Los colores que vistieron el arte de los mexicas
ARQUEÓLOGOS INDAGAN LOS INGREDIENTES PICTÓRICOS Recuperar la policromía original de los famosos monolitos requiere años de estudios y meses de minuciosa y exhaustiva limpieza
TODAS LAS obras escultóricas excelsas de la antigüedad, que nos maravillan en las salas de los museos, no siempre se vieron así. Los pueblos que nos las legaron las contemplaron llenas de color. La Piedra del Sol, Coatlicue, Coyolxauhqui, Tlaltecuhtli, por mencionar sólo algunas de manufactura mexica, nos revelan el universo simbólico de esas sociedades y cómo se concebían a sí mismas.
Recuperar los colores originales de esos famosos monolitos requiere horas, semanas, quizá meses, de minuciosa y exhaustiva limpieza, de innumerables estudios y cuidados y es una tarea que muy pocos encontrarían atractiva, pero aun más, hacer comparaciones químicas para identificar la procedencia de los pigmentos o recubrimientos parece una labor exclusiva para satisfacer la curiosidad de los científicos.
Sin embargo, indagar de dónde vienen estos ingredientes pictóricos, qué utilizaron aquellos artistas para recubrir sus obras o para pintar sus majestuosos edificios, nos acerca a descubrir los conocimientos que sus sociedades tenían acerca del universo, su religión, su estructura social y su economía y hasta con quiénes sostenían relaciones de comercio o tributo o con quiénes hacían alianza o la guerra.
Para Leonardo López Luján, arqueólogo y científico social especialista en las culturas que se asentaron en el valle de Tenochtitlan, precisar la procedencia de los materiales arqueológicos es fundamental para, por ejemplo, conocer los flujos comerciales del Imperio tenochca, y nos habla de la calcita con la que cubrían los edificios del recinto ceremonial conocido como Templo Mayor.
UN RASTRO DEL PASADO
“Sabemos, por las fuentes históricas del siglo XVI, que los mexicas recubrían con cal todos sus templos, pero para saber exactamente de dónde la traían fue necesario integrar un equipo conformado por geólogos, químicos y arqueólogos de la UNAM y de la Universidad de Calabria, y tomar muestras de los yacimientos de cal que están en Tula, Tecali y Yautepec, en Hidalgo, Puebla y Morelos, respectivamente, y luego compararlas, usando tecnología de punta, con muestras tomadas de los vestigios hallados en la superficie de los edificios del Templo Mayor, y la conclusión fue maravillosa, porque ahora sabemos que los mexicas, para encalar sus edificios, usaban cal traída de Tula.
“Este dato, que puede ser algo muy puntual, nos ayuda a reconstruir las rutas de intercambio, a saber más de la economía del pasado y a corroborar lo que dicen las fuentes históricas; es decir, que en aquel momento, Tula estaba sometida al imperio mexica y entonces seguramente la cal no llegaba a Tenochtitlan por el circuito del mercado, sino por el de la tributación y, efectivamente, si vas a las fuentes, a las nóminas de impuestos, te vas a encontrar con que Tula estaba enviando cal a la capital del imperio.
“A ese nivel de precisión estamos llegando actualmente con todos los adelantos tecnológicos que tenemos al alcance y con los estudios interdisciplinarios con que ahora trabaja la arqueología y que hace unos años era impensable.
“Estos estudios, por ejemplo, no se pudieron hacer con la Piedra del Sol. Desgraciadamente esa pieza estuvo exhibida muchos años a la intemperie y perdió sus colores; además, en el momento en que se encontró (1790) no se tenían los conocimientos sobre policromía que hoy tenemos y no se sabía bien cómo tratar una pieza de esa naturaleza”, refiere López Luján.
Hoy, por fortuna, los estudios son tan avanzados y meticulosos que dan materia para celebrar coloquios internacionales de especialistas, como el que se realizó hace unos días en El Colegio Nacional llamado “Croma. Color Tlapalli. El cromatismo en el arte grecorromano y mexica”, en el que participaron expertos de México, Alemania y Francia, y que fue coordinado por los arqueólogos Eduardo Matos Moctezuma y Leonardo López Luján, ambos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
En el encuentro, Leonardo López Luján hizo un recorrido por los estudios de cromatismo en el arte escultórico de los mexicas, desde los primeros, realizados por Antonio de León y Gama en el siglo XVIII sobre los pigmentos hallados en una cabeza de serpiente emplumada, hasta los más recientes, efectuados en la primera década de este siglo, sobre la superficie del monolito de la diosa Tlaltecuhtli, cuyo rescate arqueológico y posteriores estudios han sido coordinados por el propio López Luján.
Para él, el color imprime vida, naturalismo y realismo a las esculturas, pero también sirve al espectador para que logre una mejor legibilidad de la obra; además de que le transmite códigos y significados muy específicos sobre las mismas.
EL MÁRMOL NO SIEMPRE FUE BLANCO
Esta idea no es para nada nueva. En el Renacimiento, Leonardo da Vinci se opuso a la postura de la época que negaba los colores originales