Barack Obama
Estados Unidos difícilmente tendrá otro líder capaz de conmover tanto al resto de la humanidad.
Concluye la administración de Barack Obama y no se puede obviar el contraste con su llegada al poder hace ocho años. La incertidumbre doméstica y mundial de este día, frente a la euforia entonces generada por el triunfo del primer presidente afroamericano en la historia de Estados Unidos. La admiración internacional ante una hazaña sólo creíble en aquel país.
Desde luego, vendrá la evaluación del legado de Obama, sus aciertos, errores y, en última instancia, las circunstancias que llevaron a la misma sociedad norteamericana a votar por su total antítesis. Lo que sí está a la vista son las diferencias personales entre ambos personajes, y la comparación engrandece la figura de Barack Obama.
Su historia personal le dio la riqueza de contemplar su país, y particularmente la forma como el mundo ve a los Estados Unidos, desde otra óptica.
En su impactante autobiografía Sueños de mi padre, el político del nombre chistoso, mitad blanco, mitad negro, describe cómo conoció y vio de primera mano “la desesperación de los desposeídos: cómo afecta las vidas de los niños en las calles de Yakarta o Nairobi, de la misma manera que sucede con los niños del sur de Chicago; la delgada línea entre la humillación y la ira que fácilmente lleva a la violencia y la desesperanza”.
De ahí su convicción por impulsar la justicia social, de mitigar las desigualdades persistentes dentro de su país y la importancia de volver a Estados Unidos una nación respetada, no temida. Su obsesión con un liderazgo multilateral de principios democráticos compartidos y no de imposición unilateral. De persuadir con el poder del ejemplo y no con el poderío militar.
Esta empatía con el exterior no es un tema trivial. La frase de Humboldt de que “la visión más peligrosa del mundo es la de aquellos que no conocen el mundo”, recordada recientemente por Arturo Sarukhán*, aplicaba literalmente a George Bush, que nunca había salido de Estados Unidos hasta que fue presidente. Y también a Trump, no porque no haya viajado, sino porque no le interesa entender el mundo, ni asumir ninguna responsabilidad global.
Obama ganó inspirando optimismo y esperanza. Trump lo hizo explotando la ignorancia y el resentimiento.
La selección de Joe Biden como vicepresidente elevó el estándar de calidad moral de su gobierno. Frente al descrédito universal de los políticos, ni un solo escándalo personal, familiar, ético, económico o político en ocho años de gestión es un verdadero hito.
De Obama extrañaremos su dignidad, sensibilidad y decencia. EU seguirá siendo el país más poderoso del planeta, pero difícilmente tendrá otro líder capaz de conmover tanto al resto de la humanidad.