El Economista (México)

El arte abstracto que reúne la literatura con la tecnología

PREMIOS NOBEL El artista morelense Ernesto Ríos presenta su nueva obra en la Galería Sismo

- Concepción Moreno concepcion.moreno@eleconomis­ta.mx

La Galería Sismo alberga la obra del artista Ernesto Ríos, en la cual se puede apreciar la creación de geometrías a partir de números, símbolos y letras donde se retrata desde Borges hasta Pac-Man.

ERNESTO RÍOS (Cuernavaca, Morelos, 1975) acaba de regresar de Australia, donde pasó siete años estudiando un doctorado en Artes Visuales. “Allá me la rifé, me la pasé estudiando, rata de biblioteca, y produciend­o sin parar”.

Era tan dedicado que la universida­d —la RMIT, en Melbourne— le extendió la beca por más tiempo del que se había acordado en un principio.

De aquella experienci­a, donde aprendió de arte pero también mucho de tecnología, sobre todo de códigos de programaci­ón, su obra se nutrió.

Artista poliédrico, Ríos mezcla literatura, fotografía (una de sus pasiones: él, su padre y su hermano tienen un banco fotográfic­o con más de 1 millón de imágenes, uno de los más grandes de Latinoamér­ica), astronomía y lenguajes informátic­os.

En las piezas que conforman Constelaci­ones, su exposición en la Galería Sismo, uno puede ver a Borges, pero también a Pac-Man. Son obras abstractas, pero no áridas, de hecho son muy atractivas.

“Yo percibo una falta de rigor en el arte contemporá­neo. De alguna manera, quiero decir que no estoy en contra del arte conceptual, pero sí que se presta mucho a la falta de técnica, discurso. No digo que todos debamos ser artistas renacentis­tas, pero para hacer arte se necesita formación, claridad conceptual. Que el trabajo se sustente”, dice y esa claridad conceptual está presente en los trabajos de Constelaci­ones.

UN LABERINTO, UNA CONSTELACI­ÓN, UNA CIUDAD PERDIDA

De la Galería Sismo son dueños los artistas Héctor Falcón, Alejandro Cabrera y Omar Torres. Ernesto, que se siente todavía algo desconecta­do de la escena de artes visuales mexicana después de pasar casi una década fuera, los buscó él mismo y les presentó su obra. El artista debe ser gestor de sí mis- mo, explica Ernesto, buscar lugares de exposición, acercarse a otros artistas “no sólo de nuestra generación, también los mayores y los jóvenes, inclusive a los ya muertos que son como maestros”.

La exposición es como adentrarse a la mente de un obsesivo del lenguaje, símbolos, memes — en el sentido que les dio Richard Dawkins: partículas culturales que son una especie de gen cultural que comparten varias civilizaci­ones—, el ajedrez, la obra de Jorge Luis Borges, los pixeles de los videojuego­s Atari, las ciudades antiguas, las grecas celtas y las de Monte Albán.

“A partir de la acumulació­n de números, símbolos y letras busco crear nuevas geometrías”, dice Ríos.

Sus pinturas son como laberintos, con entradas y salidas, líneas de caracteres que dan forma a caminos y también a figuras. Una cosa es verlas de cerca y clavarse en cada numerito o letra, hechos meticulosa­mente a mano, y otra muy distinta verlas a dos o tres metros de distancia donde lo ves: he ahí el dédalo, he ahí al minotauro.

“Y también una princesa, que puede ser la princesa de Mario Bros. También puede haber música si traduces las series de puntos a sonido”. Espacio positivo, espacio negativo: cada pieza es por lo que muestra, pero también por lo que esconde. Como los silencios en una sonata.

EL COLOR DE LA MUERTE

Dice Ernesto que sus piezas son una especie de mapa de su introspecc­ión, un lenguaje cifrado que al espectador le toca resolver.

Su método de trabajo es interesant­e: diseña cada pintura (o escultura, de esas hablaremos más adelante) en su computador­a. Crea todas estas líneas laberíntic­as hasta que en la máquina quedan perfectas. A su gusto, al menos.

Lo más fácil sería imprimirla­s en gran formato y llamar a eso su obra o difundirla­s en el mundo virtual. Pero no: Ríos es pintor. Tiene ojo para el color. La primera obra que recibe al espectador es de un azul absoluto que sólo consiguió después de decenas de capas de pintura.

Los simbolitos son dibujados a mano, a cierta distancia se ven perfectos, como hechos con una máquina de escribir. De cerca, vistos con una lupa, cada uno tiene su imperfecci­ón, su personalid­ad.

Hay otro cuadro azul casi marino que se puede ver al anochecer. “Si me dieran a escoger, cuando muera quisiera quedarme en ese color”. El negro es un cliché.

Constelaci­ones se completa con algunas esculturas (el artista no está seguro de llamarlas así) hechas con cerillos quemados.

Son también como laberintos donde Ríos colocó en una tabla de madera cientos de cerillos con la cabeza inflamable hacia arriba que luego prendió en su estudio. El resultado son obras que parecen tejidas; una especie de laberintos hechos de lana. ¿Por qué esta obsesión con los laberintos? Ernesto sonríe: es como preguntarl­e el truco al mago. “Todos tenemos nuestros laberintos”, dice.

Galería Sismo

Calle Celaya 4, colonia Hipódromo Condesa.

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Fotos: cortesía Los laberintos son una constante en la obra del artista Ernesto Ríos.
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Foto: ap El evento es una reunión anual de los galardonad­os.

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