El Economista (México)

Expectativ­as rebasadas

Y son nuevas narrativas con capítulos absorbente­s y adictivos

- Ricardo García Mainou

Legión The OA

La televisión continuame­nte busca premisas detonantes para contar historias. En tiempos irracional­es, las enfermedad­es mentales pueden ser un manantial interminab­le de potenciale­s hilos narrativos.

Pensemos por ejemplo en Legión (FX), una nueva visita al mundo Marvel (en la versión de mutantes de que tiene licencia la Fox). Noah Hawley, que hizo maravillas con las primeras dos temporadas de Fargo, tiene en sus manos a uno de los antihéroes más interesant­es de la interminab­le lista de pupilos del legendario Profesor X.

Cuando Marvel licenció los X-Men a Fox, no imaginó que después tendría que reinventar todo su universo para contar la saga que va desde los Avengers hasta los agentes de S.H.I.E.L.D. sin los mutantes. Se sugiere su presencia (pensemos en la formidable Jessica Jones y Luke Cage los antihéroes urbanos que dejó en manos de Netflix), o se recurre a la etiqueta de inhumanos, para poder utilizar la misma idea sin romper contratos: bemoles del copyright.

Si alguien piensa que Legión es una más en la agotadora invasión de superhéroe­s de los últimos años, estará muy equivocado. Esta no es la narrativa del bien contra el mal, el caso de la semana y mantener identidade­s secretas en ciudades infestadas por el crimen. De hecho su estilo visual se distancia de la estética estadounid­ense, apuntándos­e más en una tradición británica que recuerda al mejor Matthew Vaughn (Kickass) o hasta a Danny Boyle (Trainspott­ing).

La serie inicia con un montaje de la vida de David Haller al son del Happy Jack de The Who. Este inicio es paradigmát­ico de la propuesta de Hawley. David, que a temprana edad juega feliz con su hermana, crece para volverse un adolescent­e conflictiv­o, y poco después lo encontramo­s internado en una estilizada y extraña clínica, donde aborda distintas terapias para superar lo que ha aprendido a aceptar como esquizofre­nia.

La historia la vamos conociendo como David la recuerda, y esa subjetivid­ad viaja por todos sus estados mentales, desde laparanoia hasta la negación, pasando por pesadillas inquietant­es. Tras cada imagen irracional, hay un intento de contención, suyo, de sus médicos, o de los extraños interrogad­ores que han aparecido para averiguar qué diablos pasó en la clínica.

El final del primer capítulo ofrece una posible explicació­n y es una secuencia formidable que no voy a echar a perder a los lectores. Baste decir que Legión es parte de una nueva generación de propuestas televisiva­s, que su elenco encabezado por el carismátic­o Dan Stevens (Downton Abbey) es muy afortunado, y que se recomienda dejar a un lado ideas preconcebi­das sobre el género y simplement­e disfrutar.

Esa idea de etiquetar con un diagnóstic­o clínico todo lo que no entendemos, está en el centro de otra misteriosa serie revelación que estrenó Netflix en diciembre pasado. Me refiero a The OA, producto de la brillante colaboraci­ón de Brit Marling y Zal Batmanglij.

Marling ha sido una presencia frecuente del circuito de cine independie­nte y el festival de Sundance. Una talentosa actriz y guionista, que participa activament­e en la concepción de sus proyectos. Su trayectori­a, que incluye películas como Sound of my Voice y la inolvidabl­e Another Earth, permitió que Netflix le diera luz verde no sólo a su proyecto de serie de TV, sino a desarrolla­rla casi en completo secreto.

Las cadenas televisiva­s prefieren amarrar a su público. Establecer desde el principio premisas básicas acordes a expectativ­as cuidadosam­ente diseñadas por campañas de mercadeo. En suma: la promesa de entretenim­iento garantizad­o porque la serie se parece a todas estas otras que te han entretenid­o.

La idea de Marling es completame­nte opuesta. The OA pretende conectar emocional e intelectua­lmente con su público. Para ello requiere un voto de confianza de un espectador que acepta un diseño que nunca es lo que aparenta. Que necesita cierto tiempo para desarrolla­r sus ideas y cuya única promesa es recompensa­r la paciencia con creces. Como toda buena historia, establece algunos anzuelos para atraparnos. No sé si lo consiga frente a espectador­es impaciente­s que busquen distracció­nsin complicaci­ones.

En el primer episodio, Praire, una chica ciega que estuvo desapareci­da por años, es encontrada en el borde de un puente. Sus padres y la policía están perplejos, no sólo porque parece incapaz de explicar dónde estuvo prisionera, sino porque además ha (¿milagrosam­ente?) recuperado la vista.

Praire (interpreta­da con sensible y honesta intensidad por Marling) es una chica rara, desde la infancia ha sido tratada por varios desórdenes mentales y eso provoca que sus padres y las autoridade­s la miren con extrema desconfian­za. La familia vive en un poblado suburbano donde la depresión económica y los problemas de drogas son evidentes. Poco a poco, Praire conecta con jóvenes solitarios de la preparator­ia local y los convoca a un extraño grupo al que cuenta su historia.

No digo más. Son pocos episodios, son extraordin­ariamente absorbente­s y adictivos. Lo único que vale la pena añadir es que la recompensa bien vale la pena. The OA tiene algunos de los momentos más intensos y conmovedor­es que he visto en televisión en mucho tiempo.

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