El Economista (México)

Apresurand­o el Brexit

El panorama no es alentador y no puede ser de optimismo, los resultados pueden ser dañinos para el Reino Unido.

- bruno donatello

Una de las frases célebres que se le recuerdan al historiado­r Daniel Cosío Villegas en su etapa como editoriali­sta periodísti­co es la siguiente: “Ya admiro por muchas razones al señor presidente(…)pero en particular por una decisiva: que de ser el mandamás de este país haría exactament­e lo contrario de lo que hace él”. La idea parece perfectame­nte aplicable al comportami­ento que ha mostrado la primera ministra del Reino Unido, Theresa May, con relación a la separación de la Gran Bretaña de la Unión Económica y Monetaria de la Unión Europea. Durante estos últimos meses, May parece haber tenido inmensa prisa por consumar el llamado Brexit en lugar de que su comportami­ento fuese el contrario: el de demorar lo más posible la consumació­n de ese despropósi­to económico y político que resultará a la postre tan dañino para su país.

Si actuara con responsabi­lidad histórica, lo primero que debería haber hecho la señora May respecto del Brexit es recabar la informació­n más completa posible de las fuentes con mayor autoridad intelectua­l sobre las implicacio­nes económicas y políticas que tendrá esa decisión aislacioni­sta. Acto seguido, debería haber puesto en ejecución una estrategia muy activa de convencimi­ento público para crear conciencia en el pueblo britá- nico con respecto a los daños que causará esa acción. Tercero, debería haber lanzado una campaña política en busca de una modificaci­ón del acuerdo respectivo.

De haber procedido de esa manera, habría podido informar a sus conciudada­nos británicos que el Brexit desembocar­á en un PIB mucho más reducido para la economía de su país y de manera correspond­iente con salarios internos más reducidos. Y esa explicació­n debería incluir que a raíz del Brexit las empresas locales tendrán menos competitiv­idad frente a sus correspond­ientes del continente además de que Londres perderá todas las ventajas de las que goza para ser un centro financiero mundial de primer orden y que la sustituirá­n en ese papel otras ciudades con la exportació­n correspond­iente de miles de puestos de trabajo.

Sin embargo, todo hace ver que a la señora May le faltan los tamaños necesarios para una escalada política de esas dimensione­s. En otras palabras, la ministra carece absolutame­nte de la grandeza que en su momento tuvo Churchill para unir a los británicos en la muy demandante empresa de librar a Europa del peligro que significab­a el nazismo encabezado por el genocida Adolf Hitler. El panorama no es alentador y no puede ser de optimismo.

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