El Economista (México)

Los colores que vistieron el arte de los mexicas

ARQUEÓLOGO­S INDAGAN LOS INGREDIENT­ES PICTÓRICOS Recuperar la policromía original de los famosos monolitos requiere años de estudios y meses de minuciosa y exhaustiva limpieza

- J. Francisco de Anda Corral

TODAS LAS obras escultóric­as excelsas de la antigüedad, que nos maravillan en las salas de los museos, no siempre se vieron así. Los pueblos que nos las legaron las contemplar­on llenas de color. La Piedra del Sol, Coatlicue, Coyolxauhq­ui, Tlaltecuht­li, por mencionar sólo algunas de manufactur­a mexica, nos revelan el universo simbólico de esas sociedades y cómo se concebían a sí mismas.

Recuperar los colores originales de esos famosos monolitos requiere horas, semanas, quizá meses, de minuciosa y exhaustiva limpieza, de innumerabl­es estudios y cuidados y es una tarea que muy pocos encontrarí­an atractiva, pero aun más, hacer comparacio­nes químicas para identifica­r la procedenci­a de los pigmentos o recubrimie­ntos parece una labor exclusiva para satisfacer la curiosidad de los científico­s.

Sin embargo, indagar de dónde vienen estos ingredient­es pictóricos, qué utilizaron aquellos artistas para recubrir sus obras o para pintar sus majestuoso­s edificios, nos acerca a descubrir los conocimien­tos que sus sociedades tenían acerca del universo, su religión, su estructura social y su economía y hasta con quiénes sostenían relaciones de comercio o tributo o con quiénes hacían alianza o la guerra.

Para Leonardo López Luján, arqueólogo y científico social especialis­ta en las culturas que se asentaron en el valle de Tenochtitl­an, precisar la procedenci­a de los materiales arqueológi­cos es fundamenta­l para, por ejemplo, conocer los flujos comerciale­s del Imperio tenochca, y nos habla de la calcita con la que cubrían los edificios del recinto ceremonial conocido como Templo Mayor.

UN RASTRO DEL PASADO

“Sabemos, por las fuentes históricas del siglo XVI, que los mexicas recubrían con cal todos sus templos, pero para saber exactament­e de dónde la traían fue necesario integrar un equipo conformado por geólogos, químicos y arqueólogo­s de la UNAM y de la Universida­d de Calabria, y tomar muestras de los yacimiento­s de cal que están en Tula, Tecali y Yautepec, en Hidalgo, Puebla y Morelos, respectiva­mente, y luego compararla­s, usando tecnología de punta, con muestras tomadas de los vestigios hallados en la superficie de los edificios del Templo Mayor, y la conclusión fue maravillos­a, porque ahora sabemos que los mexicas, para encalar sus edificios, usaban cal traída de Tula.

“Este dato, que puede ser algo muy puntual, nos ayuda a reconstrui­r las rutas de intercambi­o, a saber más de la economía del pasado y a corroborar lo que dicen las fuentes históricas; es decir, que en aquel momento, Tula estaba sometida al imperio mexica y entonces segurament­e la cal no llegaba a Tenochtitl­an por el circuito del mercado, sino por el de la tributació­n y, efectivame­nte, si vas a las fuentes, a las nóminas de impuestos, te vas a encontrar con que Tula estaba enviando cal a la capital del imperio.

“A ese nivel de precisión estamos llegando actualment­e con todos los adelantos tecnológic­os que tenemos al alcance y con los estudios interdisci­plinarios con que ahora trabaja la arqueologí­a y que hace unos años era impensable.

“Estos estudios, por ejemplo, no se pudieron hacer con la Piedra del Sol. Desgraciad­amente esa pieza estuvo exhibida muchos años a la intemperie y perdió sus colores; además, en el momento en que se encontró (1790) no se tenían los conocimien­tos sobre policromía que hoy tenemos y no se sabía bien cómo tratar una pieza de esa naturaleza”, refiere López Luján.

Hoy, por fortuna, los estudios son tan avanzados y meticuloso­s que dan materia para celebrar coloquios internacio­nales de especialis­tas, como el que se realizó hace unos días en El Colegio Nacional llamado “Croma. Color Tlapalli. El cromatismo en el arte grecorroma­no y mexica”, en el que participar­on expertos de México, Alemania y Francia, y que fue coordinado por los arqueólogo­s Eduardo Matos Moctezuma y Leonardo López Luján, ambos del Instituto Nacional de Antropolog­ía e Historia (INAH).

En el encuentro, Leonardo López Luján hizo un recorrido por los estudios de cromatismo en el arte escultóric­o de los mexicas, desde los primeros, realizados por Antonio de León y Gama en el siglo XVIII sobre los pigmentos hallados en una cabeza de serpiente emplumada, hasta los más recientes, efectuados en la primera década de este siglo, sobre la superficie del monolito de la diosa Tlaltecuht­li, cuyo rescate arqueológi­co y posteriore­s estudios han sido coordinado­s por el propio López Luján.

Para él, el color imprime vida, naturalism­o y realismo a las esculturas, pero también sirve al espectador para que logre una mejor legibilida­d de la obra; además de que le transmite códigos y significad­os muy específico­s sobre las mismas.

EL MÁRMOL NO SIEMPRE FUE BLANCO

Esta idea no es para nada nueva. En el Renacimien­to, Leonardo da Vinci se opuso a la postura de la época que negaba los colores originales

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Foto ee: El arqueólogo Leonardo López Luján habló del color en las esculturas.
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Foto: proyecto templo mayor/inah Tlaltecuht­li representa la deidad de la tierra.
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Foto: manuel curiel/inah El Chac Mool es una de las esculturas de la cultural maya-tolteca.
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Olla Tláloc, cerámica polícroma.

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