Merecer la abundancia
La venganza del mexicano está en reírse de lo que en otros lugares sería una tragedia
México no es Islandia ni otro país desarrollado con Estado de Derecho. Aquí, para entrar a la cueva de la política o de la justicia, hay que atreverse a ser parte del “ábrete sésamo” y, una vez que se decide volver a casa, el “ciérrate sésamo” no siempre surte efecto. El caso de la bodega de la familia Duarte lo ejemplifica.
Los mexicanos tenemos un sentido del humor peculiar. Le llamamos Árbol de la Noche Triste, por ejemplo, al ahuehuete en el que Hernán Cortés lloró la expulsión de los españoles de Tenochtitlan, lo que viene a ser la primera victoria de los mexicas, de los antiguos mexicanos, de nuestros abuelos, a un ejército extranjero.
Luego, ese símbolo de la mexicanidad, de supuesta tristeza, fue quemado por dos o tres alegres borrachos en el siglo XX, y lo que quedó del tronco se convirtió en fuente de chistes, humor ácido, como los del Casino Royal, San Juanico o los muchos mercados de cuetes que suelen tronar de vez en cuando, sobre todo en épocas navideñas.
Al respecto, en El laberinto de la soledad, Octavio Paz destaca que la “contemplación del horror, y aun la familiaridad y la complacencia en su trato, constituyen (…) uno de los rasgos más notables del carácter mexicano. Los Cristos ensangrentados de las iglesias pueblerinas, el humor macabro de ciertos encabezados de los diarios, los velorios, la costumbre de comer el 2 de noviembre panes y dulces que fingen huesos y calaveras, son hábitos, heredados de indios y españoles, inseparables de nuestro ser”.
Cierto, nuestro humor ya no sólo es sombrío —fuera de las caritas sonrientes totonacas, ¿quién recuerda alguna pieza precortesiana divertida?—, sino mestizo, con lo cual se refina y cobra un doble sentido que se explica en otro párrafo de Paz: “Nuestro culto a la muerte es culto a la vida, del mismo modo que el amor, que es hambre de vida, es anhelo de muerte. El gusto por la autodestrucción no se deriva nada más de tendencias masoquistas, sino también de una cierta religiosidad”.
Sí, tenemos un humor religioso, cabrón, ladino, en el que nada es lo que parece y, así, con la burla, la sorna, el sarcasmo, cubrimos nuestra falta de Estado de Derecho, de justicia, de equidad, pues si bien estamos lejos de Alemania o de otro país desarrollado, nuestra venganza está en reírnos de lo que en otros lugares sería una tragedia, lo que incluye a presidentes, gobernadores, políticos y millonarios coludidos en la mayoría de los casos con el poder, que hacen de Veracruz, por ejemplo, pueda ser en el siglo XXI el cacicazgo de sujetos como Javier Duarte y Miguel Ángel Yunes.
El actual rey feo del permanente carnaval veracruzano, por ejemplo, acaba de hacer lo que se puede considerar una canallada ilegal, acción que, por sí misma, en un Estado de Derecho invalidaría el proceso judicial que se le sigue al prófugo ex gobernador jarocho, al dar a conocer públicamente —y no en un juzgado— parte de lo que dice que encontró en una bodega de Córdoba, Veracruz, entre lo que se destaca el diario personal de la esposa de Duarte, Karime Macías, que, más allá de la indebida intromisión a la vida privada de una persona que no ha sido acusada ante autoridad alguna, ya fue juzgada por nuestro buen humor, sobre todo por los delirios “Sí merezco abundancia”, “Sí merezco abundancia”, “Sí merezco abundancia” ahuyentadores del sentimiento de culpa de la susodicha.
Pero esto no es lo peor. Lo abominable no tiene que ver con la justicia o injusticia del caso, sino con el nivel educativo y cultural de una clase media mexicana trepadora, insaciable, cómplice, vacua, ratera y profundamente iletrada, de la cual Karime es una digna representante mientras que nosotros, pues ahí nomás estamos, a la risa y risa.
Cubrimos nuestra falta de Estado de Derecho, de justicia, de equidad, con nuestro humor y burla.