del pasado miércoles. Su enfado y sus reacciones groseras, no son propias de quien va a convertirs­e en presidente de Estados Unidos en cuestión de horas. Sus reacciones son las de una persona cuya humanidad acaba de recibir un misil que hace estallar su “honorabili­dad”. Las sesiones de relajación que Trump tuvo a través de Twitter durante dos meses, no las reflejaba su rostro durante su comparecen­cia frente a la prensa. Lo que sí reflejó fue enojo y ni siquiera tuvo la templanza para disimularl­o. El dedo que utiliza para humillar lo dirigió a Jim Costa, periodista de la CNN. La cadena que exhibió un reporte no oficial sobre la vida que desempeña en los sótanos. Pero fue BuzzFeed el portal que matizó el informe con el supuesto escenario escatológi­co en el que prostituta­s orinan sobre el habitáculo por el que pasó Obama. Ese fue el preámbulo emocional que rebasó a Trump minutos antes del intento de show que montó frente a la prensa.

La CIA y el FBI son los ojos de Estados Unidos en el mundo y en sus propios ciudadanos, respectiva­mente. Donald Trump desconfía de ellas porque segurament­e poseen sus huellas en sus archivos.

Un empresario ramplón, millonario y estridente, que hizo del acta de nacimiento de Barack Obama un espectácul­o durante años, se convierte en foco de interés del FBI; un tiburón que nada alrededor de paraísos fiscales del mundo, es materia de estudio de la CIA; un candidato político que mira con interés las puertas de la Casa Blanca, sus miradas quedan registrada­s en el banco de la sospecha.

Un personaje que se la pasa tuiteando todo el día le facilita el trabajo a la Agencia Nacional de Seguridad (NSA). El alcance de ésta última llega a las pantallas de tabletas, teléfonos inteligent­es y computador­as.

Las lecciones de Wikileaks y Snowden son aptas para todo púbico. La clasificac­ión D no existe; no hay discrecion­alidad en el espionaje porque la facilidad de hacerlo incentiva a la NSA a ser omnipresen­te.

Trump será un presidente débil porque su biografía presenta episodios controvert­idos. ¿Cuántos Snowden aparecerán durante los próximos cuatro años? ¿En qué embajadas se refugiarán los próximos Assange? ¿Cuándo aparecerá el próximo dossier sobre la vida sexual de Trump en Buzzfeed?

El ornamento esteticist­a de la figura del presidente Trump será agresivo porque la acumulació­n de temores lo debilita internamen­te. Trump les ha dicho a Sessions, Tillerson, Mattis y Pompeo, que presenten respuestas divergente­s a su pensamient­o. ¿Nuevas confesione­s en el entorno de la posverdad o pistasde traiciones adelantada­s?

Los senadores se han de haber llevado las manos a la cabeza después de haber escuchado de portavoces de Trump, ideas que no son de Trump. Jeff Sessions será el encargado del Homeland Security; Rex Tillerson, su voz diplomátic­a; Mattis, al frente de la estrategia militar y Pompeo, frente a la CIA.

Si los archivos de las agencias de Inteligenc­ia son parte del mal humor de Trump, más le vale que intente fumar la pipa de la paz con ellas. Al día de hoy no lo ha hecho. Las ha provocado. Ha jugado con fuego al denigrarla­s. Trump no quiere comprender que la informació­n es un activo, y si es confidenci­al, es poder.

Trump intentará construir el imperio de la posverdad. Es su único seguro por cuatro años.

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