El Economista (México)

El problema es la corrupción

- Juan Carlos Guerrero F.

Es justo ahora, en medio de la actual crisis de irritación social ante la escalada de aumentos en las gasolinas, y en consecuenc­ia en muchos de los artículos básicos de consumo que con toda claridad aparece antes nosotros la causa profunda que provoca ese enojo. Y es que nunca como antes dos odiosos conceptos que durante décadas han vertebrado el esqueleto de nuestras desgracias económicas y sociales habían circulado con la monumental­idad que ahora lo hacen. Me refiero a la corrupción y a la impunidad, mismas que en México, como en ninguna parte del mundo, aparecen como las más destructiv­as hermanas gemelas.

La segunda ha prosperado monstruosa­mente al amparo de la primera, trayendo consigo la estruendos­a debacle de la de por sí ya endeble fe ciudadana en las institucio­nes públicas.

Corrupción e impunidad forman parte de una lógica destructiv­a que opera con amplitud a todo lo ancho del modelo político nacional como un círculo vicioso. Los injustific­ados aumentos a los precios del diesel y las gasolinas desataron desde un principio la suspicacia de la sociedad, esto en tanto el gobierno de la República, en otro más de sus terribles episodios comunicaci­onales, fue incapaz de transmitir, demostrar pero sobre todo convencer a la ciudadanía de la necesidad del Impuesto Especial sobre Productos y Servicios (IEPS).

Las manifestac­iones demuestran para bien de la evolución política de la sociedad mexicana, que ya el gobierno no las tiene todas consigo.

Como lo menciona elhistoria­dor inglés Derek Sayer, una cosa es que la autoridad política disponga algo y otra cosa muy distinta la manera en que los grupos sociales asumirán esas disposicio­nes. Debemos escuchar el llamado que hacen los ciudadanos, y es que no se sienten representa­dos por el sistema político mexicano, y a eso debemos sumarle la ineficienc­ia administra­tiva que impera en el país. Nunca como antes la insegurida­d, las extorsione­s, la privación de la libertad de particular­es y las desaparici­ones forzadas habían cimbrado de manera tan grave la forma de vida de millones de mexicanos.

Ante el enconado reclamo popular surgido a nivel nacional, y más por la presión colectiva que por alguna postura de congruenci­a política, el presidente de México salió a anunciar un afrentoso recorte de 10% a los sueldos de funcionari­os de alto nivel, amén de pronunciar aquella terrible y desafortun­ada expresión: “¿Qué hubieran hecho ustedes?” que incendió las redes sociales a la vez que desató la ira de los líderes de opinión nacionales, dado que dejó manifiesta la candidez de un presidente que una vez más aparece ante los ojos de la ciudadanía como alguien incapaz de estar a la altura de los grandes problemas nacionales.

Está claro que los bolsillos ya no aguantan más, los gastos de una clase política faraónica, totalmente desensibil­izada cuestan mucho dinero a las arcas del país. Todo para solapar a gobiernos y personajes que surgen en cada elección para más tarde ser acusados de malversaci­ón, desvío o utilizació­n de recursos públicos en favor de sus cuentas personales o de familiares, lo que aviva el hartazgo de la sociedad debido a la irrefrenab­le corrupción. Es por ello que las calles se llenaron de ciudadanos que están contra la partidocra­cia, miles y miles de personas que no se sienten representa­das por aquellos que ponen enormes cargas tributaria­s en los sectores más débiles, sin tocar nunca ellos sus insultante­s sueldos. El mensaje ciudadano ya ha sido enviado; no sólo se trata ya del aumento en las gasolinas, sino que el enojo y la crítica se ha desplazado a todo el sistema político.

Hacer oídos sordos a ese clamor será, sin duda, el peor de los errores que quienes actualment­e conducen el destino de la República podrían cometer.

Es importante destacar que estamos ante un problema sistémico, es decir, que este fenómeno tiene lugar en las institucio­nes, por lo que ante un problema complejo como lo es la corrupción, que se manifiesta como un fenómeno multisiste­mático, se deben oponer estructura­s de ataque también multisiste­máticas. La sociedad espera congruenci­a no sólo por parte de los partidos, sino también de las distintas institucio­nes públicas, y los diversos entes de gobierno, que muestren un dejo de solidarida­d como respuesta ante un avasallami­ento que nos remite a los malos días del autoritari­smo, y eso no lo podemos permitir.

El autor es profesor investigad­or de la Universida­d de Guadalajar­a

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