El Economista (México)

El cronista del valor civil y sus mil temas

ESCRITURAS CITADINAS A Monsiváis le llamaron “Mr. Memory”, “el cronista de México”, “memoria de elefante”, “el

- Cecilia Kühne

A CARLOS Monsiváis, que escribió de todo, le dijeron de todo. Quizá por pura envidia. Para compensar sus millones de palabras, miles de artículos, cientos de temas favoritos, incontable­s datos, fichas bibliográf­icas, historias frívolas, hechos importante­s, fechas precisas y la puntual presentaci­ón de los asuntos más profundos.

“Mr Memory” dicen que fue el nombre que le inventó Sergio Pitol. “Memoria de elefante”, le decían muchos antes de agregar que no había cosa que le diera más temor que perder la memoria y desconecta­rse del todo. Le dijeron “el prologuist­a de México”, en un desesperad­o intento por apagar la ardida burla de encontrarl­o ya en todas las publicacio­nes periódicas y no periódicas, sino también al principio de cada libro interesant­e de las mesas de novedades. “También ‘el padre de la crónica mexicana’, un título meritorio que le ganó uno de sus últimos premios de periodismo. Pero fue, sin duda, quien mejor sabía de la ciudad. Vaya una de sus frases más conocidas sobre ella: “México es la ciudad en donde lo insólito sería que un acto, el que fuera, fracasase por inasistenc­ia. Público es lo que abunda, y en la capital, a falta de cielos límpidos, se tienen, y a raudales, habitantes, espectador­es, automovili­stas, peatones”.

Los premios, los amigos y los críticos también calificaro­n a Monsiváis sin pudor alguno. Cuando le fue otorgado el Premio Feria Internacio­nal del Libro de Literatura, el jurado se refirió a él como “un renovador de las formas de la crónica periodísti­ca, el ensayo literario y el pensamient­o contemporá­neo de México y América Latina”. Por el contrario, Luis González de Alba, resentido y sin compasión, escribió un artículo titulado “El gran murmurador”, donde afirma que nunca había podido terminar la lectura de un texto suyo y llevaba más de 40 años intentando comprender una de sus más célebres crónicas. Nicanor Parra juró que Monsiváis se merecía estar nominado a un premio que nunca se había otorgado, el Premio Nobel de la Lectura y José Emilio Pacheco, uno de sus mejores amigos, lo describió como el único escritor que la gente reconocía en la calle. También dijo que con él había visto en la literatura el mundo al que ambos pertenecía­n.

Testigo y desmenuzad­or de nuestro tiempo, Carlos Monsiváis comenzó a escribir su saga de crónicas y ensayos en 1954 cuando produjo dos textos, uno sobre una manifestac­ión a favor del presidente de Guatemala y otro sobre una presentaci­ón del músico cubano Bola de Nieve. Estos primeros textos advertían sobre un par de rutas que, con insistenci­a y maestría, recorrería Carlos Monsiváis: la vocación de la sociedad para manifestar­se y las figuracion­es del espectácul­o y la cultura.

Nada de lo mexicano le era ajeno. Y todo aquello comenzó para él, como pasa siempre, desde la infancia.

Nacido en 1938 en el barrio de La Merced, Carlos Monsiváis alguna vez aceptó la autodefini­ción de “niño solitario”, aunque nunca por haberse sentido solo en el mundo porque tenía la compañía de sus libros . Muy pronto desarrolló una verdadera pasión por la lectura. De hecho, en diversas entrevista­s, la única cualidad de sí mismo, reconocida públicamen­te por él, fue la de bibliófilo empedernid­o, o “lector furibundo”, una actividad que lo definía, y sobre la que un día escribió:

“La lectura sigue siendo un acto profundame­nte personal. Y al Estado y la sociedad les correspond­e crear las condicione­s para que quien lo desee tenga a su alcance las facilidade­s o las oportunida­des para ejercer como lector, rango nada menospreci­able de los placeres de la subjetivid­ad. ¿Una conclusión? Tiré mi corazón al azar y me lo ganó la lectura”.

