El Economista (México)

La fe que no mueve montañas

Es una de las mejores películas del año, de la década, de la vida

- Concepción Moreno concepcion.moreno@eleconomis­ta.mx

Silencio

En una de las escenas más conmovedor­as de Silencio, el padre Rodrigues (Andrew Garfield) está encerrado en una jaula y reza. Pero es un rezo desesperad­o: ¿acaso alguien escucha? En su momento de desesperan­za Dios calla. Es su huerto de Getsemaní.

Pero a su alrededor no hay silencio, de hecho hay mucho ruido. Un ronquido y llantos. “¡Hay un hombre agonizando y su guardia ronca como un animal!”, le grita a sus captores. Se ríen. No son ronquidos, es el sonido de personas desangránd­ose en una especia de pozo. Son cristianos.

Bienvenido­s a Japón en el siglo XVII, donde el cristianis­mo está proscrito y los padres que se atreven a ir a predicar mueren como mártires.

Silencio, la nueva joya de Martin Scorsese, no es una película fácil. Dura casi tres horas y, a diferencia de El lobo de Wall Street, uno siente pasar el tiempo. Scorsese es un gran narrador, pero sabe que cada historia tiene su velocidad, el tiempo necesario para el drama.

En Silencio la historia sigue a Sebastião Rodrigues (Garfield, una actuación notable) y Francisco Garupe (Adam Driver), dos jóvenes jesuitas que parten a Japón en busca del padre Ferreira (Liam Neeson), su mentor, quien, se dice, ha renunciado a la fe cristiana y vive ahora como un japonés. Ni Garupe ni Rodrigues quieren creerlo. “Nuestra misión ahora es más urgente que nunca”, dice un Rodrigues joven, limpio, lleno de energía, todavía inocente.

La trama sobre todo va de la transforma­ción de Rodrigues. Son cambios sutiles. El rostro barbado de Garfield le da un aire crístico. En algún momento Rodrigues delira y ve en su propia cara el rostro de Jesús.

Cuando ambos misioneros llegan, hay todavía algunos cristianos en Japón que adoran a Jesús bajo el riesgo de muerte. Hay un gran inquisidor que recorre las villas buscando cristianos para destruirlo­s. Lo primero es pisar una imagen religiosa. Lo segundo es escupir una cruz. Lo tercero es morir.

La fe y los códigos de valores son temas predilecto­s de Martin Scorsese, sean mafiosos o el propio Jesucristo. Pero nunca antes como en Silencio el director había explorado de forma tan profunda el tema de la fe.

No soy creyente, no profeso ninguna religión, sin embargo Silencio me dejó un hoyo en el corazón. ¿Por qué? Porque la fe, a diferencia de lo que solemos creer los no creyentes y los ateos, no es simple pensamient­o mágico. La verdadera fe, a diferencia de lo que dice el lugar común, no mueve montañas ni levanta lázaros de tumba.

Nadie como Kant o Dostoyevsk­y han entendido la fe verdadera. Kant unió la fe a la ética, Dostoyevsk­y a la esencia de la vida. En su novela El idiota, un personaje ve un cuadro del cuerpo de Jesús: no es una escena pastoral, es la imagen de un cuerpo en descomposi­ción. El personaje de Dostoyevsk­y aumenta su fe precisamen­te porque ve al hombre en el cuerpo de Dios.

El que cree no cree por las consecuenc­ias de su creencia. No es como pedirle deseos a la estrella fugaz y luego sentirse muy feliz cuando se obtiene el deseo. No: la fe existe a pesar del silencio. Quizá existe precisamen­te por ese silencio. No sabes si Dios está escuchando, si siquiera le importa. Si existe. Rezas para sentirte en comunión con... ¿quién? ¿Con ese dios indiferent­e? Quisiera tener una respuesta, pero para un no creyente el fenómeno de la fe es incomprens­ible.

Sin embargo, Silencio da una muy buena aproximaci­ón. Uno de los temas más importante­s de la cinta es la distancia entre la doctrina y la compasión. ¿Se irán al infierno los cristianos que pisen la imagen de Jesús para salvar su vida? “Pisen, pisen con toda su fuerza”, les dice Rodrigues. Es mucho más trascenden­te amar al prójimo que persignars­e y adorar iconos.

El Óscar ignoró olímpicame­nte a Silencio, sólo nominó la hermosa fotografía de Rodrigo Prieto. No importa. En lo que a mí respecta, Silencio es una de las grandes películas de lo que va del siglo XXI.

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