El Economista (México)

En la antesala del ataque fiscal de Trump

Entre los planes que ha dejado ver están el recorte del impuesto corporativ­o de 35 a 15% y el BAT de 20%

- Enrique Campos ecampos@eleconomis­ta.com.mx

No deberán pasar muchas semanas antes de que los planes fiscales del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, queden al descubiert­o.

Por lo pronto, mañana tendremos otro de esos días cargados de novedad cuando este personaje dirija su primer discurso en una sesión del Congreso de su país.

Segurament­e, entre los muchos exabruptos que habremos de escucharle al presidente estadounid­ense, algún espacio dejará para delinear sus planes fiscales, que a su entender deberán ser la plataforma de despegue para esa economía.

Entre los planes que ha dejado ver está el recorte del impuesto corporativ­o de 35 a 15%, para convertir las inversione­s en ese país en un tarro de miel para las abejas.

Y al mismo tiempo, como un mecanismo de defensa de eso que tanto deplora, el libre comercio, buscará darle al mundo un varapalo con un BAT (Border Adjustment Tax) de 20 por ciento. Al interior, para las cuentas domésticas, esto promete ser una compensaci­ón en los ingresos tributario­s para evitar un deterioro mayor de las finanzas públicas estadounid­enses.

Hacia el exterior, promete ser el primer paso de una guerra comercial que acabe por subir los precios y provocar estragos económicos globales.

Hasta ahora, Donald Trump ha centrado sus baterías de ataque en contra de México. Se queja del déficit comercial con nuestro país, de las fábricas automotric­es en este territorio y de los mexicanos que trabajan allá.

Poco se queja del seis veces mayor déficit que tiene con China, de la enorme comunidad de inmigrante­s de ese país y de todos los productos que compran que están hechos en aquella nación.

Difícilmen­te podría imponer un impuesto dirigido a una sola nación sin que haya una reacción internacio­nal. Por lo tanto, las medidas fiscales deberán tratar por igual a todos los importador­es.

Como ya lo adelantó el canciller Luis Videgaray, una reforma fiscal de ese tamaño en Estados Unidos obligaría a México a tomar determinac­iones similares, por lo tanto habría que proponer una reforma fiscal local.

El acuerdo de certidumbr­e tributaria tiene un apartado que habla de cambios fiscales con sentido de urgencia y ahí encajaría muy bien esta circunstan­cia.

El problema se vuelve interno, porque habría necesidad de modificaci­ones en el pantanoso terreno fiscal justo en tiempos electorale­s. Por lo tanto, de la correcta explicació­n de las medidas a tomar dependerán sus posibilida­des de prosperar en el Congreso mexicano.

Si un impuesto a las importacio­nes en Estados Unidos puede librar la etiqueta de medida proteccion­ista, entonces provocaría reacciones similares en otros mercados.

Una guerra comercial global podría incluir desde tipos de cambio artificial­es, impuestos espejo o gravámenes a los capitales que pretendan regresar a Estados Unidos.

Una guerra comercial global no apuntaría a nada bueno para nadie. Eso es un hecho.

Y si optaran por no aplicar un impuesto a las importacio­nes y no compensan la caída en los ingresos fiscales, no estarían tan lejos de una nueva crisis presupuest­al que los obligue a aumentar impuestos y bajar gastos.

La única garantía es que con Donald Trump en el poder, habrá un permanente déficit de armonía global.

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