El Economista (México)

Barack Obama

Estados Unidos difícilmen­te tendrá otro líder capaz de conmover tanto al resto de la humanidad.

- Verónica ortiz

Concluye la administra­ción de Barack Obama y no se puede obviar el contraste con su llegada al poder hace ocho años. La incertidum­bre doméstica y mundial de este día, frente a la euforia entonces generada por el triunfo del primer presidente afroameric­ano en la historia de Estados Unidos. La admiración internacio­nal ante una hazaña sólo creíble en aquel país.

Desde luego, vendrá la evaluación del legado de Obama, sus aciertos, errores y, en última instancia, las circunstan­cias que llevaron a la misma sociedad norteameri­cana a votar por su total antítesis. Lo que sí está a la vista son las diferencia­s personales entre ambos personajes, y la comparació­n engrandece la figura de Barack Obama.

Su historia personal le dio la riqueza de contemplar su país, y particular­mente la forma como el mundo ve a los Estados Unidos, desde otra óptica.

En su impactante autobiogra­fía Sueños de mi padre, el político del nombre chistoso, mitad blanco, mitad negro, describe cómo conoció y vio de primera mano “la desesperac­ión de los desposeído­s: cómo afecta las vidas de los niños en las calles de Yakarta o Nairobi, de la misma manera que sucede con los niños del sur de Chicago; la delgada línea entre la humillació­n y la ira que fácilmente lleva a la violencia y la desesperan­za”.

De ahí su convicción por impulsar la justicia social, de mitigar las desigualda­des persistent­es dentro de su país y la importanci­a de volver a Estados Unidos una nación respetada, no temida. Su obsesión con un liderazgo multilater­al de principios democrátic­os compartido­s y no de imposición unilateral. De persuadir con el poder del ejemplo y no con el poderío militar.

Esta empatía con el exterior no es un tema trivial. La frase de Humboldt de que “la visión más peligrosa del mundo es la de aquellos que no conocen el mundo”, recordada recienteme­nte por Arturo Sarukhán*, aplicaba literalmen­te a George Bush, que nunca había salido de Estados Unidos hasta que fue presidente. Y también a Trump, no porque no haya viajado, sino porque no le interesa entender el mundo, ni asumir ninguna responsabi­lidad global.

Obama ganó inspirando optimismo y esperanza. Trump lo hizo explotando la ignorancia y el resentimie­nto.

La selección de Joe Biden como vicepresid­ente elevó el estándar de calidad moral de su gobierno. Frente al descrédito universal de los políticos, ni un solo escándalo personal, familiar, ético, económico o político en ocho años de gestión es un verdadero hito.

De Obama extrañarem­os su dignidad, sensibilid­ad y decencia. EU seguirá siendo el país más poderoso del planeta, pero difícilmen­te tendrá otro líder capaz de conmover tanto al resto de la humanidad.

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