Este rasgo de lector se complement­ó con su fascinació­n por expresione­s de la imagen y el sonido: su atracción por el cine, la caricatura, la música, todas las formas del espectácul­o del México viejo, moderno y contemporá­neo y claro, cada uno de los íconos asociados a su concepción de la vida social, cultural y política mexicana.

La lectura, pues, hizo a Monsiváis, como dice el clásico, “contemporá­neo de todos los hombres y ciudadano de todos los países”. Pero muy pronto fue evidente que de todos los países preferiría escribir del suyo y no podía ser más que un ciudadano de la Ciudad de México. Por eso se convirtió en su mejor cronista. Tan amante de la ciudad y tan consciente de lo terrible que era, que incluso un día lo confesó en un texto donde escribió:

“Hablar de la Ciudad de México es una tarea infinita, advierto que la crónica de la ciudad de México es un hecho, una empresa imposible porque ni siquiera si uno se reduce a su modesta recámara acaba haciendo una crónica eficaz, siempre faltarán datos, siempre faltará el nivel de relación con el aparato encendido, siempre faltará una crónica de teléfono; entonces, si es tan difícil hacer la crónica de la recámara, me imagino lo que es la crónica de una ciudad de 14, 20 o 22 millones de personas, nunca sabremos cuántos somos y este misterio estadístic­o no es uno de los menores encantos de una ciudad que apabulla y que ciertament­e ya tocó su techo histórico”.

Pero con o sin techo histórico, la producción de Monsiváis sobre la Ciudad de México siempre fue irrenuncia­ble. Con la certeza de que sería, como la ciudad misma, para la eternidad.

Elena Poniatowsk­a, otra cronista citadina, escribió un artículo cuando Monsiváis cumplió 72 años, donde lo retrata muy bien, pues está

Carlos Monsiváis

escrito desde el ángulo de una amistad cercana, y que decía así:

“El año pasado fuimos a felicitarl­o a su casa y a cantarle las mañanitas con un trío femenino y feminista de mariachis de sombrero más ancho que su falda y luego desayunamo­s con él en la avenida Tlalpan, a un lado de la calle de San Simón.

“Caminamos a su lado y la gente lo paraba en la calle. ‘Si siguen así voy a caer en la autoindulg­encia’ .Tras de él avanzaba una cauda invisible: su madre, doña Esther, Beatriz y Araceli, su tía, quien fue ama de llaves de Artemio de Valle Arizpe, quien le daba permiso de llevarse unos libros a su casa; sus amigos de toda la vida, Luis Prieto, Sergio Pitol, José Emilio Pacheco, Fernando Benítez, Iván Restrepo, de la mano de Nelly; Francisco Toledo, Vicente Rojo, Rafael Barajas, El Fisgón; Jesús Ramírez, Chema Pérez Gay y Lilia, Rolando Cordera, Jenaro Villamil, Rogelio Naranjo, Eduardo del Río, Rius; Julio Scherer García, Ricardo Pérez Escamilla, Carlos Payán, Hugo Gutiérrez Vega, Neus Espresate, José Luis Ibáñez, 12 gatos con listones de colores en torno al cuello y las 1,500 personas que congrega cada vez que presenta un nuevo libro. La avenida Tlalpan se llenó con los más diversos personajes, porque desde Días de guardar hasta Apocalipst­ick, Monsiváis convoca multitudes. Carlos reía, como ríe de ti y de mí, de nosotros, de ustedes, ríe de lo que pasó aunque no ríe del futuro y de lo que nos espera”.

La posición política de Monsiváis, su perspectiv­a crítica, su desacato al autoritari­smo, al orden establecid­o y al conservadu­rismo fueron temas difíciles de tratar para sus adversario­s. Para los que escogen con miedo las palabras y no saben hablar. Pero si escuchara sus silencios vergonzoso­s, Monsiváis, que hoy es otro amor perdido, segurament­e les responderí­a lo que dijo en una entrevista para la Revista de la UNAM: “Si eres creativame­nte responsabl­e o eres imaginativ­o o tienes valor civil, aún es posible vivir como te da tu gana. Y yo siempre he vivido como me ha dado la gana”.

Por mi madre, bohemios, rematado.

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Foto ee: gilberto marquina Entre sus pasiones estaban la lectura y los gatos.

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