Apresurando el Brexit
El panorama no es alentador y no puede ser de optimismo, los resultados pueden ser dañinos para el Reino Unido.
Una de las frases célebres que se le recuerdan al historiador Daniel Cosío Villegas en su etapa como editorialista periodístico es la siguiente: “Ya admiro por muchas razones al señor presidente(…)pero en particular por una decisiva: que de ser el mandamás de este país haría exactamente lo contrario de lo que hace él”. La idea parece perfectamente aplicable al comportamiento que ha mostrado la primera ministra del Reino Unido, Theresa May, con relación a la separación de la Gran Bretaña de la Unión Económica y Monetaria de la Unión Europea. Durante estos últimos meses, May parece haber tenido inmensa prisa por consumar el llamado Brexit en lugar de que su comportamiento fuese el contrario: el de demorar lo más posible la consumación de ese despropósito económico y político que resultará a la postre tan dañino para su país.
Si actuara con responsabilidad histórica, lo primero que debería haber hecho la señora May respecto del Brexit es recabar la información más completa posible de las fuentes con mayor autoridad intelectual sobre las implicaciones económicas y políticas que tendrá esa decisión aislacionista. Acto seguido, debería haber puesto en ejecución una estrategia muy activa de convencimiento público para crear conciencia en el pueblo britá- nico con respecto a los daños que causará esa acción. Tercero, debería haber lanzado una campaña política en busca de una modificación del acuerdo respectivo.
De haber procedido de esa manera, habría podido informar a sus conciudadanos británicos que el Brexit desembocará en un PIB mucho más reducido para la economía de su país y de manera correspondiente con salarios internos más reducidos. Y esa explicación debería incluir que a raíz del Brexit las empresas locales tendrán menos competitividad frente a sus correspondientes del continente además de que Londres perderá todas las ventajas de las que goza para ser un centro financiero mundial de primer orden y que la sustituirán en ese papel otras ciudades con la exportación correspondiente de miles de puestos de trabajo.
Sin embargo, todo hace ver que a la señora May le faltan los tamaños necesarios para una escalada política de esas dimensiones. En otras palabras, la ministra carece absolutamente de la grandeza que en su momento tuvo Churchill para unir a los británicos en la muy demandante empresa de librar a Europa del peligro que significaba el nazismo encabezado por el genocida Adolf Hitler. El panorama no es alentador y no puede ser de optimismo.