Trump y el medio ambiente global
¿Estamos frente a un retorno a la destrucción?
Donald Trump, nuevo presidente de Estados Unidos es, entre otras cuestiones, un “negacionista” del fenómeno del cambio climático y parece tener un conocimiento primitivo de los problemas ambientales. Su visión del medio ambiente está ligada todavía al concepto de los recursos ilimitados del planeta y a que la Tierra puede en todo momento recuperarse de los daños que han sido causados por el ser humano. En tal sentido, la doctrina de Trump, basada en una diplomacia de Twitter y de eslogans desarticulados, no contempla el concepto del desarrollo sustentable y menos la situación irreversible y alarmante en la que se encuentra el patrimonio ambiental del planeta.
Su política económica propone un crecimiento mayor al que pueden soportar los ecosistemas de los Estados Unidos y de la Tierra misma. En tal sentido, Trump sigue considerando que el bienestar de los estadounidenses depende en gran medida de recursos naturales del territorio americano y de la explotación de otras zonas del planeta donde los Estados Unidos tienen influencia geopolítica.
Según el programa político y económico de Trump, podremos asistir a una expansión de la industria estadounidense con alta intensidad de carbono, sin ninguna consideración hacia el medioambiente y muy peligrosa en un contexto de neo-extractivismo que está condicionando a la región de las Américas. Es decir, que de alguna manera la política de regreso al uso intensivo del petróleo y de los combustibles fósiles va en línea con la política de depredación y degradación ambiental que varios países del continente han emprendido hace pocos años para satisfacer la demanda de commodities a nivel global y, en particular, con la demanda de bienes de China.
Si las políticas agresivas de Trump se realizan y se cruzan los límites de la capacidad planetaria de aguantar emisiones de gases contaminantes en la atmósfera, se acelerarán los efectos climáticos de manera aún más impredecible. Entre otras cosas, van a cambiar los patrones de las lluvias —tornándose inhabitables las regiones ecuatoriales—, la deforestación y la pérdida de la biodiversidad van a comprometer nuestra capacidad de producir comida y fibras, muchas áreas urbanas —donde vive la mayor parte de la población— van a quedar abajo del agua, forzando movimientos migratorios masivos hacia el Norte del mundo, y nuestras fuentes de energía se van a degradar rápidamente. Además, la cantidad de agua potable disponible va a disminuir por debajo de los niveles de necesidad básicos y con ello podrán aumentar enfermedades y epidemias. Todos escenarios bien documentados por los científicos, pero que el presidente Trump sigue considerando como poco probables (durante la campaña electoral se trataba de cuentos chinos…).
Finalmente, si vemos los nombramientos del gabinete de Trump, y en particular nos fijamos en la Agencia de Protección Ambiental de los EUA (EPA, por su sigla en inglés), el nuevo director Scott Pruitt es un fuerte impulsor del abandono de las regulaciones ambientales para la liberalización de estos bienes. Pruitt ha encabezado en los últimos meses el pleito legal de 28 estados norteamericanos contra la EPA para frenar el Plan de Energía Limpia impulsado por Barack Obama. Para el nuevo director de la EPA, muchas de las normas que adoptó la administración Obama, y que están en línea con los compromisos de la comunidad internacional para reducir las emisiones de gases contaminantes, son “ilegales y excesivas”.
En tal sentido hay una enorme preocupación en los científicos internacionales y en los ambientalistas que consideran a Pruitt —y a otros miembros del gabinete de Trump— como unos jinetes de la industria de los combustibles fósiles que no sólo niegan el cambio climático, sino que están dispuestos con sus acciones a acelerar sus efectos devastadores.
Hay una enorme preocupación en los científicos internacionales y en los ambientalistas que destacan la negación del cambio climático.