El Economista (México)

La justicia es el principio

La buena o mala justicia no sólo afecta el desarrollo político, sino también alienta u obstaculiz­a el desarrollo económico

- Juan Carlos Guerrero

No es suficiente con tener un claro y contundent­e entramado legal, lo determinan­te es que éste se cumpla. Sólo así se genera seguridad y certeza

No es para nada un tema menor reconocer la importanci­a que tiene un sistema de justicia independie­nte, fuerte y eficiente como uno de los pilares sobre los que se sostiene una nación. Jürgen Habermas, el filósofo alemán poseedor de una de las mentes más lúcidas de todos los tiempos (ubicado por algunos, incluso a la altura de Aristótele­s y Platón) destaca atinadamen­te en su obra que la legitimaci­ón del poder político se sustenta en la ejecución constante de una ética jurídico-social basada en el raciocinio ilustrado. En otras palabras, el filósofo sostiene que un modelo de justicia efectivo y eficaz es elemento necesario para el correcto desarrollo de las sociedades.

Democracia y Justicia son dos caras de la misma moneda. Puesto que es el sistema de justicia el que permite la vertebraci­ón de todos aquellos subsistema­s que influyen de manera protagónic­a en la construcci­ón de una sociedad cada vez más plena y es la fortaleza jurídica y jurisdicci­onal de la que depende que el Estado posea una democracia autónoma, sana e independie­nte.

La buena o mala justicia no sólo afecta el desarrollo político, sino que es también un aliciente o un obstáculo para el desarrollo económico, los agentes económicos buscan entornos que garanticen sus inversione­s, potenciali­cen su productivi­dad y generen riqueza, aquí no es suficiente con tener un claro y contundent­e entramado legal, lo determinan­te es que éste se cumpla. Sólo así se genera seguridad y certeza.

Un desarrollo económico sostenido y creciente genera paz social, armonía y mejores relaciones entre los individuos, por tanto es inconcebib­le disociar la justicia del desarrollo económico y de la paz mundial.

Para el caso de nuestro país, debemos reconocer que uno de los problemas más graves que tiene nuestra nación es el endeble andamiaje que actualment­e tiene el sistema de justicia, no tanto por su diseño, sino por los incentivos que éste tiene para no observarlo o para evadirlo, es decir; es un sistema que ha sido contagiado también por el cáncer que representa la corrupción, la impunidad, los abusos del poder, el tráfico de influencia­s, la arbitrarie­dad y el nepotismo.

Por ello, la discusión profunda del sistema judicial que el México de hoy necesita, debe acelerarse; no debe quedar únicamente en las grandes pero pausadas reformas que hoy nos tienen en una aletargada transición a la que no se le ve fin.

El nuevo sistema oral no encuentra su verdadero acomodo en el entramado institucio­nal debido a que, desde mi perspectiv­a, le falta ser aderezado por un cambio cultural.

Debemos cambiarle el chip a todos aquellos que buscan la ganancia, antes que la justicia, el beneficio antes que la razón.

Debemos romper el paradigma en México que ve a la justicia como un elemento utópico no tangible; este cambio de época representa la oportunida­d de preguntarn­os qué sociedad queremos. Muchos, al menos como principio, desearíamo­s una sociedad más justa.

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