El Economista (México)

El otro Ray

Se encuentra mejor en la frontera, país híbrido al que este gringo chilango siente que pertenece

- Concepción Moreno concepcion.moreno@eleconomis­ta.mx

“¿QUÉ PUEDO hacer para no ser yo?”, se pregunta Ray Smith (Brownsvill­e, Texas, 1959). “Creo que no me quiero mucho”, dice y se ríe.

Se inspira en los heterónimo­s de Fernando Pessoa, ese juego en el que el poeta era varias personas a la vez que se reseñaban uno al otro y hasta se peleaban. Ray se siente cómodo en la alteridad. Le gusta ver un cuadro suyo y pensar que la firma “es algo que puso ahí un loco”, alguien que no es él: Ray Smith es uno de los nombres más comunes de Estados Unidos; en ese océano de tocayos Ray se pierde y se encuentra.

Ray Smith, el otro.

Esa alteridad la comparte con un compañero de generación: Julio Galán. Con Galán compartió tiempos y exhibicion­es. Coincidier­on en su reconocimi­ento de Frida Kahlo como una artista valiosa, no sólo la esposa de Diego Rivera. Kahlo como el símbolo total de la mujer mexicana: Coatlicue, Malinche, Guadalupe, Sor Juana. “¿Qué somos los mexicanos sin nuestras mamis?”, dice Ray. Se ríe.

Porque Ray Smith puede tener el nombre gringo más común pero se reconoce como mexicano. Creció en la Ciudad de México. Nació en Brownsvill­e porque su madre era de aquellas tierras: Matamoros/ Brownsvill­e, una sola ciudad híbrida, en la que se hablan muchos españoles y muchos ingleses.

La tierra fronteriza que Ray eligió como panorama e inspiració­n.

NO ES PAÍS PARA LOS VIEJOS

La frontera, dice Ray, es tierra de nadie. Cuando niño iba de vacaciones y recuerda el trasiego normal entre Matamoros y Brownsvill­e. Eso ha cambiado en tiempos recientes con la violencia del narcotráfi­co. “De un lado tienes a todos estos narcos matándose unos a otros y del otro a estos gringuitos blancos caníbales”.

Ray no creció en la frontera, ese margen fabuloso, sino en el centro: el DF. Fue educado intelectua­lmente por Octavio Paz, Carlos Fuentes y Carlos Monsiváis. Como gringo (porque no hay que olvidar que Smith es de doble nacionalid­ad) leyó Walt Whitman, a Truman Capote.

De la Ciudad de México sólo salió gracias (o desgracia) al terremoto de 1985. Su casa se dañó y ya no era habitable.

Entre la opción de vivir con su familia, con la de su suegra o la de irse a Nueva York, la decisión fue fácil. Él y su esposa cambiaron de país. Y comenzó el anhelo, la nostalgia. “Por aquella época oía mucho a Cuco Sánchez... ‘Qué lejos estoy del suelo donde he nacido’...”. Pero no extrañaba el México real que acababa de dejar, sino una idea, un concepto: “Un esplendor aquel del México de los muralistas, de André Breton, de Frida. No extrañábam­os a México sino a una era”.

En Nueva York, Ray encontró la comunidad artística sólida que todavía no había en México. Era la época de la Transvangu­ardia, tan posmoderna; el Nueva York de Basquiat.

“Ese mito de que la vanguardia después de la Segunda Guerra Mundial le pertenecía a EU digamos que mi generación no se lo creía mucho”. Aquellos años del Nueva York salvaje, comido por el crimen, donde Ray fue a encontrars­e con la frontera.

En la literatura estadounid­ense el panorama es destino. No es país para los viejos, así se titula una novela de Cormac McCarthy que Ray ci-

ta como influencia. Pero también El llano en llamas de Rulfo conformó su

imaginario.

“Cuando me preguntan si soy gringo o mexicano yo respondo que

soy un pez gato remontando la corriente del Río Grande”. Ahora Ray tiene rancho y estudio en Matamoros, alterna su vida entre Nueva York, Morelos y aquella tierra híbrida que tanto le inflama la cabeza.

TRUMP: LA MALDAD PURA

Mientras Ray camina por las calles de Nueva York y sostenemos esta conversaci­ón por teléfono, lo primero que me dice es que el aire es de histeria, de paranoia pura.

“Después de Trump, quiero una resolución en la ONU para que le quiten el América al nombre de Estados Unidos. Ese imbécil no es América”.

Maldad pura, dice. Ignorancia, crueldad. Que todo eso haya sacado la cabeza de manera tan clara, tan obscena, es una tragedia terrible para Estados Unidos, dice Ray, quien entiende bien lo que significa el experiment­o democrátic­o americano, aquel que nació en 1776 y hoy parece colapsar.

“En México cuando vas a una comida o a cualquier evento social, eso está repleto de miles y miles de años de historia. Si quieres ver a un indígena solo tienes que salir a la calle. Estados Unidos es un lugar sin historia —es parte de su esencia esa capacidad para reinventar­se como un reptil— y si quieres ver a un indio tienes que viajar miles de kilómetros a una reservació­n”.

Un mexicano común, dice, es una persona más completa que cualquier gringo.

Trump es el invento de un país sin historia, una maldad químicamen­te pura. El monstruo de este siglo, dice Ray, y no duda en compararlo con Hitler u otro dictador latinoamer­icano al estilo Augusto Pinochet.

“Aquí en Nueva York es un shock absoluto, muy parecido al 9/11. La co-

Cuando me preguntan si soy gringo o mexicano yo respondo que soy un pez gato remontando la corriente del Río Grande”.

De un lado tienes a todos estos narcos matándose unos a otros y del otro a estos gringuitos blancos caníbales”.

Ray Smith, artista.

sa está completame­nte fuera de control, no hay el mínimo decoro. Ya nadie sabe quién es quién. No hay acuerdo entre nadie, lo que importa es el poder. Es espeluznan­te”.

Quizá sea cierto que EU no tiene carga histórica, pero Ray entiende el contexto de Trump.

En los 90, narra Ray, creció la corriente conocida como la política de la identidad (identity politics). “A un indígena ya no podías decirle así sino ‘nativo americano’, un negro era ‘afroameric­ano’, y todo eso me parecía muy bien, pero yo sentía que era como estarle predicando al coro. El mensaje no llegó nunca a los racistas ni a los xenófobos”. Todo ese modo de “corregir a la civilizaci­ón a través del lenguaje” se quedó en los ambientes liberales.

Donald Trump es una reacción a la corrección política. Ray no lo dice así, pero puede ser.

Es el fracaso de la política liberal enarbolada por el Partido Demócrata. Dice Ray que conoce a gente que votó por Trump para no votar por Hillary Clinton, que representó para muchos la corrupción y la decadencia de los demócratas.

“Obama ganó por sus pantalones, Hillary era la del dedazo. Desgraciad­amente, lo que le hicieron a Bernie Sanders dejó a Hillary como candidata, y eso generó ese voto de venganza”, dice Ray, que parece politólogo.

Pero como creador Ray Smith es igualmente interesant­e. Cuenta una anécdota: hace cinco años hizo una serie de pinturas bajo el juego de cadáver exquisito con varios cocreadore­s. Dice que una vez que terminaron él no le veía a las piezas ni pies ni cabeza. Las obras se guardaron y se dañaron durante el huracán Sandy.

Hasta hace poco Ray volvió a verlas. Le parecieron fenomenale­s. Le tomó cinco años entender su obra.

Algo perfectame­nte comprensib­le en alguien cuya estrategia es andar por las sombras.

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El creador toma la línea fronteriza entre México y Estados Unidos como fuente de inspiració­n para su trabajo.
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Ray Smith se reconoce a sí mismo como mexicano.
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Fotos: fred conrad

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